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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Literatura para enfrentarse a la muerte: 'El año del pensamiento mágico' de Joan Didion y su alargada sombra

La noche 30 de diciembre de 2003, Joan Didion estaba removiendo la ensalada de la cena cuando su marido dejó de hablar. Le había dado un ataque al corazón fulminante, aunque por un momento ella pensó que le estaba gastando una broma sin gracia. Horas después volvía a su casa con los efectos personales de su esposo, convertida oficialmente en viuda. Este es el punto de partida de El año del pensamiento mágico, uno de los ensayos más célebres de la escritora norteamericana, que se publicó originalmente hace 15 años en Estados Unidos.

Cuando alguien muere hay un lapso en el que la persona que se hace cargo de los trámites no tiene tiempo para iniciar el duelo. Hay que reconocer el cuerpo, recoger sus posesiones, firmar papeles, hablar con la funeraria, darle al play del ritual de la muerte. Son gestiones mecánicas, rápidas, una tregua ante el dolor. Pero una vez se termina la burocracia y todos los implicados vuelven a sus casas, llega el momento de 'la vida sin'. El tiempo se vuelve denso y la lógica no opera de la manera correcta.

La escritora llevaba 40 años casada con el también periodista y escritor John Dunne, de los cuales solo habían estado separados breves periodos de tiempo. Vivían juntos, trabajaban juntos, hacían vida social juntos. “Nuestros días estaban llenos del sonido de la voz del otro”, escribía.

Si ese tipo de relación ya hace difícil el enfrentarse al nuevo estado de las cosas, la escritora aún tenía otro contacto con la muerte con el que lidiar. Su hija Quintana estaba en el hospital gravemente enferma cuando su padre falleció.

El matrimonio había estado visitando a su hija en la UCI de la sexta planta del Beth Israel North antes de sentarse a cenar la dichosa ensalada del 30 de diciembre de 2003. Debido a su precario estado, Didion decidió no contarle nada a su hija hasta que se recuperase. Por lo tanto, el momento de sellar el adiós, de cerciorarse de que el muerto (al menos su cuerpo) reposa en algún lugar ya sin posibilidad de volver, tuvo que posponerse hasta que Quintana salió del hospital, el 23 de marzo.

Ese tiempo entre la muerte y el duelo que no suele durar más de dos días en la sociedad occidental —morgue, tanatorio, funeral— se extendió durante tres meses para la autora. Tuvo muchos minutos, horas, días, para construir ese pensamiento mágico que relaciona causa y efecto sin fundamentos empíricos. Didion quería quedarse sola en casa para que John pudiera volver. No tiraba sus zapatos porque los necesitaría al regresar. No donó sus ojos porque si no, no podría ver. Un clavo ardiendo como otro cualquiera.

Quintana salió del hospital en marzo aparentemente recuperada de aquella neumonía que terminó en una sepsis y que casi se la lleva por delante. Después de depositar las cenizas de su padre en la catedral St. John the Divine en Nueva York, se fue de viaje con su marido a California con la intención de recuperar fuerzas. Al llegar se desmayó en el aeropuerto, se golpeó en la cabeza y la ingresaron en el Centro Médico UCLA, de nuevo grave. Murió el 26 de agosto de 2005.

Joan Didion empezó El año del pensamiento mágico el 4 de octubre de 2004. “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar; y la vida que conoces se acaba. El tema de la autocompasión”. Fueron las primeras líneas que escribió, en enero de ese año, pero no consiguió enfrentarse de verdad al trabajo hasta ocho meses después.

Cuando lo entregó a la editorial, Quintana ya había muerto, pero no lo incluyó en el libro. Ese suceso dio pie a un segundo libro, Noches azules, también sobre la pérdida de un ser querido pero centrado solo en su hija. Tenía 39 años cuando murió y a Didion no le quedaba nadie más por perder.

El año del pensamiento mágico ganó el Premio Nacional de Estados Unidos a la Mejor Obra de No Ficción de 2005 (The National Book Award) y en 2008 se adaptó a modo de monólogo interpretado por Vanessa Redgrave, amiga de la autora. Gracias a este título (y a la campaña de publicidad que hizo para la marca de lujo Céline) regresó a la primera plana de la cultura, que la había dejado un poco relegada. En España el libro se reeditó por Literatura Random House en 2015 y en 2019, cuando se lanzó una nueva edición ilustrada por Paula Bonet.

Sobrevivir a la muerte (de los demás)

Joan Didion se dedicó a la escritura toda su vida. Su madre le regaló un cuaderno cuando era pequeña para que plasmase sus pensamientos y no diese la lata. Así empezó una labor que ha continuado hasta hoy porque es lo único que sabe hacer. Ella misma lo cuenta en el documental dirigido por su sobrino Griffin Dunne [hijo del famoso periodista y escritor Dominick Dunne y hermano de la actriz Dominique Dunne, asesinada por su novio] Joan Didion: el centro cederá que se puede ver en Netflix.

Después de graduarse en la universidad de California, ganó el concurso de ensayos de Vogue (el que relata Sylvia Plath en La campana de cristal) y ahí empezó a destacar por su estilo. Cronista nata, sus artículos en primera persona y su capacidad de trabajo impulsaron su carrera rápidamente. Por el día trabajaba en la redacción y por la noche escribía su primera novela, que salió en 1963, Run, River.

Poco después de casarse con John Dunne, que por entonces trabajaba en la revista Times, se mudaron a California y en 1966 adoptaron a Quintana. Trabajaban como freelance para medios como Esquire, The New York Post, The New York Times o Life. A la par, escribían conjuntamente guiones para películas (lo que realmente les daba dinero) como The Panic in Needle Park (1971) o True Confessions (1981) y cada uno sus propios libros, ensayos y novelas.

Didion se metió en la guerra civil de El Salvador para explicar cuál era la implicación del gobierno de Reagan en el conflicto. Le compró a Linda Kasabian el vestido con motivos mexicanos con el que se subió al estrado para declarar sobre su participación en los crímenes de la Familia Manson. Borró el glamour de la cultura de las drogas en la California de los años 60 cuando encontró a una niña pequeña chupando LSD y criticó el sistema sanitario de Estados Unidos duramente.

No tuvo miedo de entrar en lo más oscuro, lo más peligroso y en denunciar al sistema, al gobierno o a quien hiciese falta. Pero reflexionar sobre la muerte y el duelo puede que fuese el trabajo más difícil que llevó a cabo en su vida. Y, a la vez, con el que consiguió llegar a más gente.

La muerte: asunto universal

Joan Didion recurrió a los libros para aprender a lidiar con lo que le estaba tocando vivir. Pero no se quedaba satisfecha. “Teniendo en cuenta que el dolor por la pérdida es la aflicción más común, su literatura parecía notablemente escasa. Estaba el diario que C.S. Lewis escribió tras la muerte de su esposa, A Grief Observed. Había pasajes ocasionales en alguna u otra novela, por ejemplo, las descripciones de Thomas Mann en La montaña mágica del efecto que produce en Hermann Castorp la muerte de su esposa”. Había poemas, obras de ballet, ensayos profesionales y guías de autoayuda, pero no narración.

Parece que este trimestre algunas editoriales han percibido ese hueco que notaba Didion y han sacado al mercado diversos libros sobre el duelo, la muerte y el intento de escapar de ella. El más cercano a la problemática de la norteamericana es Las estrellas de Paula Vázquez (Tránsito, 2020). La escritora da saltos temporales para narrar los últimos meses del cáncer de su madre y el tiempo posterior a su fallecimiento. Diagnóstico, hospitales, la reconciliación maternofilial, el intento de un remedio eficaz, la ausencia...

“El tiempo del duelo puede experimentarse como la permanencia en una isla cubierta de niebla. Así puede estar la mente, confusa, errante aunque atada a un peso de hierro en una zona sin respuestas. Hay quienes pasan por alto este proceso, siguen la rutina, se levantan, van a trabajar, hablan del asunto con cadencia administrativa. Pero en silencio la falta los inundará. Yo no estoy hecha para mirar hacia otro lado”.

Quien no está dispuesto a llegar al punto y final de la vida es el francés Frédéric Beigbeder. Ni de la suya, ni la de los demás: así tampoco hay duelo. En su nueva novela Una vida sin fin (Anagrama, 2020. Traducción de Joan Riambau) su protagonista, un cincuentón famoso que se hace selfies con estrellas y admiradores que le paran por la calle, recorre el mundo con su hija preadolescente en busca de un método que le conceda la inmortalidad.

“Amor mío, estás muy equivocada: es cierto que la gente, los animales y los árboles han muerto durante miles de años pero, a partir de nosotros, se acabó (...) Sólo me quedaba cumplir esa promesa imprudente”.

El tercero no es literatura sino ensayo narrativo, pero cómo no incluirlo teniendo en cuenta su título: Morir o no morir. Un dilema moderno de Jordi Ibáñez Fanés (Anagrama, 2020). El profesor de humanidades y escritor ahonda a través de la filosofía en el tema de la mortalidad en la sociedad moderna: el suicidio, los ritos funerarios, la idea de la inmortalidad y la eutanasia. Hay preguntas incómodas, respuestas que merecen una reflexión pausada y certezas que replantearse en solo 130 páginas.

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