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Baloncesto, la Demencia y corrupción para narrar las “otras movidas” del Madrid de los ochenta

“La Demencia era un regalo para nosotros. Un altavoz enorme de todo lo que se nos pasaba por la cabeza. Éramos un mogollón de chavales hasta las trancas de energía. En los partidos nos podíamos juntar trescientos o cuatrocientos haciendo el gamba. A veces llevábamos a la grada reivindicaciones del instituto y otras más generales de la política, sobre todo en torno a las libertades, que eran el gran Leitmotiv, y los partidos del Estudiantes nos daban la posibilidad de ampliar toda aquella movida”. La Demencia puede presumir de ser la afición más conocida del baloncesto español y el madrileño club Estudiantes el que lleva desde sus orígenes disfrutando de que sea lo que en este deporte se conoce como el 'sexto jugador'. Ese apoyo que, desde la grada, suma como si fuera uno más en la pista.

Este equipo cuenta con una particularidad muy especial: haber sido fundado en 1948 por un profesor de latín del Instituto Ramiro de Maeztu, Antonio Magariños; que da nombre a su emblemático pabellón; el mismo en el que Yolanda Díaz presentó su proyecto a principios de mes. El periodista Jacobo Rivero estudió en este colegio y lo ha elegido como escenario de Dicen que ha muerto Garibaldi (Lengua de Trapo), un thriller perteneciente a la colección de Episodios Nacionales con la que la editorial emula los publicados por Benito Pérez Galdós, poniendo el foco en la historia reciente de España a través de novelas escritas por autores contemporáneos. En este caso, centrada en los años setenta y ochenta, tomando como punto de partida un asesinato cometido en el citado polideportivo.

La investigación del suceso, ocurrido en 2022, inicia un viaje en el tiempo en el que, además de revelar los entresijos del día a día de un centro escolar en el que las estrellas como John Pinone o David Ruseell se mezclaban en los pasillos con el resto del alumnado; indaga en el germen de la Demencia, la efervescencia política propia de esta época, la corrupción, el apoyo impune a la extrema derecha y el fortuito –o no– incendio del Palacio de Deportes de la capital en 2001.

“Tiene un alto porcentaje de realidad”, explica el autor a este periódico, que asistió al Ramiro de Maeztu entre 1980 y 1992. “Estoy un poco en contra de la versión oficial de la Movida y de la contraoficial. Recuerdo la época en la que el instituto estaba atravesado por muchas 'movidas'”, explica sobre un centro en el que convivían personas afines a distintas ideologías, “había una sensación de un Madrid y una España en ebullición. Se vivía toda esa tensión”.

“Al pensarlo ahora con perspectiva te das cuenta de que éramos supercríos, teníamos 13 y 14 años. A lo mejor unos militaban en la extrema derecha muy violenta. A la vez estábamos un poco despertando a la vida de salir por Malasaña, Chueca y los barrios de la periferia. La convivencia era buena porque nos unía el baloncesto. Uníamos la intensidad de lo que veíamos en el telediario o los periódicos, con lo que estábamos viviendo en el instituto”, comenta Rivero.

El periodista indica que fue una época “muy activa”, en la que hubo tiempo para huelgas y manifestaciones como en la que protestaron contra los bombardeos de Estados Unidos a la Libia de Muamar Gadafi. “No sé si ahora hay más tensión, pero desde luego antes había mucha más autoironía. Había un punto muy irreverente de todo, incluyéndonos a nosotros mismos, fueras de la opción que fueras. Eso sí que se ha perdido”. Para Rivero, que ha publicado otros títulos como El ritmo de la cancha y Bulbancha, lo mejor de la Demencia es que “siempre ha animado sin violencia”. “No ha incorporado esta especie de pulsión hooligan de otras aficiones de equipos. Nadie pegaría para defender los colores del Estudiantes porque pegarse para defender los colores de un equipo es algo absolutamente absurdo y ridículo”, defiende.

Pegarse para defender los colores de un equipo es algo absolutamente absurdo y ridículo

Aunque ocurre. De hecho, fue algo que experimentó en sus propias carnes: “Había Ultra Sur –grupo de seguidores del Real Madrid de extrema derecha– que venían a pegarnos y a meter navajazos a chicos de 14 años”. Coyuntura que lamenta que se haya permitido, e incluso apoyado, desde los grandes equipos de fútbol. “Está documentado que figuras como Jesús Gil, Ramón Mendoza y posteriores, utilizaron a estos grupos radicales de aficionados para proteger sus presidencias. Para, entre la masa social, tener a unos matones que les aseguraran su apoyo a cambio de privilegios. Esto ha ha alimentado a una bestia que en algunos países ha llegado a derivar en comportamientos mafiosos y un montón de circunstancias superoscuras”.

Contra la corrupción estructural

Uno de los pilares del Ramiro de Maeztu era que en el centro entendieran el deporte como una parte más del proceso formativo. “Como muchas veces dice Pepu Hernández, igual que te enseñaban inglés, matemáticas y francés, hacían lo mismo con el baloncesto. Un entrenador que tuvimos explicaba que de los tres conceptos fundamentales de este deporte, bote, tiro y pase; el más importante es el pase porque es solidario. Todo esto lo aplicábamos luego a la vida cotidiana”, comparte al tiempo que lamenta que “ahora el Estudiantes no esté tan ligado a esta concepción porque el deporte profesional en general ha derivado hacia unas lógicas muy alejadas de lo que tiene que ver con la formación y el espíritu deportivo”. Rivero apunta que basta con fijarse en partidos de fútbol en los que en las gradas se ven banderas de determinados países, muy lejanos.

“No te creas que han venido con el bocadillo debajo del brazo. Son constructores, empresarios y presidentes de federaciones deportivas en sus países de origen. Como periodista he estado en muchos sitios de conflicto en los que a lo mejor un político te dice: 'Estuve en el Santiago Bernabéu siete veces viendo al Real Madrid. Me encanta vuestra ciudad'. Que te lleva a pensar en el nivel de corrupción que tiene que haber para que alguien de tan lejos haya venido siete veces”, apunta.

La imperante presencia de la corrupción es uno de los temas que atraviesa su libro, sobre lo que advierte: “El capitalismo trata de comprar todo y de extenderse. De hecho, de tanta ansiedad por incrementar sus beneficios, va a terminar explotándonos. Ya hace mucho tiempo desde que el deporte es un negocio redondo relacionado con las constructoras y un montón de intereses”. De ahí a que lamente cómo se ha normalizado, entre otras circunstancias, que un equipo de fútbol “pueda llevar publicidad de una dictadura” y que sea un sitio tan “cerrado y oscuro” como para provocar que la gente “no pueda apenas reconocer que es homosexual”.

Rivero incide, e incluye dentro de la novela, la problemática que gira en torno a la vivienda: “La campaña contra las okupaciones es una parte de este negocio. Sin embargo, sobre el derecho a la vivienda, que está en la Constitución, nadie dice nada. La vivienda ha sido lo que ha movido ingentes cantidades de dinero público e ingentes tramas de corrupción”, denuncia, “la corrupción en las grandes ciudades en el siglo XXI ha sido alrededor de contratos, de pelotazos y acuerdos que han repartido muchísimo dinero entre mucha gente muy diferente”. Contexto en el que apunta que se ha visto involucrado “algún presidente” de clubes de fútbol.

Como fruto de la documentación que realizó para escribir el libro, y a la ahora de ahondar en por qué pueden operar a sus anchas, sostiene que “a principios de los ochenta las grandes cabeceras de medios de comunicación eran mucho más exigentes con los políticos de cualquier signo que ahora. Se ha trivializado tanto la corrupción en España diciendo que es algo normal que algunos metan la mano en el bote... Que ha llegado a un nivel de escándalo tremendo. Comparado con otros países del resto de Europa ves que una ministra en Alemania ha dimitido por copiar en un examen. Aquí salen los papeles de Bárcenas y todo el mundo mira para otro lado”.

Una reivindicación de Madrid

El caso relatado en Dicen que ha muerto Garibaldi está relacionado con el incendio del Palacio de Deportes en 2001. La obra del denominado actualmente, por un acuerdo de patrocinio con una entidad bancaria, WiZink Center estuvo en un primer momento presupuestada en 24 millones de euros, pero terminó costando 124 millones. Rivero opina que las informaciones que se dieron sobre el suceso fueron “muy inocentes”, al haber indicado que fue un obrero el que se dejó un soplete encendido. “¿De verdad eso provoca que arda todo el palacio en pocos minutos?”, plantea, “casualmente, poco después fue la guerra de Irak, en la que también las constructoras se llevaron grandes beneficios. Para Madrid, el siglo XXI hasta el momento es en este nivel desolador”.

No obstante, el periodista, que ocupó la Dirección General de Comunicación del Ayuntamiento de Madrid durante el gobierno de Manuela Carmena, reivindica en sus líneas y palabras la capital: “A pesar de los gobiernos que han pasado y la infamia que tenemos ahora en el Ayuntamiento y la Comunidad, es una ciudad que puede con todo. La etapa actual será efímera en el conjunto de su historia”. En respuesta a la madrileñofobia que ha crecido en los últimos años, opina que “es relativamente comprensible para quienes se guían de las noticias en las que se ve hablar recurrentemente a los políticos de Madrid como si fueran el centro del universo”.

Madrid puede con todo a pesar de los gobiernos que han pasado y la infamia que tenemos ahora en el ayuntamiento y la comunidad

Dentro de la capital, destaca el que define como uno de sus “templos”: el polideportivo Antonio Magariños que, dentro de la presentación de Sumar, considera que se convirtió “en un protagonista más de la historia”. “Es en sí mismo un personaje”, aplaude orgulloso. “Es un sitio al que he querido mucho. Cuando éramos chavales y hacíamos ahí gimnasia era un lugar mágico lleno de rincones ocultos”, rememora. Entre ellos, el cuarto de entrenadores, que eligió como el lugar en el que se encuentra el cuerpo sin vida que le vale como arranque de su tan apegada a la realidad novela.