El castellano tiene veintidós consonantes y veintiuna existen en las otras lenguas romances. La letra eñe es la única que solo tiene una lengua por casa. Para Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) la eñe se iza, se saluda, se flamea: “La eñe es como un grito o una bandera”. Ñamérica es el nombre de su nuevo libro (Random House, 2021) en el que tras treinta años “reportajeando” por América Latina habla sobre los 19 países en el que la eñe suena en el habla. Ñamérica atiende a una extensión de 12 millones de kilómetros cuadrados en los que viven unos 420 millones de personas.
Caparrós afirma que la ausencia de política en literatura es imposible. Hay un ojo (o una mirada), hay un bolígrafo y hay una mente que concibe el mundo bajo un marco. Así que, “cuando el embajador de Colombia se refiere a escritores neutros, respecto a la delegación de participantes de la Feria del Libro de Madrid, no alude a la ausencia de conflicto o a escritores en contra del presidente Iván Duque, lo neutro serían aquellos que reman a su favor”. Y cierra con la anécdota: “Cuando yo era joven escribí la historia del equipo de Boca. Tuve que entrevistarme con su presidente, en aquel tiempo Mauricio Macri, décadas después sería el presidente de todos los argentinos. Y Macri me dijo: acepto la entrevista pero el texto debe ser sin ideología, a lo que yo le respondí: usted mostrará la suya y yo escribiré desde la mía. Es un imposible de otra manera”.
Mauricio Macri me dijo que aceptaba mi entrevista si el texto no tenía ideología, a lo que yo le respondí: usted mostrará la suya y yo escribiré desde la mía
Cuando se puso a documentar y a manejar datos para escribir el libro se dio cuenta de que “los 19 países que hablan castellano forman un conjunto único en el mundo, muy potente”. Brasil queda al margen porque “es tan desproporcionadamente grande, con una historia e idiosincracia tan distinta, que de algún modo falsea los datos”. El argentino asegura que los datos sobre la zona narran un 40% de Brasil y un 60% del conjunto de 19 países. “Brasil quedó tan fuera de escala que no entra en la misma línea de análisis”. Por ejemplo, según el FMI, el Producto Interior Bruto de toda América Latina es de unos 5.300 millones de dólares y el de Brasil es de 1.900 millones. “Si Latinoamérica existiera serían dos: una hecha de un solo país, otra de veinte; una con cierto peso en el mundo, la otra menos; una habla portugués, la otra castellano”, dice.
Ñamérica es un colosal texto (671 páginas) que se nutre de viajes e investigación, y en el que habla de las personas y sus costumbres, sobre las violencias y la fe, sobre las clases sociales y el color de la piel, sobre los cambios de un continente que ha pasado de vivir del medio rural a construir ingentes metrópolis sumamente hostiles. “Se suele pensar que es el continente de la naturaleza y es cierto que allí siguen las selvas despiadadas, los picos sin final, el río más largo y caudaloso, salitres, mesetas y terremotos; pero el mundo que se supone rural se ha vuelto un entramado de ciudades”, relata Caparrós, que apunta que en 1960 la mitad de los ñamericanos vivían en ciudades y ahora son más del 80 por ciento (cuatro de cada cinco).
Nada mejora tanto el pasado como haber sido víctima de infamias espantosas, y los indios 'ñamericanos' lo fueron sin dudas: un genocidio espeluznante
A Caparrós le motivó “entender qué es América Latina hoy en día, en el ahora”, porque, según indica, “hacía muchos años que nadie hacía un intento de leer el conjunto”. Puede que entre los más leídos sea Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, que además cumple 50 años de su publicación, pero Caparrós señala: “En el libro, muy de acuerdo con la época, había malos macizamente malos y los buenos: los autóctonos que intentaban resistirse (…) Pero esas visiones reductoras de la historia solo producen frases hechas y titanes de cartón y arrebatos sin futuros”. Para el escritor, en Las venas, “había algo injusto en pretender que todos los males del continente empezaron con la conquista”.
Leemos en su ensayo que para ciertos ñamericanos la Edad de Oro “es la precolombina, y la violencia y la injusticia de la conquista católica son el pecado original que todavía pagamos: vinieron a arrasar aquellos tiempos de gracia y armonía”. Caparrós señala que la glorificación de los tiempos anteriores a Colón responde a nuevos nacionalismos y que, “nada mejora tanto el pasado como haber sido víctima de infamias espantosas, y los indios ñamericanos lo fueron sin dudas: un genocidio espeluznante”. Al preguntarle sobre su lectura de la descolonización literal de las calles de América Latina, se muestra claro: “No me gustan. No me gusta ninguna escultura. Pondría helados gigantes que se fueran derritiendo”, y puntualiza, “pero vaya, hace muchos años que se lleva quitando a Colón, en Argentina hace diez años. El revuelo con el recién cambio de la estatua de Colón por la mujer indígena de Ciudad de México no lo acabo de entender. Cambian las épocas y cambian los símbolos. Vimos las esculturas de Lenin en el suelo y no paso nada”.
“Es el continente más desigual porque la burguesía y los que poseen los medios de producción o la materia prima no necesitan que el mercado interno les compre para hacer negocio. El dinero se hace exportando”, señala. Y leemos: “La desigualdad es la medida más extrema de esa diferencia que algunos creemos injusticia. Hay sociedades más pobres, como las africanas, pero en esos países hay menos ricos, menos miembros de la clase acomodada”. Y añade que la desigualdad mide “la capacidad de unos pocos de quedarse con lo que podría ser de muchos”.
Vivimos en un continente que huye de sí mismo: que no hemos sabido construir para quedarse
A Caparrós le interesa la diáspora, de la que él mismo forma parte. “Vivimos en un continente que huye de sí mismo: que no hemos sabido construir para quedarse”. Según la ONU, en 1990 había unos doce millones de ñamericanos fuera, y Caparrós asegura que “ahora son más de treinta millones”, casi tres veces más que en treinta años. El autor piensa que migrar “es la mayor renuncia a cualquier búsqueda de lo común”. “El emigrante, al irse, dice no lo puedo cambiar, no podemos cambiarlo, no logramos producir los movimientos que nos permitirían mejorar nuestros países y quedarnos”. Así que, “como no vamos a salvarnos todos juntos me voy solo, lejos, me deshago”. Señala que pocos movimientos colectivos han tenido tantos seguidores como este, “que desdeña profundamente las soluciones colectivas”.
60 millones de personas serían de ÑUSA; mientras hace dos siglos los hispanos no eran ni el dos por ciento de los norteamericanos, ahora son un veinte. Y afirma: “Sirven a la sociedad norteamericana para funciones distintas: para soportar trabajos desdeñados, por supuesto, pero también para encarar el mal y ponerlo en el lugar ajeno”. Ese grupo que serviría para echarles la culpa y “sentir que estás del lado de los buenos”. Es esa tremenda paradoja entre necesitar migrantes y temerlos.