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Historias de los Balcanes relatadas por un diplomático español

Gabriel García Márquez escribe en De viaje por los países socialistas, que “a los países, como a las mujeres, hay que conocerlos acabados de levantar”. También a los hombres, desde luego, hay que observarlos en pijama y despeinados. Y es lo que hace Enrique Criado, que nos cuenta en su libro El paraguas balcánico: un paseo sin protocolos (Aguilar, 2019) una Bulgaria recién levantada de la cama, antes de adentrarse en el resto de países que forman el avispero de los Balcanes. 

El título nos recuerda la forma más eficaz de librarse de un enemigo: un parasol con la punta impregnada de veneno letal, que acabó con la vida del escritor búlgaro Georgi Markov en 1978, en el puente de Waterloo, Londres, de la mano de los servicios secretos más eficaces del antiguo bloque soviético.

“Se llora dos veces: al llegar y al marcharse”

El autor hace suya la frase de un diplomático de los años 30, José Sebastián de Erice: “Cuando a uno lo destinan a Bulgaria llora dos veces, al llegar y al marcharse”. Ahora podemos saborear las lágrimas de su despedida, gestadas en tres años de estancia de Enrique Criado (Madrid, 1981) en la Embajada de España en Sofia, Bulgaria, en la que sirvió desde 2015 a 2018 como segunda jefatura.

De Criado ya hablamos en eldiario.es hace tres años. Entonces publicaba Cosas que no caben en una maleta. Experiencias de un diplomático novato, donde contó las peripecias de sus tres años de misión africana en la República Democrática del Congo.

Bulgaria, la gran desconocida de Europa

Bulgaria es la estrella de este nuevo libro, que nos permite conocer uno de los países más desconocidos de Europa, a pesar de que ha sido cuna de algunas de las más importantes civilizaciones de nuestro continente. Los búlgaros son descendientes de tracios, celtas, griegos y romanos, y durante cinco siglos sufrieron la ocupación turca, hasta que en 1878, tras la guerra ruso-turca, el estado búlgaro fue restablecido.

Tras la II Guerra Mundial, Bulgaria se convirtió en un estado socialista y estuvo bajo la influencia de la Unión Soviética. En 1989 y tras el desmantelamiento de los estados socialistas y la caída del muro de Berlín el país se convirtió en una democracia parlamentaria.

En cualquier caso, Bulgaria es rabiosamente europea. En palabras de Criado: “El búlgaro es un pueblo que lo comparte todo con nosotros, y además baila ritmos que desconocemos, come cosas que no hemos probado y ha vivido experiencias que nosotros solo hemos leído o visto en el cine”. 

Posiblemente cuando aterrices en Sofia estarás perdido, no les entenderás porque escriben en cirílico, hablan una lengua muy rara para los españoles y mueven la cabeza como si dijeran no cuando en realidad te están diciendo que sí, lo que nos descoloca, pero sintonizarás pronto con un pueblo que tiene alma latina, generosa y abierta.

“Los Balcanes producen más His­toria de la que son capaces de digerir” 

No se puede hablar de Bulgaria sin vincularla con la historia de los Balcanes, por lo que es un acierto haber elegido, para ilustrar la portada del libro, una imagen del puente sobre el río Drina a su paso por Visegrad, actualmente en territorio de Bosnia.

La elección no es gratuita y nos remite a la novela Un puente sobre el Drina, del escritor serbio Ivo Andric (Nobel de Literatura, 1961), una obra maestra. Aunque escrita en Belgrado, es un texto con el que cualquier balcánico puede identificarse. La trama se desarrolla en la ciudad de Visegrad y su puente, y relata una historia que abarca cuatro siglos, incluyendo la dominación otomana y austrohúngara y las relaciones entre musulmanes y ortodoxos. 

El libro no se conforma con un retrato profundo y analítico de Bulgaria (nos cuenta paseos por Plovdiv, Veliko Tarnovo, Varna, Melnik, Bansko, Blagoevgrad, Rila, Borovets, Buzludzha…) sino que pone el foco en la totalidad de los Balcanes, incluyendo zonas laterales que nos permiten comprender la geopolítica europea del siglo XX y los lodos que han llegado hasta nuestro siglo XXI.

El paseo “sin protocolos” nos lleva a Turquía, Grecia, Rumania, Albania, y a todos los países que formaron parte de la antigua Yugos­lavia, además de dedicar atención a Ucrania, Moldavia, Israel o Chipre por las relaciones laterales que los caprichos de la historia forjaron. Como dice el autor, citando a Churchill, “los Balcanes producen más His­toria de la que son capaces de digerir”. En su momento, “los yugoslavos se tragaron la cicuta del nacionalismo y de la exaltación religiosa, entrando en una espiral de conflictos en los que ganaron los malos de cada lado”-añade el autor.

Criado no se conforma, en su vertiente de viajero incansable, con empirismo y anécdotas suculentas (se ha pateado todos los países de los que nos habla, algunos en diversas ocasiones) sino que completa su trabajo con una monumental documentación que puede satisfacer al politólogo más exigente.

La guía de lectura que incluye El paraguas balcánico satisface al lector más puntilloso y preparado, como ya hiciera en su recomendable libro sobre el Congo: nada menos que 52 referencias literarias y una decena de películas permiten al erudito más curioso ampliar lo que nos cuenta en sus más de 400 páginas.

Del rey Simeón a Antonio Banderas pasando por Añete

Como pasaba en su libro sobre el Congo, la mirada de Enrique Criado nos traslada, con fino sentido del humor, mil anécdotas sobre la presencia de España en los Balcanes. Desde un rodaje con Antonio Banderas en Sofia, donde es muy popular, pasando por los baños de masas del futbolista de Coria del Rio Antonio Salas, Añete, cuando jugaba en el Levski de Sofia o sobre el españolísimo rey Simeón de Sajonia-Coburgo, primer monarca destronado que entró en política para ganar unas elecciones.

Especialmente interesante es el descubrimiento de una comunidad judía de origen sefardí cuyos ancianos hablan ladino como lengua materna y usan, en familia, refranes, frases hechas o canciones de origen judeoespañol (“xicomancebo, tengáis camino de leche y miel”). Si te interesa el tema y quieres echar una lagrimita, te recomiendo que veas el documental Ladino Ladie´s Club (2015) de Georgi Bogdanov y Boris Misirkov.

También se ocupa de la tragedia de los judíos búlgaros, más de 65.000, 11.000 de los cuales acabaron en los campos de la muerte nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Del yogur búlgaro vino Danone

De aquellos polvos, vinieron estos lodos. El yogur búlgaro viajó a Tesalónica de la mano del sefardí Isaac Carasso, una historia recogida en El olivo que no ardió en Salónica, una novela histórica de Manuel Mira que relata como un judío de origen español que vive en la Jerusalén sefardí, Salónica, busca el elixir de la vida en el jaurt. Lo encuentra en una lejana región de Bulgaria.

Con su secreto bien guardado y las maletas llenas de miedo, Isaac Carasso y su familia rehacen el camino hasta el barrio del Raval, en Barcelona, donde logran fabricar un yogur de propiedades medicinales. Y ahí nació la que sería una de las grandes empresas mundiales de lácteos, Danone. El hijo pequeño de Isaac, Daniel, al que llamaban Danon, se estableció primero en España y después en Francia y convirtió su apodo familiar, añadiéndole una “e”, en una multinacional de la alimentación.

De la saga sefardí búlgara o de los Balcanes provienen también otros españoles notables como el publicista Lluís Bassat o el empresario de Mango Isak Andic, pasado por Estambul. Un escritor que seguro que les resulta familiar, nacido en Ruse, Bulgaria, a las orillas del Danubio, también de origen judeoespañol, es el ganador del Premio Nobel de Literatura de 1981, Elias Canetti, que señala el pueblo de Cañete, en Cuenca, como cuna de su saga familiar.

Mesic, el personaje que habla 56 lenguas y entiende 70

El paraguas incluye perfiles de personajes apasionantes. De su anterior obra sobre su estancia congoleña ya reseñamos tres retratos de gran intensidad. En esta obra se incluye uno que a mí me parece espectacular. Se trata de Muhamed Mesic (Tuzla, 1985), jurista, bosnio, con quien el autor coincidió en su estancia educativa en Viena, mientras Criado cursaba quinto curso de Derecho y el personaje que nos ocupa hacía, simultáneamente, tercero, cuarto y quinto, casi con poderes sobrenaturales parecidos a los de Casado para aprobar un montón de asignaturas al mismo tiempo.

Con 20 años, Mesic dominaba 35 idiomas. Me he tomado el tiempo para seguirle ahora el rastro y hace un par de años, con 32, último dato del que dispongo, hablaba con fluidez 56 lenguas y era capaz de entender alrededor de 70. Criado cuenta que era la estrella de las fiestas de Erasmus porque recordaba todas las canciones de Eurovisión por año y por país sin ninguna vacilación.

A estas habilidades sumaba otras circunstancias que no le hicieron la vida nada fácil: huérfano de guerra, musulmán y homosexual. Después ha dedicado buena parte de su excelente preparación como jurista a trabajar en el espinoso mundo de los crímenes de guerra que tanto marcó a su comunidad bosnia.

Los médicos que le examinaron para conocer el origen de su extraordinaria capacidad concluyeron que el síndrome de Asperger que padecía, una forma ligera de autismo, le permitió aprender lenguas con mucha facilidad, a veces de forma inconsciente. Por ejemplo, empezó a hablar lituano con fluidez en solo dos semanas, ayudándose de YouTube, de un par de libros y 43 historietas gráficas en la lengua báltica, que le entretuvieron en sus ratos de ocio.

Las dos ciudades de Emir Kusturica: Javier Solana, preso

No quiero destripar más el libro de Criado, que hay que leer si se va a los Balcanes y especialmente a Bulgaria, pero no me resisto a terminar esta reseña sin mencionar las ciudades de Kusturica y el paso por Transnistria.

Emir Kusturica, gran director de cine, guionista y músico, nacido en Sarajevo, en Bosnia, que comenzó la guerra de Yugoslavia “siendo un joven bosnio, internacionalista, laico” y que la terminó “como nacionalista serbio, convertido al cristianismo ortodoxo” es el fundador de dos ciudades-símbolo: Andricgrad y Kustendorf.

Andricgrad está precisamente en la orilla del rio Drina, a su paso por Visegrad, en Bosnia, donde se encuentra el puente que inspiró al escritor Ivo Andric y se ha convertido en un visita imprescindible para los nacionalistas serbios, con un mosaico que recuerda a Gavrilo Princip, el asesino del heredero del trono austrohúngaro, Francisco Fernando de Austria. Andricgrad, como una gran provocación, se inauguró cien días después del atentado de Sarajevo que desencadenó la primera guerra mundial, el 28 de junio de 2014.

El segundo pueblo creado por Kusturica se llama Drvengrad (o Mecavnik, como la localidad más cercana, o Küstendorf, un nombre alemán inventado por el propio Kusturica) que sirvió como decorado de su película La vida es un milagro (2004).

En Drvengrad, Kusturica homenajea a Djokovik o George Lucas; a Dostoyevski o Visconti. Hay calles y plazas dedicadas a Maradona, Spike Lee o Fellini y una cárcel simbólica cuyos únicos presos son George W.Bush y Javier Solana, a quien responsabiliza de los bombardeos de la OTAN sobre Serbia durante la guerra de Kosovo.

En Kustendorf no hay Coca Colas o cualquier otro refresco fabricado por multinacionales. Se bebe boza, un zumo natural local cuya botella incluye la cara de Kusturica disfrazado de Che, o rajika, el aguardiente serbio. 

Transnistria, como cruzar un país casi sin respirar

Finalmente, unas líneas para Transnistria, un territorio independiente desde 1990 (no sé si llamarle país), que tiene billetes propios (las monedas son de plástico) y cuya capital es Tiraspol. En realidad se llama República Moldava Pridnestroviana (RMP).

Transnistria no tiene reconocimiento internacional, pero cuenta con gobierno propio, parlamento, ejército, policía y sistema postal. Tiene su propia Constitución, bandera, himno nacional y escudo, pero su falta de legitimidad internacional obliga a sus ciudadanos a tener otra nacionalidad: moldava, rusa o ucraniana, porque los únicos países que lo reconocen son Abjasia y Osetia del Sur.

Estuve allí hace un año y me paré a tomar unos cafés en Tiraspol, la capital, pero Criado tuvo peor suerte porque llevaba su coche con matrícula diplomática y la policía de fronteras, de un Estado que España no reconoce, solo le permitió cruzarlo, tras largas horas de espera, con la condición de no pisar suelo transnistrio, para que pudiera llegar a la preciosa y mítica ciudad de Odessa, en Ucrania, al otro lado de la frontera.

A mí me recibieron con tableteos de ametralladora y sonido de bombas, un domingo a mediodía, porque estaban preparando, aparentemente, un desfile militar, pero pude vivir el ambiente de un extraño país controlado por un conglomerado empresarial llamado, nada más y nada menos, que Sheriff.

Sheriff, fundada en 1993 por Viktor Gushan e Ilya Kazmaly, antiguos miembros de los servicios secretos de Rusia, explota refinerías, grandes almacenes, gasolineras, distribución de alimentos, telecomunicaciones, constructoras, editoriales, televisión, concesionarios de automóviles, bebidas alcohólicas y tabaco. Las malas lenguas dicen que también tiene intereses en la fabricación de armas.   

En 1997 creó un equipo de fútbol, el Sheriff Tiraspol, que juega en la Liga de un país que no les reconoce y del que se separaron: Moldavia. Después se gastó 200 millones de dólares en la construcción del Sheriff Stadium.

Vivir para ver. Esto sigue siendo Europa. Buena parte de estas historias las leerán en El paraguas balcánico de Enrique Criado.