“Oriente Próximo y Oriente Medio llevan tiempo siendo el ring de boxeo del mundo, el lugar elegido para la guerra”
La sensación cuando uno acaba ¡DAHA!, el primer libro de Hakan Günday traducido al español, es la que tuvo Pirro en aquella batalla: ha vencido, pero a qué precio. La novela da cuenta del horror expuesto desde un subtítulo que se lee como un hachazo: 'Si mi padre no fuera un asesino, yo estaría muerto'. Y en esas diez palabras está condensado el espíritu de la narración: la voz de un niño, el idioma como puente para llegar a uno mismo y el pulso de un autor que no vacila en lo que quiere contar.
¡DAHA!, que significa '¡más!' en turco, le propone al lector un reto íntimo y duro: saberse culpable de una realidad que no ha querido ver. Quizá por ello está dividido en partes con nombres de técnicas pictóricas del Renacimiento. Gazâ, el simbolismo de los nombres no da tregua en toda la obra, es un chaval de nueve años que ayuda a su padre como hacen los niños.
El problema radica en que el trabajo de su progenitor –llamado Ahad, justo el título del libro frente a un espejo– es traficar con inmigrantes clandestinos, irreales en las páginas, pero trasuntos de los mismos que día a día quieren llegar desesperadamente a Europa. Este niño aunará en sí las mismas armas y las mismas cicatrices de una Turquía quebrada, la misma maldad que busca la redención equivocándose a cada paso. Y ahí pone la mirilla Günday, que se aproxima a esta tara social abriéndose, además, al estudio sociológico.
“Cuando se trata de empezar una historia, mi objetivo es partir de una pregunta y terminar con mil de estas. Y los niños hacen preguntas porque no ha pasado suficiente tiempo como para acostumbrarse a todas las tragedias que nos rodean, todavía conservan la capacidad de escandalizarse. La pregunta primigenia era muy simple: ¿cuál es la naturaleza de la relación entre el individuo y el grupo?”, comienza explicando el autor en una conversación con eldiario.es. No tarda en soltar el látigo: su libro es una metáfora de la realidad más cruenta, bestial, desgarradora.
“Gazâ acabará dando las mismas respuestas al fenómeno de la inmigración que la sociedad ha dado: comienza culpando a los inmigrantes sin reflexionar sobre las causas de esa migración, luego los explotará y acabará empatizando tras el sufrimiento máximo, pero aún nosotros no hemos llegado a esta última etapa”, responde Günday, para quien “la sociedad no sabe qué hacer con el individuo” y que en la novela explora el vínculo entre estos mediante un “laboratorio”: el depósito con el que Gazâ pasará a ser adulto haciéndose cargo de los refugiados.
Este Oliver Twist actualizado mantiene la podredumbre de aquel, pero le añade a su protagonista “el peso de ser un ser humano, pues ser bueno o malo se decide a cada instante”.
“Nunca parto de la idea de hacer un estudio sociológico”, insiste, y da comienzo a una de esas metáforas que rematan mejor una idea. “Por ejemplo, te puedes animar a escribir la vida de un mosquito. Si la cuentas bien, este mosquito entrará por una ventana. Una ventana que dará a una habitación y se posa en un bolígrafo que está firmando una ley contraria a la inmigración. Tú sólo has contado la vida de un mosquito, pero si la has contado completa, también tienes la política en tu relato. Mi objetivo es contar una historia, pero luego es el lector el que hace el viaje político y sociológico”.
Un mundo de monstruos
En ciertos pasajes, ¡DAHA! da la sensación de ser una excusa para abrazar temas que son la cruz de la moneda de los días. Mafia, violaciones, pederastia, corrupción y, en definitiva, los horrores contados por un niño que va adquiriendo la moral envenenada de sus adultos. “Todo depende de sobre qué valores construyas la moral: este niño tiene que inventarse la suya propia y ha de explorar arqueológicamente en su cabeza para saber qué está bien y qué está mal”, lanza Günday como interpelando a responder un '¿sabrías tú?'.
El autor no oculta su furia contra las lacras del mundo y desembrida su reflexión contra la actual pugna entre Occidente y Oriente. “Oriente Próximo y Medio llevan tiempo siendo el ring de boxeo del mundo, el lugar elegido para la guerra, una geografía cuyo ADN ha cambiado. Turquía está entre esos dos mundos, buscando su propia identidad. Es un campo de batalla cuya identidad ha perdido su naturalidad porque la evolución ha dependido de otros”, asegura.
“Durante siglos, el mundo ha producido una cantidad gigantesca de personas que no tienen nada que perder. La inmigración proviene de esas desigualdades y es sólo un síntoma más de una enfermedad social”, reflexiona Günday, que habla mirando a los ojos. “Esta novela sólo refleja el número de monstruos que existen en la realidad, pero como siempre el libro se queda muy por debajo de la realidad”. Ríe con la boca abierta.
¿ErdoÄan? ¿Trump? “Con perspectiva, podemos decir que nosotros les hemos creado, que son nuestra consecuencia. Si vas dejando que los problemas de un país se vayan acumulando, aparecerá un populista que llegará al poder con sólo 100 palabras antes o después”, dice Günday.
Porque la novela es un mundo de hombres malos. Hombres. No hay bestias femeninas: el fantasma de una madre muerta es, sin embargo, radical para el protagonista. “Es un mundo violento producido por los hombres pero sufrido por hombres y mujeres. Quería mostrar también la soledad del hombre en ese mundo que ha construido”, dispara.
“Y en esa soledad, para este niño el mero hecho de fantasear con su madre ya le sirve para cambiar las cosas”, comenta antes de extrapolar la realidad. “Hay regiones en las que sólo respiran la mitad porque la mujer no tiene su espacio. Si hubiera que hacer una revolución, la primera tendría que ser por las mujeres, porque de lo contrario, el resto de revoluciones serán un asunto de hombres o, más bien, niños enfadados entre sí”.
De pecados, símbolos y palabras
“En el ser humano está todo, virtudes y contradicciones. Nos constituyen cientos de capas identitarias. Si el libro tratara de un Robinson sin Viernes, seguirían estando todos los temas del hombre y los problemas: se convertirá en un explotador de la naturaleza, en un fascista con los animales. Este Robinson atravesará todas las etapas de la humanidad”, expone un Hakan con la obsesión necesaria de quien precisa un cambio urgente.
“El tiempo puede ser curativo si aprendemos algo con él”, dice de la realidad y de la novela. “Gazâ comete muchos pecados por el camino, porque no sabe cómo vérselas con su pasado, muy difícil de aceptar sus propios crímenes, como a ciertos países. Si comienzas con un mal paso, es complicado aceptar las consecuencias”, añade.
Günday sabe de todo el simbolismo que rodea a su obra, de la mitología de sus objetos: una ranita de papel se convierte en el 'Rosebud' de su protagonista, un personaje recurrente es Cuma (Viernes, como aquel de Robinson). Bromea: “Es porque mi libro favorito es el diccionario turco”. “Amo la palabra, es mi instrumento. Intento darles una nueva dimensión. Y los objetos... la ranita simboliza la esperanza, es el signo de la reencarnación en el budismo, pero es de papel, como toda esperanza. Y se puede romper, quemar con facilidad”. Su novela da cuenta de ello:
Gazâ es una mala persona, y aquí no se busca la redención: de hecho si hay alguien bueno, es castigado o usado por el resto. De nuevo habla como si interpelara al lector y le dijera 'mira el mundo que te rodea, ¿ves finales felices?'. “Aquí no se recompensa nada. Pero desde un pozo se puede alzar la vista y ver un sol estupendo. En este niño hay vaivenes, de la esperanza a la desesperación, que tienen la misma definición. Los traficantes de personas son traficantes de esperanza”, reconoce.
Günday ya saca un cigarrillo. Sus influencias son constantes. Se reconoce en ellas como un epígono orgulloso: Céline, Malaparte, Jack London o Hermann Hesse. Pero es del cine donde saca imágenes pretendidamente potentes que no se pueden transcribir por miedo al spoiler: “De Sergio Leone a Gaspar Noé, de Fellini a Iñárritu, sólo hay que dejarse inspirar. Inspirarse es un músculo que hay que trabajar: no se mira el Guernica como se mira una pared”.
¡DAHA! es un calambre, un puño, una salvajada y Hakan Günday, enfant terrible de las letras turcas, durante una de las caladas, comenta off the record que en su juventud no paraba de escuchar música punk. Juventud a gritos. Se nota.