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“Los anarquistas fueron los más ignorados de los republicanos, los derrotados entre los derrotados”

Después de una larga e intensa carrera periodística, la mayoría de ella en el diario El País, y de haber publicado unos cuantos ensayos y libros de reportajes, Javier Valenzuela (Granada, 1954) se lanzó hace unos pocos años a cumplir su sueño juvenil de escribir novelas policíacas. Así surgieron Tangerina y Limones negros para llegar ahora a Pólvora, tabaco y cuero (Huso, 2019), una original novela entre la crónica negra y la historia política que transcurre en un Madrid cercado por las tropas franquistas.

Pero la peculiaridad de este relato no se limita a un tiempo y un lugar muy especiales, sino que su protagonista es un comisario de policía anarquista encargado tanto de investigar delitos comunes como de descubrir a quintacolumnistas infiltrados. A través de esta novela negra desfilan personajes históricos como el general José Miaja, el líder anarquista Cipriano Mera o la pedagoga María Sánchez Arbós junto a gentes anónimas y de ficción en el escenario de un Madrid convertido en símbolo.  

¿Por qué ambientó una novela policíaca en el Madrid de la guerra y en los círculos anarquistas?

En primer lugar quería rendir un homenaje a Madrid, una ciudad que siempre fue muy generosa con la gente que vinimos de fuera. Por otra parte, a la hora de elegir el momento más negro de su historia estaba claro que fue el asedio de las tropas franquistas durante la guerra, en especial en el otoño-invierno de 1936-1937, cuando los madrileños no solo sufrieron los bombardeos, sino también el hambre, el frío y las penalidades.

Además, convertir a un libertario, exguardia de asalto, en comisario policial me permitía reflejar la situación de los más ignorados entre los republicanos, los derrotados entre los derrotados, que fueron los anarquistas. La novela transcurre en buena parte en Tetuán, un barrio semirural en aquella época y donde vivían muchos albañiles anarquistas.

El relato mezcla personajes históricos con otros imaginarios. ¿Cuál fue su intención?

Esta combinación da mucha credibilidad a la novela, al tiempo que supone un desafío literario porque conocemos la proyección pública del general Miaja o del líder anarquista Mera o del escritor Arturo Barea, por ejemplo, pero no sus facetas personales, su condición de gente de carne y hueso. Me he documentado a fondo sobre ellos y al final del libro incluyo unas breves biografías de los personajes históricos que aparecen,

A propósito de documentación, ¿le ha resultado difícil reunir material sobre aquel momento histórico de Madrid?

La historiografía española se ha ocupado mucho de los grandes personajes y de los acontecimientos importantes, pero muy poco de la vida cotidiana de la gente. En ese punto tenemos mucho que aprender de la literatura anglosajona. Así, la vida cotidiana en el Madrid de la guerra está muy poco contada en la literatura. De hecho, existe poca documentación sobre cómo vivió la población madrileña aquella batalla y aquel asedio.

En cualquier caso, Madrid mantuvo su vitalismo durante la contienda y, dentro por supuesto de las limitaciones de la guerra, la capital siguió con una vida bastante normal. Es decir, que los transportes públicos más o menos funcionaban, los colegios seguían con sus clases como podían y los espectáculos como el cine o el teatro abrían sus puertas. En uno de los pasajes de la novela repaso la cartelera de cine de Madrid en aquellos meses.

No debió ser habitual que un anarquista se convirtiera en comisario de policía, en delegado de seguridad de un barrio, como su personaje principal, Ramón Toral.   

Bueno, el protagonista de Pólvora, tabaco y cuero procede de una familia humilde, ha combatido como soldado en la guerra de África y más tarde se ha integrado en la Guardia de Asalto, los antidisturbios de la República. Su conciencia de clase le impide reprimir una manifestación y es expulsado del cuerpo. Al final acaba siendo, durante la guerra, delegado de Seguridad del barrio de Tetuán elegido por los vecinos.

Es un tipo que se ocupa tanto de un delito común, como investigar el asesinato de una mujer a manos de su pareja, como de descubrir una trama política de robo de salvoconductos por parte de quintacolumnistas al servicio de Franco.

El arco de evolución del protagonista, Ramón Toral, daba mucho juego en la narración. De otro lado, no conviene olvidar que todos los grandes detectives de novela negra, desde los creados por Dashiell Hammett o Raymond Chandler al Carvalho de Vázquez Montalbán, tienen un talante libertario.

A partir de la investigación del crimen de una mujer aparecen en la novela las contradicciones de muchos hombres progresistas de aquella época y los inicios de la lucha feminista. ¿Qué papel desempeñaron organizaciones como Mujeres Libres?

El relato muestra, por un lado, que en tiempos de guerra también hay que ocuparse de los delitos llamados comunes y de ahí la tarea que cumplían los delegados de seguridad, en este caso el protagonista de la novela. Pero conviene recordar, sobre todo, que muchos hombres republicanos y de izquierdas no compartían que fuera delito que un varón engañado por su mujer se tomara la justicia por su mano y la matara a ella.

En esa tarea de toma de conciencia resultó fundamental la labor de Mujeres Libres, una organización anarquista que luchaba por una sociedad igualitaria que reconociera los mismos derechos para hombres y mujeres. Esa lucha por la igualdad llegó hasta  las milicianas que lucharon con las armas en sus manos en los primeros meses de la guerra. Más tarde, como sabemos, fueron obligadas por los propios militares republicanos a volver a la retaguardia.

Aquellas milicianas despertaron el pasmo admirativo en todo el mundo y algunas películas, como Tierra y libertad, de Ken Loach, han reflejado muy bien aquella situación.

La novela pasea a sus personajes por todo Madrid, desde zonas obreras como Lavapiés y Tetuán hasta distritos burgueses como el barrio de Salamanca. ¿Tuvo un interés especial en narrar esa vida cotidiana?

Por supuesto. El Madrid cotidiano de la guerra está poco contado, aunque algunos autores como Jorge Martínez Reverte o Fernando Cohnen han sido excepciones. Tan grande es el desconocimiento que la mayoría de madrileños ignora que el acomodado barrio de Salamanca, poblado por gente de derechas, nunca fue bombardeado por los franquistas. Todo un símbolo de lo que representaba cada bando en aquella guerra.

Es cierto que he tenido especial cuidado en recrear el ambiente e incluso el lenguaje de la época para evitar anacronismos. Así pues, en los años treinta no se hablaba de crímenes machistas, una terminología reciente. A diferencia de hoy, por ejemplo, la gente empleaba muchas expresiones taurinas o utilizaba con frecuencia palabras como caramba o cáspita, que en la actualidad se hallan en desuso.

De todas maneras, creo que en este sentido hemos de aprender mucho de los historiadores anglosajones, como Paul Preston o Antony Beevor, que escriben sus libros de historia como si fueran novelas. De este modo consiguen un público amplio.