Después de 'Los Durrell' llegan 'Los Cazalet', la familia literaria (y televisiva) con la que pasar el verano
En el caso de las Crónicas de los Cazalet lo mejor es leer primero las novelas y después ver la serie, pero por una cuestión lógica y no de esnobismo: Elizabeth Jane Howard describió las tribulaciones de esta familia inglesa a lo largo de cinco voluminosas entregas que los guionistas tuvieron que condensar –y eso que solo adaptaron los dos primeros– para no acabar con una telenovela de miles de capítulos en las manos. Así, hubo detalles de la historia que por necesidad quedaron fuera sin que por ello la serie sea reprochable. Todo lo contrario: firmada por Douglas Livingstone, es un producto televisivo a la altura de la mayoría que produce la BBC, es decir, de calidad.
Se estrenó en 2001 en su país y hace poco aterrizó en la plataforma de streaming Filmin para alegría de los conocedores de la familia y de los amantes de la televisión británica (a la par o por separado). Su caso es similar al de la familia Durrell, protagonista de la Trilogía de Corfú, la obra autobiográfica de Gerald Durrell que se convirtió en serie de la mano de la cadena británica ITV (también disponible en Filmin).
Pero si algo caracteriza a la pentalogía creada por Elizabeth Jane Howard es un poder adictivo que hace que dejar el libro para dedicarse a otros menesteres sea un fastidio. Algo que era difícil que ocurriese con una sobria adaptación televisiva de la BBC (que también dramatizó la historia para la BBC Radio 4) rodada hace dos décadas y despojada de muchos pormenores importantes de las novelas. Y la serie solo llega hasta cierto punto de la historia, así que para saber qué pasa después hay que acudir a los libros: mucho más recomendable hacerlo al revés.
La primera entrega de la saga, titulada Los años ligeros, se publicó en 1990 y en los cinco años siguientes se lanzaron Tiempo de espera, Confusión y Un tiempo nuevo. El último, Todo cambia, no llegó hasta 2013 y supuso todo un terremoto editorial ya que para entonces las Crónicas de los Cazalet –título en el que se recogen las cinco novelas– ya habían vendido millones de copias y sus seguidores estaban ávidos de información. ¿Cómo iban los matrimonios y las infidelidades? ¿Habría muerto alguien? ¿Seguía estando el clan unido?
La saga abarca tres generaciones de una acomodada familia inglesa durante la primera mitad del siglo XX (el primer volumen se ubica en los años 30 y el último parte de 1950) cuyo punto de reunión es Home Place, una gran casa de campo –mansión, más bien– situada en Sussex. Hay un abuelo y una abuela, tres hijos con sus respectivas esposas e hijos y una hija soltera. Además, en la casa vive el servicio, que casi se siente miembro del clan –un 'casi' muy importante– por el cálido trato que les dispensan sus empleadores (Howard también fue guionista de un episodio de la famosa serie ambientada en la misma época Arriba y abajo). Son un elemento prácticamente obligatorio en este tipo de ficción británica, benevolente con la clase pudiente y su ceguera ante la diferencia de clases sociales.
En el universo de los Cazalet confluyen muchas problemáticas que desafortunadamente parecen atemporales. La frustración por las renuncias hechas, los problemas de salud mental, la orientación sexual reprimida, la poca capacidad de decisión de las mujeres sobre sus cuerpos, el abuso sexual, los roles impuestos en la estructura de una familia tradicional, la objeción de conciencia. Los corsés de los imperativos sociales pero también el abandono de un hijo por parte de una madre que quiere otra vida que no implique la crianza y que asume así un comportamiento por lo general atribuido al padre. Sin juicios, la escritora tiene la capacidad de describir tan bien a los personajes que el lector comprende el por qué de sus decisiones sin necesidad de sentencias (esté de acuerdo o no).
Todas estas vicisitudes ocurren entre tazas de té, partidos de tenis, excursiones a la playa, bailes en clubes sofisticados y mansiones grandiosas. Pero también entre bombardeos de los alemanes sobre Londres, pisos destartalados y habitaciones clandestinas de hotel. Comen grandes manjares pero también pasteles de miga de pan en la época de racionamiento, altibajos de una vida que nunca deja de tener una pátina aristocrática, incluso en la adversidad.
Como casi cualquier superventas, la colección Crónicas de los Cazalet fue tildada de frívola y vacía de contenido por alguna parte de la crítica, que también la menospreció por considerarla “para mujeres”. Pero una cosa es lo que digan las ‘voces autorizadas’ y otra lo que decida el público, que en este caso no les hizo demasiado caso. Howard vendió como churros y para sus fieles sus libros son un lugar confortable en el que refugiarse, donde huele a leña en invierno y a salitre en verano, en donde siempre hay una silla para que el invitado se siente a la mesa y las pasiones se viven con fogosidad aunque sea solapada. Entrar en su universo es como pasar unos días en la casa de la familia estrafalaria de un amigo, completamente diferente a la propia y por lo tanto, fascinante.
“Junto con Iris Murdoch, la escritora más importante de su generación”
“Junto con Iris Murdoch, la escritora más importante de su generación”. Así fue como Martin Amis definió a Elizabeth Jane Howard, que se casó en terceras nupcias con su padre, Kingsley Amis. Fue ella quien le despertó el interés por la literatura en la adolescencia cuando le regaló un ejemplar de Orgullo y prejuicio de Jane Austen, su escritora favorita. No tenía formación reglada pero sí talento y voluntad por aprender, cosa que hizo a base de lecturas autodidactas. Tanto que en 1951 ganó el premio John Llewellyn Rhys (que se otorga cada año a la mejor obra literaria de un autor de la Commonwealth de 35 años o menos) por su primera novela, The Beautiful Visit. Los Cazalets no aparecieron hasta 40 años después.
No es difícil ver trazas de la autobiografía de la escritora en su pentalogía. En ocasiones sus circunstancias recuerdan a la de la moderna Louise, hija de Edward y Villy (cada volumen incluye un árbol genealógico para no perderse en los parentescos). Nacida en el seno de una familia eduardiana, su madre fue una bailarina que había dejado su carrera por el matrimonio, una decisión que terminó en frustración. Antes de hacerse escritora fue actriz y modelo pero en 1942, a los 19 años, se casó con Peter Scott, un naturalista trece años mayor con quien tuvo una hija, Nicola. Les abandonó a ambos cuatro años después para dedicarse a ser escritora.
Se divorciaron en 1951 y tras un breve matrimonio con Jim Douglas-Henry llegó Kingsley, con quien estuvo casi veinte años. Por el camino tuvo numerosos amantes, como los poetas Cecil Day-Lewis y Laurie Lee o el crítico Cyril Connolly. Su trayectoria vital –más allá de por la curiosidad que despierte en sus lectores– es interesante en la medida en la que sus experiencias han influido en sus obras. Hubo temporadas en las que nadó en la abundancia y otras en las que tuvo que subsistir a base de trabajos de media jornada como secretaria. También interpretó el papel de ‘esposa de autor famoso’: aunque ella también escribiese, además se ocupaba de lo doméstico, de la atención a sus tres hijastros y de gestionar la vida social que tenía lugar en la casa. Ella misma contó todos los detalles en su biografía Slipstream: a memoir, publicada en el año 2002 en Reino Unido por la editorial Macmillan.
Todas esas vidas aparecen de una manera u otra en sus trabajos. Antes de las Crónicas de los Cazalet escribió numerosas novelas, algunas bastante exitosas. De hecho, la editorial Siruela sacó en 2020, con traducción de Raquel García Rojas, la que está considerada su mejor obra: Como cambia el mar (1959). Una historia de un matrimonio de clase alta que intenta superar el dolor de la muerte de su hija viajando por el mundo y usando maniobras de evasión cuestionables.
En el año 2002, cuando su fama ya era internacional, fue nombrada Comandante de la Orden del Imperio Británico. Murió en 2014 a los 90 años, poco después de publicar el que fue el último episodio de los Cazalet en 2013. Ese mismo año, en una entrevista para The Guardian se definió a sí misma como “una hirviente feminista” consciente de que el reconocimiento de su trabajo habría sido mayor si hubiese sido un hombre. “Creo seriamente que las mujeres estamos en desventaja (...) El mundo literario está dominado por los hombres, se rascan la espalda los unos a los otros, les gustan los libros de los demás y escriben sobre ellos y tienen la sensación intrínseca de que ninguna de nosotras puede ser demasiado buena”. La perspicacia fue una de sus mejores virtudes.
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