El profesor e investigador Francisco Fuster es una de las personas de España que más sabe sobre el articulista Julio Camba. Dio con su obra a través de Pío Baroja, sobre quien centró su tesis doctoral. Gracias a su indagación, reparó en que una gran parte de la literatura que se había publicado en aquella época (la conocida como Edad de Plata, que va de 1900 a 1936) había sido en periódicos y revistas, no en libros. Paseando por la hemeroteca a través de las obras de los autores más representativos de aquel momento, como Azorín o Josep Pla, llegó a la figura de este escritor que había desarrollado su trabajo literario exclusivamente en columnas cortas publicadas en medios de comunicación.
Fuster es uno de los responsables de la atención que ha suscitado la obra del escritor en estos últimos años, después de haber pasado desapercibida para el público general casi desde su muerte. Fórcola Ediciones acaba de publicar una antología sobre 50 artículos que Camba dedicó a su tierra natal, titulada Galicia (pese a su declarado rechazo por el regionalismo, algo de afecto se intuye en sus palabras). Maneras de ser periodista (Libros del K.O, 2013) o Crónicas de viaje (Fórcola, 2014) son otras de las recopilaciones editadas recientemente con el nombre de Fuster en la portada.
Camba fue un tipo peculiar. “A Camba no le gustaba escribir y, sobre todo, no le gustaba hacerlo por necesidad, que es como –por desgracia para él– siempre lo hizo. Podía escribir cómodamente una crónica semanal desde el extranjero, pero esa obligación de la entrega diaria, que pesa sobre el escritor de periódicos como una espada de Damocles, era incompatible con la existencia ociosa que a él le gustaba llevar”, comenta Fuster. “La necesidad de escribir pro pane lucrando le había transformado contra su voluntad en una especie de 'fábrica de artículos', como escribió en alguna ocasión”.
Algunos de sus párrafos más reconocidos corresponden a su época de corresponsal. Primero desde Constantinopla y después por París, Londres, Berlín o Nueva York para diversas publicaciones como La Correspondencia de España, El Mundo o ABC que acabará, a la postre, por ser el periódico definitivo. “Camba escribió crónicas durante decenios en diversos periódicos, de distinta tendencia política, convirtiéndose en un verdadero maestro del género, dando lo mejor en apenas 15 centímetros de página (...) Le interesa el presente que contempla como un felino atento, en busca de la anécdota, del chispazo de realidad, una mirada casi fotográfica, que no deja de estar despierta en sus paseos por la ciudad”, afirma Javier Jiménez, director de Fórcola Ediciones.
El anarquismo del joven Camba
No sólo fue su persona la que viajó por medio mundo, sino que su ideología también realizó un peregrinaje extenso: desde el anarquismo (que le llevó a crear su propio periódico llamado El Rebelde) pasando por sus textos indignados contra la Segunda República hasta su conservadurismo bien instalado durante su última etapa y que desarrolló desde el hotel Palace de Madrid, en donde vivió hasta el fin de sus días en una de sus habitaciones (supuestamente pagada por Juan March).
Pepitas de Calabaza es otra de las editoriales que le ha hecho a Camba un hueco en su catálogo. En 2012 recuperó el título Mis páginas mejores, una recopilación de su obra hecha por el propio escritor y de la que están preparando la segunda edición. Además, ha publicado ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! Los escritos de la Anarquía, una antología de los artículos más representativos de la primera época de Camba.
“En sus primeros años fue un anarquista destacado. Me interesan porque condensan una parte de una historia muy desconocida y muy mal contada. Es un momento alucinante de organización y combate, un momento riquísimo de la crítica social en España y América, anterior a la hegemonía del anarcosindicalismo. Sin conocer esta parte de la vida de Camba es complicado entender la segunda. Es difícil ser un descreído de su tamaño sin antes haber creído con firmeza”, explica Julián Lacalle, editor de Pepitas.
Reunir estos artículos ha llevado años: “Lo que parecía una anécdota de juventud, se ha revelado como una parte asombrosa de la historia” y añade que “haber trabajado con sus textos de juventud, de los que apenas se sabía nada, ha sido muy enriquecedor y divertido, hemos estado años de aquí para allá buscando y ordenando escritos desperdigados en mil archivos. Casi se puede decir que haciendo este trabajo hemos aprendido un oficio”.
¿Conoce usted a este señor?
Camba decía que tenía la mala suerte de ser un periodista de columnas cortas, porque así la gente le leía (pese a no gustarle era buen conocedor de su oficio). Pero esos articulitos, que él escribía con fluidez y verbigracia, no traspasaron los límites de su época. Ni siquiera para los estudiantes de periodismo (al menos para los que se limitaron a seguir el programa) ya que la asignatura de Historia del Periodismo no está considerada como una de las más importantes, como señala Fuster, quien añade que: “Salvando las honrosas excepciones que confirman la regla, la historia de la literatura española suele fijarse únicamente en aquellos autores cuya obra se enmarca dentro de los géneros poesía, teatro y novela que establecen el canon”.
Jiménez hace hincapié en la labor que pequeñas editoriales como la suya están llevando a cabo para dar luz a obras como la de Camba y afirma que su acogida a nivel nacional ha sido notable. Desde Pepitas de Calabaza también consideran que la recepción de sus ediciones ha sido muy buena, especialmente de la antología de sus primeros escritos. Aún así, como buen académico, Fuster reclama que: “Urge un biografía completa del personaje y, quizá, alguna tesis doctoral en la que se analice un corpus textual que ofrece muchas posibilidades”.
Pensándolo bien, quizás la recuperación y el reconocimiento de su obra llega en el momento oportuno aunque pueda parecer tarde: así Camba, alérgico a las pompas (“siempre las he considerado fúnebres”, decía) no tendrá que sobrellevarlo.