El discurso del Nobel de Bob Dylan, ¿arrogante o humilde?
Un discurso de Nobel cuesta exactamente 819.000 euros. Si de media estos discursos de agradecimiento ocupan 4.000 palabras, podríamos decir que cada una de ellas se paga a 205 euros. Un bote que solo será entregado en efectivo si la Academia Sueca recibe el texto del ganador en un plazo determinado de tiempo.
Dos únicas personas han rechazado la jugosa recompensa en la historia del premio: el autor de Doctor Zhivago, Boris Leonidovich Pasternak, en 1958 y el filósofo francés Jean Paul Sartre en 1963.
Hasta hace pocas horas, algunos pensaban que Bob Dylan engrosaría esta corta lista. La tormentosa relación entre la cúpula sueca y el cantante se ha convertido en un culebrón mediático donde cualquier final era posible. Recordemos que, tras varios días ignorando las llamadas telefónicas de los académicos, el de Minessota hizo novillos en la ceremonia oficial alegando “otros compromisos”. Y, cuando al final se dignó recoger su medalla en Estocolmo, lo hizo sin rueda de prensa y fuera del foco de las cámaras.
La Academia, harta de sus desplantes -algunos más que otros- puso un plazo hasta el 10 de junio para que Dylan mandase su speech. Los descreídos ya daban por seguras las calabazas, pero el trovador volvió a dar un revés a la historia. El discurso ha llegado a la capital sueca y Bob Dylan ya es un Nobel de los pies a la cabeza. Pero, ¿lo es como todos los demás? Su texto desde luego no.
Especialmente memorable fue el discurso de aceptación de William Faulkner, que en 1949 hizo un alegato contra el miedo de los escritores. En otro más reciente, Doris Lessing se lo dedicó a “los no-ganadores del Nobel”, esos novelistas que ya no podrán ser por la falta de oportunidades editoriales. E incluso el de Ernest Hemingway, que no pudo recoger el premio en persona y mandó a un portavoz a leer su reflexión sobre la soledad de este oficio. Todos ellos grandes textos que oscilan entre su forma de ver la literatura, la vida o las dos cosas.
Bob Dylan es un Nobel distinto por razones obvias, por lo que cabría esperar que su discurso no cumpliese el patrón del resto de premiados. Los que lleven meses en vilo tienen la oportunidad de leerse las 4.008 palabras o escuchar durante 27 minutos al narrador Dylan sobre un arreglo de piano. El resultado es el mismo: una sucesión de referentes que empiezan por la música y terminan por Homero.
Las reacciones a su texto han sido variadas. Algunos piensan que se ha limitado a resumir de forma poética algunas de las lecturas obligatorias del instituto: Moby Dick, La Odisea o Sin novedad en el frente. Pero otros muchos creen que Dylan ha exprimido su vis de trovador para transmitir obras de la alta cultura con el mismo carisma que usa en sus canciones.
Las referencias escogidas, desde Herman Melville hasta Remarque, son una forma indirecta de trazar su biografía. Lo hace porque él mismo admite haberse sentido sobrepasado con su elección entre tantos grandes autores. “Cuando supe que había obtenido el Premio Nobel, me surgió la pregunta de cómo se relacionaban exactamente mis canciones con la literatura. Voy a tratar de articularlo. Y lo más probable es que lo haga dando rodeos, pero espero que lo que diga valga la pena y tenga sentido”, introduce el cantante.
Nunca sabremos si el discurso resultante es fruto de la arrogancia y de soltar el encargo lo antes posible, o bien de una profunda humildad. Si Bob Dylan hubiese querido, podría haber escrito una oda a la música, a su profesión y al pulso político de sus canciones. Y se lo habrían permitido porque “él es, en cierta forma, la enciclopedia viviente de los tiempos que le ha tocado vivir”. Pero aquí la cosa va de literatura.
Dylan menciona a Herman Melville porque, como él, dice haber “escrito todo tipo de cosas en mis canciones. Y no voy a preocuparme por eso, por lo que significa todo. Cuando Melville puso el Antiguo Testamento, referencias bíblicas, teorías científicas, doctrinas protestantes y todo ese conocimiento del mar y de los veleros y las ballenas en una sola historia, no creo que tampoco se preocupara por su significado”.
De alguna forma, cada una de sus letras es ahora mirada con lupa para encontrar significados, referencias y códigos escondidos. Pero la obra de Dylan es una crónica más personal que histórica, y eso es algo difícil de catalogar en un estilo literario.
Sin embargo, el propio Nobel admite que Sin novedad en el frente es una obra que sí reconoce en sus canciones. Quizá sea por el espíritu antibelicista y de protesta que recorre la novela de Erich Maria Remarque. “Más ametralladoras atronadoras, más partes de cuerpos que cuelgan de los alambres, más piezas de brazos y piernas y cráneos donde las mariposas se posan en los dientes...”. La guerra descrita como una carnicería ridícula y que aparece de igual forma en su canción A-Gonna Fall de A Hard Rain, donde canta “armas y espadas afiladas en manos de niños pequeños”.
Más allá de un mero resumen, el músico traduce estas obras de forma orgánica a una fábula dylanesca. Convierte en algo palpable las palabras que hemos leído mil veces. Lo hace en parte para reivindicar su forma de escribir, de cantar y de trovar y, en otra, para conectar con esos lectores que rabiaron con su nombramiento. Y por eso lo logra de mejor manera en el clip de 27 minutos, donde Dylan maneja el tú a tú con el oyente.
Pero tanto los que le han criticado como quienes le han seguido mostrando su adoración deben saber una cosa. “Las canciones son diferentes a la literatura. Están destinadas a ser cantadas, no leídas en una página. Y espero que algunos de ustedes tengan la oportunidad de escuchar estas letras de la forma en que fueron diseñadas: escuchadas en vivo o en un disco”, recuerda.
Es la última petición de un trovador que rehúsa vivir como Aquiles, siendo “un rey en la tierra de los muertos” y con sus canciones encerradas en grandes tomos de una biblioteca. “Nuestras canciones están vivas en la tierra de los vivos”, incluidas las de un Nobel de Literatura.