El músico uruguayo ha ganado siete premios Grammy, dos de ellos por la canción Tocarte, en colaboración con C. Tangana. Su primer disco, lanzado en 1992, se editó en Uruguay en casete y vendió 33 copias. Jorge Drexler brilla hoy en el mapa de la música popular del siglo XXI. No olvida sus orígenes, reivindica el mestizaje y en su último disco, Tinta y tiempo, se rodea de músicos que estiran sus límites y habla del origen atávico del amor. El cantautor presentará el volumen el próximo 28 de enero en el Wizink Center de Madrid.
Cuenta que para componer este disco pasó por una crisis anímica, que no tenía confianza en el material que había ido escribiendo.
Ahora estamos en pleno momento de celebración y de euforia, los conciertos están yendo genial y nos dieron un montón de premios. Pero fue realmente difícil. Esta entrevista la tendría que responder mi familia más que yo, porque estuve durante muchos meses muy pesado con que no encontraba el camino, muy atascado, dando vueltas. No encontraba el sonido, no tenía el repertorio, no tenía las canciones. Y de golpe, en dos o tres semanas apareció todo muy rápido
Escribir me produce vértigo siempre. La hoja en blanco es lo más importante, más que ir de gira, pero para mí no es una actividad placentera. Voy a la composición porque tengo que ir, porque tengo una necesidad interior de decir cosas, y porque cada tanto me gusta renovar mi contrato con lo que cuento. Pero es un periodo en el que, una vez que entro, quiero quedarme ahí mucho tiempo. Me quedo como un año a veces, escribiendo, en el cual se suspenden las giras y yo me concentro mucho en eso.
Hace unos 80 conciertos al año. ¿Separa mucho el tiempo de ir de gira y tocar en directo del que dedica a componer? ¿No escribe durante las giras?
Me gusta mucho ir de gira. Me gusta ir a cenar, salir después de los conciertos, hablar con gente, ir a bailar con la banda, celebrar. Mi mujer dice que me gusta el ser humano: “A ti lo que te gusta es la gente”. No tengo el estado de conciencia, de serenidad y de concentración en una gira como para quedarme en un hotel escribiendo canciones. Nunca funcioné así.
Para escribir tengo que parar. A veces estoy dos o tres años sin componer. Ahora hace un año entero que no escribo ni un renglón. Cuando vuelvo a escribir, necesito poner en movimiento toda una maquinaria que ha estado quieta durante mucho tiempo. Ahí soy pasto para todo tipo de dudas, porque siempre tienes la sensación de que conoces otros colegas que, de repente, en determinado momento han dejado de producir, o se han cansado o se les ha cortado la inspiración.
¿Llega el miedo, entonces?
Claro, claro, llega el miedo. Y es un miedo exacerbado por otras circunstancias. La pandemia, la más clara de todas. Porque el aislamiento, la verdad, no me ayudó. Es tan desasosegante enfrentarse a la hoja en blanco, se llena uno de tantas inseguridades, o me lleno yo de tantas... Y la pandemia exacerbó esa soledad. No me dio ese sustrato anímico de de encuentros y de festividad. La ausencia de vida exterior se transformó en una ausencia de vida interior.
Dice que uno de los temas que contiene es la gran crisis de humildad que nos dio la pandemia, que nos enseñó a volver a ser principiantes. ¿Cómo está presente toda esa vivencia en este disco?
No hago discos temáticos, no hubo un concepto que fuera guiando el disco. Fue escrito canción a canción, sin una idea muy clara. Empecé escribiendo sobre la pandemia, pero cuando comenzó a abrirse un poquito todo, vi que tenía muchas canciones pandémicas, oscuras, y dije: “Uy, parece que esto se va a terminar y no me quiero llevar estas canciones sobre mascarillas, aislamientos, pantallas, miedo y ciencia versus superstición a los escenarios”. Empecé a ver un poquito otro lado que también empezaba a aflorar, que era lo que la pandemia nos hizo revalorizar, y que es lo realmente valioso.
A eso me refiero con una dosis de humildad, con saber que hay que aprender a revalorizar cosas que nos parecían que eran normales o que dábamos por sentado como un abrazo, una cena con amigos. Cantar juntos con otra gente en una habitación que es una cosa que estuvo prohibidísima durante la pandemia.
Recuerda que la especie humana lleva mucho tiempo ganándole terreno al resto de las especies del planeta a mucha velocidad, tanto que se llegó a pensar que se estaba por encima de las pandemias.
Hacía muchísimo tiempo que no había una pandemia a nivel global, y de repente aparece un bicho microscópico que pone a todo el mundo patas arriba. Una de las canciones dice: “No somos más que otro bicho ni nada menos que un bicho, dejándonos arrastrar por el viento del azar a su capricho”. La especie tuvo una cosa como: “Ojo, que no estás más allá de esto”. Y eso para mí es bueno. Porque estar más allá de la naturaleza implica dejar de ser parte de la naturaleza, que es la manera en la que nos comportamos con el planeta.
Y sentir que eres parte de la biosfera para lo malo también. Saber que eres sensible a que un elemento de la biosfera te pueda atacar implica, si tenemos suerte, darte cuenta que eres parte de ella también para lo bueno. Que eres parte de un mismo organismo, y aprender a sentir que no somos el centro de todo y que, por más que La Biblia nos diga, no estamos en otra liga. Digamos que, con respecto a eso, estamos en la misma que los animales.
Por más que 'La Biblia' nos diga otra cosa, estamos en la misma liga que los animales
La canción que abre el disco, Plan Maestro, habla de la explosión de la vida hace 1600 millones de años. Está escrita a medias con su prima Alejandra Melfo, astrofísica y escritora. Cuenta que le pidió ayuda porque estaba estancado, y ella le dejó un mensaje de voz que es la letra de la canción.
Empezamos los conciertos con unos mensajes de audio que me fue dejando. Mi prima es docente de Astrofísica en la Universidad de Mérida, en Venezuela. Es una exiliada de la dictadura uruguaya. Tiene una visión del universo con un grado de inteligencia y de percepción poética que es algo que he visto muy habitualmente en las mujeres científicas, que saben compatibilizar más fácilmente que los hombres, me parece, la multiplicidad de visiones del mundo. Escribe muy, muy bien, además. Es una delicia llamarla y decirle: “Hablemos, cuéntame y tírame ideas”. Y me habla de esto: “Que el amor no ha estado siempre presente en la naturaleza. Hubo vida durante mil millones de años sin que hubiera cooperación entre los seres vivos”.
Cada uno se reproducía por su lado. La primera reproducción que aparece es por partición de una célula en dos células idénticas, y como invento fue increíble. Desde que la naturaleza inventa el amor aumenta la capacidad de mutación. Muchísimo, porque al mezclar genomas aparecen muchas más variaciones y el mundo estalla en colorido. Me pareció una metáfora tan increíble anticipando lo que el amor genera después en las vidas de las personas, y una equivalencia tan preciosa; que pensé que había que escribir una canción sobre eso, sobre el amor biológico.
Ahí está incluyendo en la música a la biología, a la ciencia, usted que tiene una formación científica, que estudió y trabajó como médico.
No tengo más remedio, porque es la única formación que tengo. Me encantaría haber estudiado lengua, la verdad, y poder hablar de la Divina Comedia con propiedad, pero hay un montón de libros importantes que solo he leído fragmentariamente y no tengo una formación sistemática en lingüística. Soy una autodidacta en el mundo literario. En la música no lo soy: estudié mucho música y estudié medicina. Pensé que era un lastre durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta de que lo podía usar. El momento en el que un lastre se transforma en un bagaje es muy bonito.
Esos conocimientos que estudió durante años, la anatomía, cómo funcionan las proteínas o qué tienen que ver con la memoria genética de las personas, ese conocimiento científico, ¿le han servido para analizar al ser humano?
La ciencia es una manera de percibir el mundo, de describirlo. Tengo la suerte de tener un pie en eso y un pie en la poética de la música o en la poética del texto, y no me parecen para nada incompatibles. De hecho, los científicos que me gustan, como mi prima, Mariano Sigman, otros como el paleontólogo antropólogo Arsuaga, por ejemplo, cuando te sientas a hablar con ellos es como hablar con un poeta. Viven en éxtasis, contemplando la realidad, trasciende mucho lo material. Nunca me pareció importante quedarse solo en la razón, en acumular datos, sino que me encanta el asombro que producen los datos.
En esta canción de la que hablábamos, Plan maestro, está Rubén Blades. Dice que es muy difícil encontrar en el cosmos artístico iberoamericano alguien que mueva los tres niveles de una persona: la razón, la emoción y la parte sexual.
Sí, Rubén me parece uno de los ejemplos más claros. Vas a sus conciertos y estás tres horas bailando. Es música que está hecha desde y para el cuerpo. Y a la vez, nadie te puede negar que sus canciones tienen un sustrato emocional muy fuerte. La relación que tiene con sus personajes es muy, muy emotiva. Lo que hace tiene mucha fuerza emocional y, a la vez, te das cuenta de que sus canciones están interconectadas literariamente unas con otras.
Hay como una trama de ideas con una complejidad estructural muy grande. Si hablamos del ser humano, me gusta mucho hacerlo en esos tres planos: el racional, el emocional y el físico. Y Rubén es de los pocos artistas que completa en su accionar al ser humano.
El tema Tocarte, está hecho con C. Tangana, con quien colaboró en el tema Nominao dentro del álbum El madrileño el año pasado. Dice que le cuesta conectar más con el tema sexual que a él por edad y por estilo. ¿Le ha permitido esta colaboración acceder a un mundo más físico, ese que contaba que es capaz de expresar Rubén Blades?
Me encantó trabajar con Pucho [C. Tangana]. Es un tipo genial. En España contamos con una generación nueva de músicos, él y Rosalía sobre todo; que van abriendo camino. Admiro mucho el trabajo de ambos y trabajar con él fue realmente expandir mi campo, tanto en lo en lo temático como en lo musical. Hicimos la canción en la pandemia cuando estábamos realmente obsesionados por echar de menos el contacto físico y por eso la canción repite tan obsesivamente lo de tocarte.
Cuenta que C. Tangana le dirigió milimétricamente, le pidió que cantara pegado al micro, sin modular. Y que musicalmente le hizo descubrir el funky carioca, que eso le dio miedo pero decidió dejarse llevar.
Sí, y me hace mucha gracia que esa canción que se ha llevado tantos premios haya sido escrita en junio de 2020. La tuve guardada casi dos años hasta que salió, y se hizo en seis horas en una habitación, en mi estudio, con Pucho, con mi hijo Pablo y con Víctor [Martínez, guitarrista] que trabaja con él. Me da mucha alegría que haya tenido ese reconocimiento.
Dice que tiene el trauma de la guerra en el ADN, por su padre que escapó de la Alemania nazi y porque vivió un año en Israel. Mucho de lo que escribe tiene que ver con ello. ¿Cómo vive esta guerra en Europa?
Mi padre es un niño de la guerra porque nació en Alemania en 1935. Era judío y se escapó en 1939, muy tarde, y con la Alemania nazi muy establecida. Fue un refugiado, el único país que lo recibió fue Bolivia y allí vivió diez años con su familia. Eso te queda en el genoma. Igual que hay mucha gente aquí que está marcada por la relación de sus abuelos con la guerra. Eso demora muchas generaciones.
Lo que está pasando en Ucrania no se va a arreglar ni en dos ni tres generaciones. Una guerra es muy traumática y deja huellas muy profundas en las personas. Es difícil entender cómo nos metemos en una cuestión así, después de haber podido vivir un período de relativa paz y prosperidad en Europa durante muchos, muchos años. No entiendo en qué cabeza entra pensar que se pueden solucionar los problemas del mundo por ese medio.