“Quiero ver mi cerezo florecer”, dijo Abby a Sarah unos meses antes de morir, cuando apenas podía moverse sin ayuda. Para cumplir el deseo de su amiga, Sarah pasó la tarde amarrando secretamente flores de su propio árbol, pues el de Abby continuaba desnudo. Cada una poseía un cerezo a su nombre en el jardín de la casa en la que ambas convivieron durante décadas: Sarah cuidó a Abby hasta el final, colmando de atenciones a su compañera.
Probablemente, a Abby y a Sarah las unía algo más que una amistad. Su historia, ideada por la autora estadounidense Mary Eleanor Wilkins Freeman a mediados del del XIX, es la primera que puede leerse en «Amigas» (Editorial Dos Bigotes), una antología que recopila 15 relatos de amor entre mujeres publicados por escritoras anglosajonas de los siglos XVIII al XX. Algunas, como Gertrude Stein o Willa Cather, resuenan en el imaginario colectivo y son conocidas por otras obras literarias, aunque la mayoría eran inéditas en nuestro idioma hasta ser rescatadas por Eva Gallud y Gloria Fortún, traductoras e impulsoras de este proyecto.
Gallud y Fortún presentaron, por separado, dos propuestas similares a la editorial Dos Bigotes, especializada en literatura LGTBI y feminista desde su fundación en 2014. “Nosotros ya habíamos publicado a algunas de estas escritoras, como a Sarah Orne Jewett en la novela La tierra de los abetos puntiagudos (2015) o a Willa Cather y Kate Chopin en la antología La nueva mujer (2017)”, explican a elDiario.es Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, responsables de Dos Bigotes. Propusieron a Gallud y Fortún que trabajaran juntas, pues sus iniciativas “encajaban perfectamente en nuestro catálogo: primero, porque recuperaban y ponían en valor a autoras y obras clásicas de la literatura; y segundo, porque trataban el amor entre mujeres”.
Las “amigas” que fueron algo más
Esta antología puede inscribirse dentro de una corriente más amplia de dispositivos culturales que tratan de recuperar las relaciones entre mujeres, ocultas históricamente por un canon heteropatriarcal. Algunos ejemplos de 2019: la película Retrato de una mujer en llamas, dirigida por la francesa Céline Sciamma y galardonada en el circuito internacional de festivales; el libro Señoras que se empotraton hace mucho, en el que la especialista en literatura histórica Cristina Domenech recoge sus publicaciones de Twitter sobre mujeres ilustres que vivieron libremente su sexualidad; y la serie de HBO Gentleman Jack, basada en los diarios de la terrateniente victoriana Anne Lister, a quien muchos denominan como “la primera lesbiana moderna”.
Porque el término “lesbiana”, inciden Gallud y Fortún al ser entrevistadas por elDiario.es, se utiliza solo desde finales del XIX, cuando la psiquiatría comenzó a nombrar y patologizar la sexualidad, concibiendo la homosexualidad como una perversión o trastorno. Hasta entonces, las mujeres eran consideradas seres asexuados y la amistad romántica estaba bien vista en ciertos contextos, siempre que no desafiara el statu-quo masculino. Los textos de Amigas, algunos más obvios que otros, “pueden entenderse como lésbicos si deciden leerse como tal”, señala Fortún, aunque hay que tener presente, dice Gallud, “el anacronismo que supone utilizar el término” para hablar de autoras cuya producción comprende los siglos XVIII y XIX.
“En todos los relatos está explícita una relación muy fuerte entre dos mujeres, y una de ellas suele ser la persona principal en la vida de la otra”, prosigue Fortún. “Proponemos un juego, por eso lo llamamos Amigas, se trata de encontrar esas pistas que las autoras dejaban para poder publicar los relatos y que solo ciertas mujeres los reconocieran”. “Son estrategias literarias y de vida”, añade Gallud, recalcando la importancia del subtexto. En algunos relatos, como Max, o el retrato (1899), de la escritora estadounidense Alice French, la alusión a una posible relación sentimental está presente en una sola línea. “Hermana” o “amiga del alma” son términos comunes para referirse a la mujer amada, aunque algunas narradoras escriben sin rodeos sobre “enamorarse con pasión”, asegurando que “nunca podría amar a ningún hombre como la amaba a ella”.
Lectura interseccional y amor diverso
Aunque en la antología predominan los relatos de autoras blancas estadounidenses del siglo XIX, algunas de ellas pertenecientes a la denominada corriente regionalista o de color local, como Rose Terry o Alice Brown, Fortún incide en la intención de “aportar diversidad” al traducir a autoras afroamericanas como Angelina Weld Grimké y Alice Dunbar-Nelson, o chinoestadounidenses como Sui Sin Far. La última historia, El hombre que se creía mujer (1857), un cuestionamiento de los roles y la identidad de género, pertenece a una autora anónima —Anónimo solía ser una mujer, en palabras de Virginia Woolf— y su selección constituye “una declaración de intenciones en cuanto a que las mujeres trans son mujeres”, asevera Fortún.
La diversidad también está presente en el tipo de relaciones sentimentales que mantienen las protagonistas. Desde el matrimonio bostoniano que implicaba compartir vida y economía en Dos amigas (1887), protagonizado por las mencionadas Abby y Sarah, pasando por el amor no correspondido y el espiritismo como estrategia para encubrir ciertos deseos en otras narraciones, hasta la tensión sexual presente en Lilas (1896), cuya acción transcurre en un convento. El relato de Kate Chopin entronca con la tradición de historias lésbicas en espacios de reclusión como internados o conventos, temática principal de Muchachas de uniforme (1931), la cinta de directora austriaca Leontine Sagan que está considerada como la primera película explícitamente lésbica.
Otro aspecto interesante de Amigas son los múltiples prismas desde los que el lector puede acercarse a los 15 relatos. No se trata solo de mostrar el continuum lesbiano que conceptualizó Adrienne Rich; hay otras temáticas que permean las historias, como la clase social, el espacio geográfico o la importancia de la edad de los personajes. “Es una colección para leer varias veces y en distintos momentos”, opina Gallud. “En una primera lectura predomina la representación del amor entre mujeres, pero podemos centrarnos después en otras lecturas interesantes: de clase, o sobre personajes racializados y usos sociales”.
Desde los años 60 del siglo XX, teóricas y activistas feministas han realizado una labor de genealogía y memoria histórica para contrarrestar la invisibilización de las mujeres. Traducir, coinciden Gallud y Fortún, tampoco es algo neutro. “Es una labor creativa y política”, afirma Fortún. La intención de ambas es revelar, recuperar y compartir lo que ha permanecido oculto: en este caso, un amor que, citando uno de los relatos, todavía puede compararse en muchos lugares del mundo con “una nueva libertad que aún no había casi despuntado, excepto como el sonido de un trueno o el destello de un relámpago”.