Elena Poniatowska: “Tuve a mi hijo en un convento de monjas y era la apestada”
Elena Poniatowska (París, 1932) nunca ha negado sus extensas raíces nobiliarias, pero le ha costado 90 años abanderarlas con orgullo en un libro. El amante polaco (Seix Barrall) es una doble biografía: la del último rey de Polonia, Stanislaw Poniatowski, y la suya propia, descendiente del monarca, periodista comprometida y una de las escritoras más emblemáticas de su generación. Ahora, su sobrina lejana rinde homenaje a una figura histórica que murió siendo el “gran perdedor de la nobleza europea del siglo XVIII”.
A modo de espejo, Poniatowska va intercalando capítulos de su vida con la fascinante historia de Stanislaw, nacido en 1732 y amante de Catalina la Grande. “Stanislaw fue un hombre enamorado, apasionado. Me cayó bien porque le gustaban las mujeres y el arte e impulsó a muchísimos pintores y actores”, revela la escritora. Si bien muchos líderes actuales carecen de estos valores, Elena reconoce que Poniatowski no tenía madera para reinar: “La sensibilidad está bien, pero no sirve de nada cuando hay que dar órdenes”.
Este ejercicio de memoria no solo es un tributo hacia él, sino también hacia el legado de la propia Poniatowska. La escritora reconoce que ha mantenido bajo llave episodios demasiado dolorosos y otros que, si no los rescataba ahora, se disolverían en una nebulosa propia de la edad que va creciendo con el paso los años. Se nota cuando contesta algunas preguntas. A cambio, las ansias por recordar hicieron de El amante polaco su obra más extensa y ambiciosa de todas.
“Quería hablar de mi familia, de qué diablos somos y qué representamos”. Poniatowska recibe a los periodistas frente al ordenador desde su casa en México. Es el segundo intento de rueda de prensa después de que tuviera que anular la anterior por problemas de salud. “Me queda poco tiempo”, dijo sin dramatismos hace poco. La fugacidad es un tema que le obsesiona desde que recogió el Premio Cervantes en 2013. “Estoy a punto de ser efímera”, dijo entonces. No era cierto. Aún le quedaban por publicar dos antologías de cuentos y dos novelas, incluidas las 1.000 páginas de El amante polaco.
La sensibilidad está bien, pero no sirve de nada cuando hay que dar órdenes
Detrás de esta novela hay tres años de trabajo, una extensa bibliografía sobre Stanislaw Poniatowski y Catalina la Grande en francés e inglés, y un ejercicio de impudor. Al preguntarle cómo hace para afrontar tal tarea a su edad, Elena responde que “a la antigua” y señala dos objetos: una libreta de “letrotas grandes” donde a veces dibuja corazones y una grabadora.
Poniatowska pensaba que El amante polaco iba a ser su última novela, por eso decidió que fuera la plataforma para desvelar un secreto incómodo. Un “chisme”, como ella lo llama, que ha querido contar en alto para extirparse la culpa. En realidad, es mucho más que eso: es un episodio traumático que fue pasto de titulares en todo el mundo desde que salió la primera versión de El amante polaco en Latinoamérica.
Un episodio traumático
En apenas unas páginas, la autora revela que su primer hijo fue fruto de la violación de Juan Luis Arreola en 1954. En El amante polaco le llama “Maestro”, no desvela su nombre, pero tampoco hace falta porque incluso la familia del autor mexicano se dio por aludida. “Estoy sola. No sé lo que es el amor. Lo que me ha sucedido, el catre, la amenaza, el ataque nada tienen que ver con lo que leí en los libros y vi en la pantalla del cine Vanguardias”, escribe Poniatowska.
Lo describe como un momento “monstruoso”, pero para contarlo ha recibido el apoyo de Mane, su primogénito, a quien le dedica el libro. “No recuerdo muy bien por qué quise hablar de esto”, empieza diciendo. Tras pensar durante unos segundos, continúa: “Hay que recordar que yo recibí la educación de los Scouts y nos hacían jurar sobre una bandera decir siempre la verdad”. Lo consultó con su hijo y ambos estuvieron seguros de querer publicarlo. “¿Cómo iba a dejar esto sin explicar? Tenía una obligación moral”, insiste, ya sin dudar.
Yo recibí la educación de los Scouts y nos hacen jurar sobre una bandera decir siempre la verdad. ¿Cómo iba a dejar esto sin explicar?
“Tuve a mi hijo en un convento de monjas en Roma, donde era una muchacha apestada. No iba a la peluquería, siempre llevaba dos trenzas y me llamaban la bambina”, rememora. Desde que dio a luz, todo su entorno le insistió para que mantuviera el asunto en secreto: “Incluso mi tía, que quería adoptar a mi hijo, me dijo: 'Te vamos a dejar escribir novelas pero no vivirlas'”.
Más tarde, se casó con Guillermo Haro, un importante astrónomo mexicano, con el que tuvo dos hijos más y que adoptó a Mane como propio. También Haro era profundamente machista y lo dejaba patente en su matrimonio, como describe su mujer en El amante polaco.
Estos episodios forjaron su carácter feminista. Se sigue identificando como tal cuando le preguntan por la realidad actual y social de México. “Tenemos que denunciar la pobreza, pero también el exceso de las horas de trabajo y el maltrato hacia la mujer”, indica. “Yo vengo del Tercer Mundo, llamado así por Charles de Gaulle, donde pocos tienen las oportunidades que yo tuve. Hay muchos niños que no van a la escuela, que crecen en condiciones de insalubridad y viven colonias realmente pobres. Duele salir y ver las pocas oportunidades que hay”, expresa la que recibió el sobrenombre de Princesa Roja por parte de su familia aristócrata.
La periodista aristócrata de izquierdas
La nonagenaria, nacida en París, forma parte de un linaje que entremezcla tres nacionalidades (francesa, polaca y mexicana) y huellas de sangre azul. Desde su juventud luchó para que el título de princesa no fuese una rémora en su buen hacer literario, por lo que defendió con fervor sus ideales de izquierdas. Prestó sus ojos y le puso oídos a la sociedad mexicana desde 1953, cuando empezó como periodista en el Excélsior.
La investigación, entrevista y reportaje periodístico tomaban otro cariz cuando pasaban por su pluma. Fue pionera de la oralidad en la prensa y canalizó la historia de un país mediante declaraciones de políticos, escritores y artistas. A pesar de todo ello, le ha pesado siempre el síndrome de la impostora. “Yo he vivido con la sensación de no saber si voy a poder hacerlo. Hay una inseguridad en mí que viene de muchas fuentes, como que el español no fuera mi primer idioma”, reconoce la escritora.
Yo he vivido con la sensación de no saber si voy a poder hacerlo
Para paliar sus carencias, empezó a leer a Octavio Paz, Carlos Fuentes o Elena Garro, a quienes entrevistó y pronto se hicieron sus amigos. “Se creó una especie de familia que me protegió hasta que fallecieron”, recuerda. Los retratos dialogados se han convertido en todo un patrimonio intelectual que nos sitúa como espías de estas grandes figuras. Gracias a Todo México charlamos con Paz, con el fotógrafo Gabriel Figueroa o Juan Rulfo.
Pero su momento de gloria llegó con La noche en Tlatelolco, publicada en 1971. Era el testimonio en primera persona de uno de los eventos más sangrientos de la historia de México: la matanza de estudiantes en 1968. “El 2 de octubre, en la noche, sonó el teléfono: 'Los soldados están matando a la gente en Tlatelolco'. El 3 de octubre, a las siete de la mañana, después de amamantar a Felipe, nacido cuatro meses antes, fui a la Plaza de las Tres Culturas cubierta por la neblina, ¿o eran cenizas?”, relata en la novela. Han pasado cinco décadas desde aquella obra, pero la grabadora de la Princesa Roja sigue funcionando.
Para escribir una novela se necesita un estado de espíritu y una fe en ti mismo que nunca te da el periodismo
“Ahorita mismo estoy trabajando en otra novela”, adelanta. Al explicar de qué trata, su mente se traslada a otra época y entrelaza ideas muy rápido. La cabeza de Poniatowska funciona como El amante polaco: es una coctelera de conocimiento, anécdotas y datos históricos. “Tengo una fijación enorme con mi mamá, que fue una mujer muy bella y muy valiente. También tenía un apellido hermoso: Amor. Hay unos anteojos para el sol que se llaman Amor. Me gustaría escribir sobre ella, pero antes debería dejar el periodismo”, explica, pues sigue colaborando cada semana con un periódico mexicano.
“Para escribir una novela se necesita un estado de espíritu y una fe en ti mismo que nunca te da el periodismo”, dice Poniatowska. Por eso ha dejado de escribir columnas. “Sacar de mi propio pecho opiniones políticas me aburría, sentía estaba pontificando y no es mi manera de ser”, explica.
Sin embargo, sigue al dedillo los asuntos de actualidad, como la guerra de Ucrania. “Los rusos son expansionistas, van comiendo las tierras y las vidas de sus vecinos”, apunta, y para ella “Putin no ha dado para nada el ejemplo de ser un hombre generoso o inteligente, sino de ser un tirano”, dice.
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