“Es el caso que he sido, en los treinta y pico años de mi carrera literaria, el más atacado de los escritores españoles […]. Se me buscaban erratas y muchos lo creían, que yo había dicho, en un cuento, que los cuadrúpedos vuelan”, escribió Emilia Pardo Bazán en el periódico cubano Diario de la Marina, donde era corresponsal, en abril de 1912. También es la cita que, en el centenario de su muerte, pone el broche de oro a una de las muestras más importantes del año.
La exposición Emilia Pardo Bazán. El reto de la modernidad, disponible en la Biblioteca Nacional de España (Madrid) hasta el 26 de septiembre, reivindica la figura de una de las grandes escritoras e intelectuales de su generación tanto en España como en Europa. Una exhibición que no es solo necesaria para reivindicar su figura, también para dar luz a ese rompecabezas que era la autora: nacida en el seno de una familia liberal, carlista en su juventud, crítica con el liberalismo, atraída por el progreso, católica declarada y feminista radical.
Son solo algunas pinceladas de una intelectual para la que, según Isabel Burdiel, comisaria de la muestra y biógrafa de la escritora, “no hay respuestas en blanco y negro”. “Fue capaz de ver el mundo desde las dos orillas de ese momento: el carlismo y el liberalismo. Siempre decía que no pensaba por decreto y se sintió libre precisamente porque se desengañó de ambos mundos. Opinaba lo mismo que Virginia Woolf: si no puedo ser una ciudadana activa, ni votar ni ser votada, no me pidas que me afilie a ningún partido”, añade.
De ahí que, para contextualizar todo lo que era Pardo Bazán y esas aparentes contradicciones, la exposición parta desde donde comenzó todo: cuando llegó al mundo el 16 de septiembre de 1851 en A Coruña. Así se puede comprobar en la partida de nacimiento de la autora, expuesta en una de las primeras vitrinas nada más iniciar el recorrido a través de 217 piezas. “Es curioso, porque además esa partida contradice los datos que tengo del día que nació, o sea que probablemente la expidieron un par de días más tarde”, comenta Burdiel.
La primera identidad de la autora, al igual que la de muchas otras personas, se forjó en su entorno familiar. Fue hija de José Pardo Bazán y Amalia de la Rúa, una familia hidalga pudiente posicionada en el bando liberal durante la invasión napoleónica de España. Pertenecían a una nueva “aristocracia útil”, conocedora de una cultura y progreso que debía transmitirse al resto de la sociedad. “Mira, hija mía, los hombres somos muy egoístas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos”, le dijo una vez su padre. Un consejo que, a juzgar por sus posteriores obras literarias, practicó durante toda su vida.
Desde muy joven cultivó un espíritu inquieto y autodidacta que la llevó a explorar nuevos horizontes, pero incluso así tuvo que vivir en Galicia ajustándose al clásico modelo que requería su posición aristocrática: como madre y esposa. De hecho, tras casarse con José Quiroga de Deza comenzó su viraje hacia la posición ideológica del carlismo, llegando incluso a comprar armas en Inglaterra para introducirlas de forma clandestina por la frontera de Portugal. “Era tan atrevida e intelectualmente potente que intentó dotar al carlismo de una teoría política de la que carecía: lo convirtió en un movimiento con posibilidad de progreso en un sentido muy idealizado que tenía”, explica la comisaria. Muestra de ello es el manuscrito que se puede ver en la muestra sobre su teoría del Estado absoluto, idea que posteriormente abandonó.
Su género no le permitía dedicarse a la política ni ir al campo de batalla, pero podía seguir siendo escritora. Por eso, la que se puede considerar como una de sus primeras grandes novelas está precisamente marcada por la Revolución de 1868 y la emancipación de las mujeres en el ámbito laboral. Se trata de La Tribuna (1882), que cuenta la historia de una trabajadora en una fábrica de tabacos en A Coruña que acaba siendo líder del movimiento de “las cigarreras” para protestar contra las largas jornadas laborales y los sueldos, siempre más bajos que los de los hombres.
Emilia Pardo Bazán se separó de José Quiroga en 1884, después de escribir una serie de artículos para la revista La Época que la alzaron como una de las grandes defensoras de la corriente del naturalismo en España. Su recibimiento no fue el mejor: le llovió un aluvión de críticas, tanto a sus ideas como a su figura, y su marido le pidió que parase de escribir y que se retractara de lo publicado. No ocurrió.
'Insolación' y la doble moral de género
“La inevitable doña Emilia”, como era llamada de forma irónica por sus rivales literarios, vivía una situación inusual para las mujeres de la época: estaba separada, era madre de tres hijos y quería abrirse hueco en un mundo principalmente dominado por hombres como era el de la literatura. “Me he propuesto vivir del trabajo literario, sin recibir nada de mis padres […] debo justificar mi emancipación no siendo en nada dependiente; y este propósito, del todo varonil, reclama en mí fuerza y tranquilidad”, explicaba la intelectual en una de sus cartas.
Ser famosa también significaba enfrentarse a la incipiente cultura de la celebridad. Es decir: a un público que admiraba los logros literarios, pero también las vidas privadas de los autores, con chascarrillos y detalles escabrosos que eran especialmente espoleados si quien escribía era una mujer. “Trasto viejo de desván, envuelta en polvo de rosas, mala madre, mala esposa, eso es la Pardo Bazán”, dijo sobre ella el crítico Narciso Correal.
“El ser 'mujer pública' tenía una doble connotación, una de ellas es la de prostituta. Tuvo que gestionar su imagen con lo que significaba la irrupción de una escritora de su calibre y deseo de estar en ese mundo predominantemente masculino”, apunta Isabel Burdiel.
De hecho, Bazán reflejó esta doble moral de género en su novela Insolación (1888), que a pesar de ser considerada como una obra menor en su momentos el tiempo la ha alzado como una de las más destacadas. ¿El motivo? Su tema: no mostrar a su protagonista como alguien abominable por enamorarse tras quedarse viuda, tal y como mandaban los cánones de la época. “Ponía a hombre y mujer en plano de igualdad y denunciaba, con irónica sutileza, la paradoja de la doble moral sexual de su época: actos idénticos provocaban reacciones opuestas, y sociedad y religión los medían con distinto rasero”, escribe Eva Acosta, biógrafa de la autora, en una reciente reedición de la novela a cargo de Penguin Random House.
Esta misma doble moral fue la que impidió que Pardo Bazán entrara en la Real Academia Española porque, según el académico Juan Valera, “su culo no cabía en el sillón”. Han tenido que pasar 100 años para que Santiago Muñoz Machado, actual director de la institución, reconociera el “daño” que la RAE hizo a la autora gallega.
Todavía hoy se pueden encontrar retazos de la desigualdad de género en torno a su figura. Por ejemplo, en biografías o artículos que únicamente exploran la vida de la autora de Los pazos de Ulloa (1886) en relación a sus idilios amorosos y que, por ejemplo, olvidan otros hechos importantes, como su papel a la hora de visibilizar el naturalismo en la literatura europea.
“Hablar solo de Emilia Pardo Bazán en relación a las cartas de Galdós o a otros hombres es machismo, porque no se la considera como individuo y escritora por derecho propio. Pero también es ignorancia, porque si la leyeran verían lo que es evidente para el mundo académico: que es una de las grandes escritoras e intelectuales de su generación”, recalca la comisaria. De ahí que la parte final de esta muestra sea una línea cronológica con todas las obras publicadas por quien, a pesar de los obstáculos del patriarcado, ha logrado hacerse un hueco en los libros de Historia.