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“No debemos mirar a los libros de autoayuda como la escoria de la literatura”

Quizá sería más fácil verbalizar nuestros miedos sabiendo que a Freud le aterraban los trenes, a Hitchcock los huevos, a Oprah Winfrey el chicle y a Nicole Kidman las mariposas.

La colombiana Amalia Andrade (Cali, 1986) descubrió de adolescente que el pavor al vómito con el que había convivido desde su primer virus de estómago se llamaba emetofobia. De alguna manera, ponerle nombre fue el primer paso para entender que sufría trastorno de la ansiedad y que su cuerpo concebía las nauseas como una forma de perder el control.

“Mi fobia al vómito es miedo a desarmarme, a ser violentamente vulnerable”, cuenta Andrade en Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas (Temas de Hoy).

Este libro es una carta confesional, una guía con dibujos sencillos que parecen trazados a cera y una investigación exhaustiva de un trastorno que afecta casi al 10% de la población mundial, y por la que España es el país con más consumo de ansiolíticos y sedantes de Europa, según la OMS.

También ella intentó a atajar su miedo a través de la medicación. En su caso, fueron seis o siete pastillas diarias para prevenir las nauseas. Funcionaron, pero solo como una burbuja endeble que estallaba sin previo aviso con un miedo nuevo: primero al tráfico, luego a los aviones y por último a las enfermedades propias y ajenas. “En mi vida he tenido muchas, cada nueva técnica más sofisticada que la anterior, y todas con el mismo fin: lograr enmudecer las heridas”, dice la escritora.

La realidad es que, desde que abandonó su hogar en Cali para estudiar, la soledad se había vuelto insoportable derivando en un rosario de terrores para los que no existe medicación. “No hay nada más agotador que mantener una mentira emocional”. Así que, ya en terapia y una vez habiendo sido capaz de escribir en un papel la palabra maldita, Amalia descubrió que tenía ansiedad, o la Loca, como ella la refiere.

“Me sentí abandonada en el terreno de la ignorancia, lo cual te incapacita porque no tienes las herramientas y no sabes identificar tus sentimientos porque no manejas el lenguaje propio de los trastornos de ansiedad”, explica la colombiana al otro lado del teléfono. Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas surgió como una necesidad divulgativa para quienes lo padecen, pero sobre todo para quienes les rodean y les hacen convivir con el estigma.

No lo considera un libro de autoayuda, aunque no le incomoda ese género. “Surgió muy expresamente para ayudar a otras personas, pero es un híbrido. Tiene también narrativa, relato autobiográfico y un estilo muy juvenil para la dureza de las cosas que se cuentan en él”, identifica. Sin embargo, “me parece horrible la mala fama que tienen los libros de autoayuda. No son malos necesariamente ni hay que mirarlos como la escoria de la literatura”.

La gran diferencia entre su manual gráfico y los libros de autoayuda que engrosan las listas es que Andrade detesta la dictadura del bienestar que venden. “La sociedad nos entrena para ser exitosos y no para el fracaso”, dice la autora, que identifica esta carencia específica con otra dictadura: la del amor romántico.

“Somos unos lisiados emocionales. Nos tiran al mundo con la noción fatal de que existe alguien que nos va a completar por antonomasia. Vas por el mundo sabiéndote incompleto y así tienes que funcionar, y es una jodienda”, dice en referencia al tema que trató en su libro anterior, Uno siempre cambia al amor de su vida por otro amor o por otra vida (con el que vendió 300.000 ejemplares).

Aunque es ella la que responde a las entrevistas, rechaza también la etiqueta de gurú y le gusta hacerse eco de todas las personas que han colaborado en el libro. “Ha sido una investigación muy larga, no solo con psicólogos, psiquiatras, filósofos y expertos obvios en la materia, sino también con escritores y personas de mi entorno”, explica. Por eso afirma ser una fiel creyente de “la cualidad medicinal de la literatura”. “El fin último de los libros es terapéutico, como lo es todo un buen arte”, admite, conociendo lo criticadas que son (y serán) sus palabras.

Lo dice aun sabiendo que cualquiera que se identifique en Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas debe buscar la opinión y ayuda de un psiquiatra y un psicólogo. “Es muy bueno que usemos más esta palabra y que seamos conscientes de que somos una sociedad ansiosa, pero sin llegar a trivializar. Una cosa es ser ansioso y otra cosa es tener un trastorno de ansiedad”, precisa, por eso le dedica una sección entera a lo que es y sobre todo a lo que no es la ansiedad.

El espejismo del estresado

Amalia Andrade asegura que lo más complejo fue transformar una investigación propia de tesis en un libro divulgativo. Por ejemplo, hubo numerosos conceptos bioquímicos y neurológicos de los que tuvo que prescindir. “Me hubiese gustado incluir una parte sobre el comienzo de los tratamientos médicos de la ansiedad. Cuando los expertos descubrieron que no podían paralizar el miedo porque se encuentra en la misma parte del cerebro que controla otros estímulos como la valentía”, revela.

El problema de la ingesta de ansiolíticos y sedantes para contrarrestar el trastorno, en su opinión, es que “es como echar una palada de tierra”. Algo que tiene que ver con la concepción de las enfermedades mentales como un ente abstracto. “Si yo toso o tengo fiebre, me dirás que me tome medicinas y que repose en la cama. Pero si te digo que me da miedo salir, me dirás que le ponga ganas. Se necesitan tratamientos que comprendan la enfermedad de una manera sistémica”, confiesa.

Según su experiencia, Andrade propone desestigmatizar la salud mental hasta el punto de que ir al psicólogo sea tan rutinario como ir al dentista. La depresión y la ansiedad son muy fácilmente intercambiables con estrés, algo que “paga el que sufre la enfermedad de verdad. El que tiene el trastorno de ansiedad piensa solamente que está estresado y aguanta muchísimo dolor. Se genera una espiral de desinformación que aumenta los casos de colapso y de crisis nerviosas”, asegura.

En Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas, la autora hace una oda a la imperfección dentro de la sociedad que más la castiga. Invita a llorar en púbico, a postear fotos sin filtro de belleza y a no contestar religiosamente a todos los grupos de Whatsapp. A ser socialmente incorrectos, pero mentalmente mucho más felices.