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“Espera un momento, que Andreu Martín está intentando robarme la cartera”, grita al teléfono Alexis Ravelo (Las Palmas, 1971). El ganador del premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón con La estrategia del pequinés ha ido a Sant Jordi a firmar sus libros sobre el golfo Eladio Monroy -uno de los personajes más queridos por sus lectores-, que ya ha sido el protagonista de cinco historias y una sexta que Ravelo tiene previsto publicar en 2020.
También ha aprovechado para ver en Barcelona a amigos como Martín, uno de los grandes de la cuadrilla del género negro español, poco antes de que se inicie la promoción de su última novela, La ceguera del cangrejo (Siruela) que transcurre en Lanzarote y en la que rinde homenaje al artista César Manrique, además de señalar con el dedo la corrupción urbanística de la isla.
Se cumplen cien años del nacimiento de César Manrique. Esta novela es una buena forma de hacerle homenaje. ¿Qué queda hoy de este artista, fallecido hace 26 años?
Si hablamos de Lanzarote, César Manrique siempre está como fondo, como una especie de demiurgo que coge la naturaleza y la convierte. Antes de César y de todo su equipo, la isla estaba muy empobrecida. El sol era un castigo más que una ventaja. Y ellos lograron crear un modelo de turismo sostenible a partir de una lectura artística del paisaje.
Los que luchamos contra la especulación urbanística en las zonas de sol y playa lo hacemos de forma muy reaccionaria. Primero vienen los del ladrillo y luego vamos los ecologistas a protestar. No tenemos un modelo positivo que proponer. Pero ellos supieron crear un modelo positivo y sostenible de turismo que respetaba el medio ambiente.
Es un modelo que supone una posibilidad de decir a los que piensan que el progreso es el cemento que no es así. Pero ha sido un modelo muy atacado, y de hecho, la figura de César ha sido muy manoseada. Hay quien se ha encargado de enladrillar la costa y luego se ha puesto la medalla de defensor de César.
La novela está llena de 'canarismos' y expresiones de las islas. La música de la novela tiene muchísimo acento canario.
Eso es marca de fábrica. Siempre he procurado no dejar de escribir en canario, pero intento hacerlo de una manera que el lector foráneo pueda entenderlo por el contexto. Mi trabajo consiste en trasladar esa musicalidad esencial que tiene el español de Canarias al texto. Esa manera de hablar expresa una manera de pensar y sentir. Lo interesante es que hables en la variante que hables buscar historias universales con un acento distinto. Es una de las ventajas de la literatura: viajar pagando poco.
El protagonista es un militar rudo, con no demasiada cultura. Y es el bueno de la historia.
Y además me resultó muy difícil construir este personaje. Yo no he tenido la experiencia castrense, de hecho fui insumiso y estuve a punto de acabar en la cárcel por no ir a la mili. Es un mundo que no tengo nada cercano. Me documenté con militares que conocía.
El personaje es muy distinto a mí: bastante machista, cree en la violencia para resolver un conflicto… Pero cuando haces una novela negra necesitas a un tipo o tipa duros. Me interesaba que fuera alguien que no estuviera demasiado versado en arte y literatura para mostrar el universo de César a través de sus ojos. Y mientras él va aprendiendo de César y el arte, el lector también. Quería que la novela tuviera una dimensión didáctica y me parecía interesante que el protagonista fuera un profano en arte.
La novela plantea una cuestión: ¿murió César Manrique en un accidente de tráfico o fue un asesinato? Pero es un interrogante que a día de hoy supuestamente está bastante solventado.
Sí, ahí mentimos como bellacos. Fue un accidente y está demostradísimo. Pero si es cierto que ocurrió en un momento en el que los poderes económicos y políticos empezaron a ir en contra de César porque es el que se pone a favor de las manifestaciones que defienden el paisaje. Incluso hubo personas que querían declararlo persona non grata.
Cuando ocurre el accidente lo primero que pensó mucha gente es que se lo habían cargado, pero hoy en día está demostrado que fue un accidente, aunque siempre ha quedado como una leyenda urbana.
También habla de los delitos urbanísticos. Usted plantea una ficción con empresarios, políticos y mordidas, pero podría ser verdad.
Eso sí que no es una leyenda urbana. En este país que vivimos tanto del turismo de costa estamos a merced de verdaderos terroristas medioambientales. En territorios como Canarias donde lo único que tenemos para ofrecer es nuestro medio ambiente se ha especulado y depredado todo lo que no está escrito. Y muchos, por su poder económico, se han librado de pagar por lo que han hecho. Por mucho que tú depredes en un lugar de costa y luego te ordenen derribar el hotel de turno el paisaje nunca va a quedar igual. Lo que te has cargado te lo cargaste para siempre. Y Lanzarote ha sido escenario de muchísimas operaciones en este sentido. Ha habido grandes operaciones policiales y judiciales para desmantelar estas redes, pero quienes eran protagonistas siempre han salido indemnes.
Bueno, el ex alcalde de Santa Cruz de Tenerife, Miguel Zerolo, está en la cárcel por corrupción urbanística y hay numerosos informes que citan a Canarias como una de las regiones con más delitos de este tipo. Quizá es que desde la península no miramos tanto a las islas.
Es impresionante. Esa tradición del caciquismo que siempre hemos tenido en toda España, en Canarias por la cercanía y ser territorios cerrados, es mucho más eficiente con lo cual el problema se enquista. Los medios de comunicación dependen del poder económico y es difícil denunciar estos casos.
Cuando José Manuel Soria metió la pata se le defenestra por mentir básicamente, pero es que Soria se había limitado a hacer lo que hizo toda su vida en Canarias sin que nadie le dijera nada. En Canarias esta tendencia al caciquismo, redes clientelares, especulación con el territorio, a saltarse las reglas del juego limpio se maximizan. Y es más difícil luchar contra ellos porque todo el mundo conoce a alguien, todo el mundo depende de alguien.
Como dice en la novela: todo está cerca y todo el mundo se conoce.
Sí, o se conoce o está incluso emparentado. De hecho, en esta novela tuve que inventar un municipio para que nadie se sienta aludido. Yo soy muy pobre, no tengo un duro para abogados y ellos tienen mucho dinero. Así que si eso en general en Canarias ocurre, imagina en Lanzarote donde todo el mundo está emparentado con todo el mundo.
Hablando del turismo, ante las riadas de turistas en parques como el del volcán Timanfaya si César Manrique levantara la cabeza…
Hay que diferenciar con lo que está ocurriendo en los centros de turismo de arte y cultura. Ahí César dejó dicho cómo tenía que tratarse y más o menos se está tratando así. Se controlan mucho la entrada a los centros. Hay que diferenciar eso de las zonas turísticas donde sí que no se ha respetado el modelo que él proponía. De hecho intentaron utilizarle para que colaborara en ello, y cuando vio lo que se hacía, que él denominaba arquitectura fascista, dijo que él no le daba una aspirina a un muerto.
Si César estuviera vivo se cogería un cabreo bastante gordo. Era un señor que no tenía pelos en la lengua porque no le debía nada a nadie. Eso le enfrentó a la sociedad en la que vivía, pero fue muy valiente. Imagínate lo que diría hoy en día ante cosas como la del volcán.
En sus novelas está muy presente la lucha de clases. Los de arriba y los de abajo. En la novela negra actual sí suele aparecer la corrupción, pero esta cuestión política no tanto.
Vivimos en una sociedad que está muy desclasada. Los que controlan la seguridad en los aeropuertos se ponen en huelga y todos echamos pestes de ellos en vez de apoyarlos. Yo sigo pensando que existen clases y yo soy de la clase de abajo. Y creo que la visión política tiene que está ahí. Todas mis novelas tienen una lectura política. Forma parte de mi compromiso, pero no como escritor porque creo que un escritor debería escribir como le diera la gana, pero yo soy un hombre muy politizado y no puedo evitar que aparezca esto en mis novelas.
En España nos falta que los escritores seamos menos complacientes con cierto tipo de lector burgués y digamos ciertas cosas que pueden incomodar, pero que creo que hay que decirlas.
¿En España la novela no mete el dedo en el ojo?
Yo creo que sí, pero en los grandes fenómenos de masas de las grandes editoriales, no. Pero son fenómenos precisamente por eso. En España siempre ha habido una orientación del género negro hacia la política, pero quizá se trata de autores que no son los más leídos. Y el público lector se ha ido más hacia lo policíaco que hacia la novela negra.
Pasado cierto boom de la novela negra, ¿cómo cree que está el género actualmente?
La novela negra sigue siendo de mucha calidad. Y además forma parte de la novela negra más política que nos legaron Juan Madrid, Andreu Martin o Vázquez Montalbán, González Ledesma…
En ese sentido sigue gozando de mucha salud y sigue incidiendo en temas importantes. Pero es verdad que es mucho más popular la novela policíaca, que yo considero más un texto de placer que de gozo, según la distinción que hizo Roland Barthes.
El texto de placer está en conformidad con la cultura establecida, produce placer en un lector que vive en esa cultura; y el texto de gozo va a intentar revolverte un poco las tripas y tu relación con tu cultura y el poder establecido, e incluso tu propia relación con el lenguaje. La novela negra está más cerca de ese texto de gozo que de placer y sigue gozando de muchísima salud.
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