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Agosto entre las matas

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Ningún ser humano que se precie, como ser y como humano, aguanta más de un mes el ambiente mefítico en el que vivimos. Va para años, y lo que queda. El nuevo presidente de la Generalitat es un peligroso independentista emboscado en su capa socialdemócrata y el humanismo cristiano. Estudiamos en la misma facultad. Él años después. Probablemente también tuvo una asignatura titulada “personalismo”. Aprendimos mucho. No le han dado ni dos días. Así les va. Me dijo una vez Catalá-Roca, en su estudio-sótano barcelonés en Travesera de Dalt, 1984, que el ojo humano no estaba preparado todavía para la fotografía en color: una disculpa. Al año siguiente, realizó un bello reportaje del museo romano de Mérida, de su amigo Correa. A todo color. Nadie miente y todos se mienten. Quizás en la perversidad juegan bastos.

Por eso Cicerón no escribe ni dice, “quosque tándem abutere, Catilina, patientia nostra?” No hay catilinas identificables aunque sí muchos emboscados. Que le pregunten a los que titulan en los medios: muertes por golpes de calor, incendios y reveses varios, ni una sola noticia agradable en medio del fango patrio. Hasta de la olimpíada se saca porquería: el waterpolo femenino es más noticia por el físico de una waterpolista que por la medalla de oro. No hay respiro.

El alma de los cátaros pervive en la resistencia de los catalanes, aunque nadie se lo crea. Convertidos, y convertidas, en diana del pimpampum ibérico, siempre hay otro paso para decirla más gorda. La mentira de turno, claro. La policía catalana es perversa salvo cuando aplica el artículo 155 de la constitución. Qué bello es vivir. A todos los hasta el tuétano les gusta poner un Capra en su vida. A mí no. Prefiero a Wenders al que ciertas gentes consideran catalán. Ahora se puede ver su “Perfetc days” en alguna plataforma. No es una película para eso. Es una película para la gran pantalla, como casi todas.

En el reborde del recuerdo, están las señoras de “Casa Alfonso” en la plaza de Urquinanona barcelonesa. Georgina y yo íbamos gustosos a por los bocadillos de jamón ibérico en barrita de pan con tomate, y la manzanilla en botella de cuarto y fresquita. Todavía se puede hacer lo mismo aunque sin señoras, elegantes y rubias entonces. De ahí al gimlet –una bebida que se repite en estas crónicas de paquidermo incidental- en el Born o en la calle Santaló. Las bellas horas del remanso, también en agosto. Un verano Barcelona casi arde, 1982, rodeada por incendios varios. Salimos corriendo por la nacional II y no paramos hasta llegar al Vicente Calderón, estadio en el cantaron los Stones. Todavía se recuerda. Después, con el remanso, unos berberechos al lado de la estación de tren de Badalona. Yo no sabía apreciar los berberechos hasta entonces. Los despreciaba como excrecencias que eran de las playas coruñesas. Qué ignorancia. Casi tanta como la del que no ha comido gofio escaldado en la Puntilla de Las Palmas de Gran Canaria: fue mi primera vez, de noche y con alevosía.

Todo eso en agosto. Como las medias lunas y los medios amores. Como las matas. Y las casamatas. Como los tiempos que parece que fueron pero nunca hubo. Así es el recuerdo que crece con la edad y permanece como infierno. Vivan los novios.

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