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Cómo la lengua, al igual que las especies, está siempre en evolución

Jose María Bermúdez de Castro en los yacimientos de Atapuerca

Elena García Quevedo

15 de julio de 2024 22:23 h

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Con las manos sucias por la tierra, azadón en mano para cavar unos tomates y pantalones cortos, José María Bermúdez de Castro (Madrid, 72 años, codirector de los yacimientos de Atapuerca y académico de la RAE en la silla K desde octubre de 2021) interrumpe el acto con el que toma brío tras una ardua jornada de excavación en los yacimientos pocos días antes de que se presente la exposición Homo antecessor en el Museo de la Evolución Humana, en Burgos. Mientras, a petición de la que escribe, el científico piensa en la evolución del lenguaje y, después, en la evolución humana y la especie Homo antecessor, que él mismo definió. Y responde: “La evolución de la lengua y la evolución de las especies tienen mucho que ver” —dice con convicción y lo dice por algo. 

Su condición de académico y de científico experto en evolución humana hacen de él una rara avis y, al mismo tiempo, un perfecto intérprete de la evolución en el lenguaje que, como la naturaleza hace con las especies, va dejando de usar palabras y expresiones hasta que caen en desuso y se olvidan (o todo lo contrario). El papel de la RAE y de los académicos y académicas es hacer de la lengua algo claro, que una y se entienda; mantener el lenguaje común ágil, hacerlo más directo, ir más lejos: “Limpia, fija y da esplendor”, se lee bajo en el logo que mantiene la institución desde hace trescientos años en su céntrica sede, situada en un palacete en el corazón de Madrid, entre el Parque de El Retiro y El Museo del Prado.

Allí es donde cada jueves los académicos y académicas se reúnen en diferentes grupos dependiendo del tema en el que trabajen. Bermúdez de Castro se ocupa de palabras científicas, de la vida y de las especies. Su medio: escarbar indagando en la lengua, comparar, contrastar, discutir. Las comisiones de académicos y académicas discuten en cada sala, biblioteca o rincón. Por algo la lengua es la herramienta que usamos para entendernos y pensar también en común, pero también es la base de cualquier intercambio económico, cualquier decisión política, personal o pública; la lengua es poder y ahora la lengua está más determinada que nunca por la tecnología.

“La lengua evoluciona muy rápidamente por la tecnología en la comunicación. En este momento es más técnica y directa, pero está en constante cambio. ¿Cómo evoluciona? ¿Te das cuenta de que la lengua que en la Edad Media se consideraba vulgar es la que se habla hoy en día? En ese tiempo la lengua culta era latín. La lengua que usamos hoy viene de lo que era el lenguaje vulgar. ¿Cómo será la siguiente?”, se pregunta el científico que este año dirá adiós a su trabajo como codirector al frente de los yacimientos y al frente también de un equipo multidisciplinar con quien ha colaborado durante décadas, lo cual también puede ser un cambio radical para los términos científicos de nuestra lengua de los que se ocupa.

Tiempo para un lenguaje claro

No está solo, hay más focos de interés en el lenguaje; muchos más. Para enfrentar lo que parecen los dos grandes desafíos del español la RAE prepara una guía de español claro, y hay un equipo de trabajo enfocado en el idioma que usa la IA. Son los proyectos conocidos como Guía panhispánica de lenguaje claro y accesible y LEIA -Lengua Española e Inteligencia Artificial- para el uso del español en el universo digital, respectivamente; ambos son punta del iceberg de una meta clave: “El trabajo de la RAE es lograr mantener la unidad de la lengua. Para ello colaboran todas las asociaciones y academias, para ello ponemos en común nuestro trabajo; trabajamos en la misma dirección y en todos los países que hablan nuestra lengua evalúan todas las palabras. De lo contrario la lengua que compartimos acabaría siendo diferente en cada país. La meta es respetar las diferencias, pero mantener la unidad. No es un proceso rápido”.

Ahora, a última hora de la tarde y previa a la puesta del sol, el aire agita la copiosa hierba que este año ha crecido con más fuerza porque no ha parado de llover, y la voz del científico transmite paz, sosiego; el efecto del contacto directo con la tierra, pese al intenso trasiego que supone un día de campaña en los yacimientos. Aún más hoy, que ha sido el día en el que ha arrancado la excavación en Gran Dolina, yacimiento al que más unido está Bermúdez de Castro, y el lugar donde descubrieron Homo antecessor hace treinta años, cuyo periplo puede seguirse a través de una exposición en el Museo de la Evolución. 

“Para entender lo mucho que tienen en común la evolución de las lenguas y la evolución de las especies hay que entender que, por ejemplo, las especies se convierten en diferentes si se separan, como ocurre con la lengua. Un buen ejemplo es lo que ocurrió con Homo antecessor, que llegó a la península de Europa. Aquí, una población de homínidos quedó aislada y evolucionó por su cuenta hasta transformarse en una especie distinta. Pues con las lenguas pasa lo mismo. En la tierra hay unas seis mil lenguas en constante evolución. Hay un paralelismo obvio entre lo que ocurre con las especies y lo que ocurre con las lenguas”, dice el académico.

La evolución de las lenguas y la evolución de las especies tienen mucho en común. Las especies se convierten en diferentes si se separan, como ocurre con la lengua

José María Bermúdez de Castro Arqueólogo y miembro de la RAE

Mucho tienen en común también las excavaciones en los yacimientos con la búsqueda de las palabras. En el primer caso primero hay que ser estratega e investigar, luego hay que ir a la tierra, buscar con mucha atención porque a veces los fósiles pueden ser pequeños, pero importantes, como los dientes, y tener información suficiente como para reconstruir la forma de vida de un grupo humano o el ecosistema, o ser solo tierra. En el caso de la lengua los libros son un buen lugar para investigar, pero también la memoria o la escucha en la calle.

“Hay que estar atento al lenguaje real, de la calle. Yo me mantengo al día a través de mi familia; de mis hijos. Por ejemplo, para buscar los diez dinosaurios más populares conocidos recibí la ayuda de Alex, mi hijo pequeño, que tiene once años y es un apasionado de los dinosaurios. Alex se tomó un tiempo para elaborar el listado con los nombres de los dinosaurios más conocidos. (…) También hay muchas palabras que dejan de usarse; en otras hay que revisar las acepciones. (…) Con la palabra raza, por ejemplo, hice una propuesta para redactar una nueva acepción más acorde con lo que nos dice la ciencia. Pero el proceso es muy lento. Las palabras con las que trabajé al llegar, hace dos años, aún no se han incluido en el diccionario”, explica

Bermúdez de Castro respira, olfatea la sierra que, tras las lluvias de junio y a principios de verano, es puro color, agua; la vida explota en Atapuerca. Lo que hay en torno a los yacimientos de Atapuerca es fuente de inspiración para cualquiera, y aclara la mente. Como también lo es la biblioteca que tiene la RAE con libros que son joyas, como su obra más antigua, las Etimologías de San Isidoro del siglo XII, o los ejemplares prohibidos por la Inquisición y primeras ediciones de obras pilares del castellano. “En la lengua que se hablará en cien años se habrán introducido muchas palabras nuevas, también cambiarán las expresiones. Las palabras no serán las mismas. Muchas quedarán en el Diccionario histórico, otras desaparecerán del lenguaje porque vivimos en el cambio”, añade sobre las palabras que usamos hoy, que son fruto de la evolución del lenguaje, supervivientes a la quema de la propia vida, que deja lo que no sirve para seguir adelante.

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