¿Por qué leyendas de la música venden ahora sus catálogos completos?

Pablo Vinuesa

25 de diciembre de 2021 21:31 h

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La revista Billboard adelantaba que Bruce Springsteen podía haber establecido un nuevo récord con la venta de su catálogo completo a Sony Music. Con un precio estimado por publicaciones como el New York Times de hasta 550 millones de dólares, superaría al pactado hace un año por Bob Dylan, a quien Universal hizo una oferta que se situaría alrededor de los 400. No son los únicos: Neil Young, Tina Turner o Paul Simon también han firmado acuerdos similares a lo largo de 2021.

Las razones de que grandes artistas vendan ahora su repertorio

Parece que los mitos del rock se han puesto de acuerdo en que es el mejor momento para vender los derechos de sus canciones. Pero ¿cuáles son las razones que explican este consenso? Manuel López, director de Sympathy for the Lawyer, firma legal especializada en la industria musical, aporta uno de los factores principales: “Una suma de dinero tan alta a esas edades supone un incremento muy alto de su nivel económico”. Carreras longevas y mucho dinero encima de la mesa: una combinación sugerente.

Joan Vich, ex-programador del FIB y manager de bandas jóvenes a través de la agencia Ground Control, apunta otra perspectiva interesante: “Anticipan que su patrimonio tendrá que ser repartido entre sus herederos y prefieren legarlo de una manera más tangible”. En esa misma línea se sitúa Pepo Márquez, quien milita en bandas independientes como The Secret Society pero también ha trabajado en discográficas multinacionales. Para él, “es una oportunidad de dejar dinero como herencia, no derechos, lo cual ahorra problemas futuros”.

Ambos coinciden en que decidir ahora les proporciona una mejor capacidad de negociación. Pero además del “posible efecto dominó” al que se refiere Vich, también pesa la implicación emocional. Hay excepciones como las de The Killers o Shakira, pero para López resulta obvio que estos experimentados artistas “ponen en valor su carrera y su repertorio” a modo de “reconocimiento”. También de tranquilidad: gracias a esta inyección de liquidez afrontan mejor “la incertidumbre que planea sobre las grandes giras internacionales, que hasta ahora eran parte fundamental de su negocio”.

El sector afronta nuevos escenarios en su mejor forma histórica

Noemí Planas, general manager en Worldwide Independent Network, cita esta “caída de la música en directo” como una razón para “prestar más atención a fuentes de ingresos que dependen de los derechos, como el streaming o los percibidos de las entidades de gestión”. Además, aclara que “los derechos de propiedad intelectual crean las condiciones para que los músicos se puedan ganar la vida con su talento”. Es decir, que “el copyright es su salario y en el caso de tales trayectorias, un capital”.

No es el caso de todo el sector. Esteban Ruiz es músico en I am dive y conoce otros aspectos organizacionales de la escena gracias a su labor en WeAreWolves Records o WOCA Foundation. Define a Springsteen o Dylan como “grandes corporaciones en sí mismos” y aunque concede que “la pandemia haya podido precipitar la decisión”, se inclina a pensar que “simplemente era el momento de vender porque el valor de mercado de sus activos está en un punto máximo”.

¿Puede que no comprendan un sector tan cambiante a día de hoy? Para Ruiz, “las multinacionales no tienen problemas con el streaming, menos aún con artistas de este nivel”. El dinero que genera la industria, explica, “crece cada año mientras que los agentes entre los que se reparte decrece”. Es una preocupación compartida por Planas, quien considera crucial trabajar para “que el streaming sea justo y produzca más retorno para artistas y sellos independientes a través de sistemas alternativos de reparto de estos ingresos digitales”.

Los fondos de inversión buscan un nuevo trozo del pastel 

Hay quienes entienden a la perfección estos engranajes. Son fondos de inversión como Hipgnosis Songs Fund, que se hizo con derechos de Neil Young o Shakira, o Eldridge Industries, en los casos de Springsteen o The Killers. Márquez aclara que “sería erróneo pensar que detrás de ellos sólo hay señores mayores trajeados que no se enteran de nada; también hay jóvenes con dinero, conocimiento y pasión por la música, es lógico que les atraiga la idea”. Sobre todo en un sector capaz de “predecir las tendencias e incluso dirigirlas de manera artificial, al menos hacia el gran público”.

Parece haber unanimidad en que, como afirma López, “la música se ha convertido en un activo muy interesante desde la perspectiva financiera porque ofrece seguridad, buenas proyecciones de rentabilidad y sinergias con sectores como el audiovisual o el tecnológico”. Planas la califica como “la posición competitiva más sólida que jamás haya tenido” el sector desde “el descenso de las ventas y los problemas de piratería de principios de los 2000”.

También hay aspectos negativos. Para Planas, “el acaparamiento de catálogos puede conducir a una mayor concentración del mercado, dificultando la capacidad de los sellos independientes para competir”. Una intuición que comparte Vich cuando analiza que estas inversiones de los fondos son sobre “clásicos imperecederos”: demuestran que “la música no va a morir” pero lastran “la renovación constante del repertorio”, dejando expresiones novedosas en “una posición de nicho”.

Ejemplos contrarios a la tendencia y el caso de España

El mismo Vich aconsejó la venta a “un artista norteamericano mayor de 60 años”. Acertó, ya que “decidió hacerlo justo antes de la pandemia, lo que le permitió comprarse una casa por primera vez en su vida”. No siempre, lógicamente, la prioridad será “afrontar esta época sin problemas económicos o tener una mejor jubilación”. En el espectro opuesto, Taylor Swift está regrabando sus primeros discos para recuperar también el control de los másteres. “Es una jugada sencilla”, explica López, pero que “sólo funciona cuando tienes la fuerza económica y mediática” de una artista de su relevancia.

¿Por qué aquí no se producen movimientos similares? Para Planas “puede que, como muchas otras tendencias en la industria, acabe llegando un poco más tarde”. Vich explica que “en España y Europa los derechos de autor son irrenunciables y siempre van a mantener un mínimo de un 50% por ley, mientras que en Estados Unidos pueden alcanzar el total”. López, además de estos “derechos morales que la normativa reconoce en favor de los autores”, también apunta a “las condiciones internas de SGAE o la atomización de titulares en muchos catálogos clásicos”, entre otros factores.

Pero aunque esto “dificulte ceder el control total del catálogo”, asegura que a nivel jurídico “existen soluciones y alternativas para poder materializarlo”, por lo que lo considera “una cuestión de tiempo”. ¿Es entonces un futuro que los artistas jóvenes deben ir anticipando? Para Vich resulta vital que tomen “decisiones libres y activas”, mientras que Ruiz anima a “entender que esto es un trabajo”, lo cual conlleva “comprender procesos y pormenores básicos del negocio”. Además, “el artista, como encargado de la creación, es el motor principal”, insiste Márquez, “por lo que nunca hay que olvidar que tiene una gran capacidad de negociación”.