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Iban Zaldua: “Hay panfletos excelentes en la historia de la literatura”

Elena Cabrera

25 de noviembre de 2021 22:32 h

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El escritor vasco Iban Zaldua (nacido en San Sebastián, residente en Vitoria) es un maestro de la distancia corta literaria. No solo de la ficción, como ha demostrado en sus libros de relatos, sino también en el género ensayístico del panfleto, el manifiesto, el decálogo o la epístola, herramientas que maneja con una elegante fineza irónica que, en realidad, reparte críticas como panes.

Premio Euskadi de ensayo en 2012 por Ese idioma raro y poderoso sobre la literatura vasca, también se ha atrevido con la novela, quizá porque algún relato se le fue de las manos, y con la reunión en un libro de diferentes textos que reflexionan en torno a la cultura, titulado Panfletario (Pepitas de Calabaza, 2021). (La editorial ofrece aquí la lectura de las primeras páginas en PDF).

Su último libro se titula Panfletario. Hace dos años, la responsable del área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid llamó “panfletarios” a los periodistas que trabajaban para su ayuntamiento en una radio pública ya desaparecida. Pretendía ser un insulto. Yo recuerdo, en cambio, el espléndido e inspirador Panfleto para seguir viviendo de Fernando Díaz. ¿Un panfleto es lo que peyorativamente decimos que es, o es otra cosa?

Es y no es. A mí no se me ocurriría utilizar el término panfleto de manera peyorativa: hay panfletos excelentes en la historia de la literatura. Fíjate, además ahora que José Ovejero ha hecho una nueva traducción: el Manifiesto Comunista es una obra extraordinaria en ese sentido. El del panfleto es un género que respeto mucho, vamos. Otra cosa es cuando se aplica el adjetivo a una ficción. Y ni siquiera entonces estoy de acuerdo en que tenga por qué ser peyorativo, como demuestra la novela de Díaz: lo que pasa es que hay que ser muy buen escritor para ser conscientemente panfletario y salir bien del asunto. Dicho esto, lo he utilizado en el título de mi libro porque, básicamente, lo que reúno son microensayos con forma de manifiesto o panfleto, y un conjunto, un contenedor de panfletos sería eso, un panfletario. Es decir, lo utilizo como sustantivo, no como adjetivo. Aunque el lector es siempre soberano y puede entenderlo como le guste…

Me gustaría aprovechar que su libro puede servir como trampolín para hincar el diente a algunos acontecimientos y aspectos de la escena literaria actual, ya que pertenecen a temas que usted aborda, sin miedo, en los textos reunidos en Panfletario. Por ejemplo, empecemos por los premios literarios, un tema al que me lleva su Texto para leer en la entrega de un premio literario y también Dignidad. En el último trimestre del año, los medios publicamos entre dos y tres noticias a la semana sobre alguien que recibe un premio. Cuando le dieron el Cervantes a Cristina Peri Rossi, ella dijo que no quería "entrar en el circuito de los grandes premios" y que estaba “orgullosa” de no haberse “vendido por unos milloncitos” ¿Hay escritores de premios y luego están los demás?

Bueno, creo que todos los escritores hemos pasado por lo de los premios alguna vez. No sé, en mi adolescencia empecé a presentarme a premios juveniles y supongo que si seguí escribiendo fue, en parte, porque gané alguno y eso me animó: cuando empiezas a veces no tienes otra manera de validarte… Y luego hay premios y premios, por supuesto. Ciertamente, aunque de hecho tiene una lista de premios bastante larga, no veo a Peri Rossi participando en una farsa como la de los premios Planeta, por ejemplo, aunque seguro que se lo han ofrecido alguna vez. Con los premios pasa un poco como con los relojes de Julio Cortázar, que uno no sabe si te los regalan, o eres tú el regalado…

Tengo más preguntas sobre los premios: ¿cree que sería conveniente que alguna vez alguien decidiera rechazar un premio?

Se ha hecho alguna vez, ¿no? Por lo menos en el campo de las artes plásticas. En el País Vasco también se convirtió en una costumbre por parte de algunos, en una época, rechazar el premio Euskadi, el que otorga el gobierno vasco, aunque la mayoría de los que lo hicieron han vuelto, muy discretamente, al redil del mismo, pese a que los cambios que se hicieron en el procedimiento fueron más bien cosméticos. En fin. Dependiendo del premio, supongo, puede ser un buen toque de atención. Pero habría que hacerlo mejor, más teatralmente, no sé, recorrer todo el camino que marca el Planeta, por ejemplo, y rechazarlo en la cena del galardón, denunciando cómo ha sido el proceso, con detalles, mostrando lo básicamente podrido que está, y arrancándose el esmoquin o el vestido de gala en plan stripper para enseñar el traje de Marvel o de la Guerra de las Galaxias que llevas debajo.

Y una más: ¿deberíamos los medios seguir dando noticias sobre los galardonados en premios? ¿Serviría para algo? ¿Dejarían de ser un instrumento promocional para convertirse en rendimiento de actividades económicas?

Supongo que el axioma es que los premios siempre están mal salvo cuando te dan uno a ti, y entonces lo que quieres, lógicamente, es que lo publiciten, que para eso tenemos un ego. Yo pienso que deberían ofertarse más becas y menos premios, y que los medios de comunicación deberían dedicar más espacio a la crítica, a la de verdad, pues se ha ido miniaturizando con el tiempo hasta convertirse en reseñismo duro, y menos a presentaciones de libros o premios. Si el cambio se realiza en ese sentido, creo que podría servir para algo. Si solo sirviera para amortizar el espacio que la literatura ocupa en los medios, pues quizá no tanto…

Luego le pregunto sobre el periodismo cultural pero, ya que estamos hablando de premios, dígame qué significa que tres guionistas reciban un millón de euros por publicar una novela firmada por una falsa escritora.

Significa varias cosas. Una, lo decía hace poco la escritora Katixa Agirre, que la presencia ascendente de las mujeres en el mundo literario provoca rabia en algunos hombres, que creen que pueden subirse a esa ola, por precaria que sea, y aprovecharse de ella. Aunque hay quien lo ha puesto en paralelo, no es para nada lo mismo la necesidad que algunas escritoras, sobre todo en un pasado a veces no tan lejano, tenían de ponerse un seudónimo masculino, por pura supervivencia artística, y esto de los Mola, que tiene más que ver con un comportamiento parásito. Otra, que ya está llegando a nuestro sistema literario el trasvase de “talentos” desde el mundo audiovisual al literario: antes eran el cine y la televisión los que acudían a los escritores en busca de ideas e historias; esta tendencia ya iba adelantada en el mundo anglosajón, donde el dominio de lo audiovisual viene de antes, y supongo que ya nos toca, como síntoma. Una tercera tiene que ver con que se trata de un episodio más de la guerra dentro del duopolio o el triopolio editorial español, algo que siempre hace que me ponga pesimista, porque me recuerda lo concentrado que está económicamente el sector.

Y ahora sí: el periodismo cultural. Se ha hablado de este tema recientemente en algunas columnas de opinión. Las noticias literarias son “repetitivas y un poco monótonas”, dice usted: “entrevistas promocionales, publirreportajes, otorgamiento de premios”... En Propuestas para supuestas noticias novedosas del mundo de la literatura nos das algunas ideas a los periodistas culturales sobre qué tipos de artículos podríamos hacer para salir de esa monotonía. Ya sé que contestar a esta pregunta precisamente en el interior de la sección de Cultura de un periódico puede ser un poco atrevido, pero confío en su sinceridad: ¿cuáles son los problemas del periodismo cultural?

Ese panfleto, que escribí junto al poeta y sin embargo amigo Rikardo Arregi Díaz de Heredia, partía de la sorpresa que nos produjo el corte de un noticiero televisivo, en el que la noticia era que el libro de un autor famoso ¡había entrado en imprenta! Sin entrar, por supuesto, en si el libro era bueno o no, si iba a tener algún significado a medio o largo plazo... La necesidad de novedades continuas y, sobre todo, de novedades conectadas con el aspecto más comercial y consumista del mundo cultural, genera monstruitos, y ese es el sentido que quisimos darle a nuestra fabulación. No tengo fórmulas mágicas, y aún me atrevo menos a recomendárselas a alguien que, como tú, está precisamente en las trincheras del periodismo cultural, pero pienso que estaría bien parar un poco, andar con menos prisas, no hacer tanto caso de la actualidad, profundizar más en los temas, investigar lo que se está cociendo en los márgenes, sobre todo entre la gente más joven, y no solo en el mundo de la música, que es donde tradicionalmente se ha buscado “lo joven”. Y lo que he dicho antes, revitalizar la crítica, la que se arriesga, la que lleva en sí el peligro de equivocarse en su juicio. Pero me temo que todo esto es demasiado general, demasiado obvio para que os sirva de nada…

En el periodismo cultural estaría bien parar un poco, andar con menos prisas, no hacer tanto caso de la actualidad, profundizar más en los temas, investigar lo que se está cociendo en los márgenes, sobre todo entre la gente más joven

La pregunta del millón (no me refiero al Planeta): ¿ha muerto la crítica? Perdóneme si le parece un poco obvia, pero la encuentro inevitable.

No del todo. Yo leo algunas cosas de Nadal Suau, o de Gonzalo Torné, o de Ignacio Echevarría, o de Carmen de la Cueva, y, aunque no esté siempre de acuerdo con ellos, me parece que hay algo vivo ahí, retorciéndose. Pero es verdad que desde los medios generalistas llegan menos señales de vitalidad. Y luego yo detecto, por lo menos en mi entorno, el de la literatura en euskera, una desconfianza hacia toda la crítica que no sea compadreo y emoción compartida, o intercambio de cubiertas de libros por Instagram. Y una desconfianza, sobre todo, a que las escritoras y los escritores puedan ejercerla, como han hecho toda la vida: una imposición del “perro no come perro” que me incomoda. Porque para mí la crítica es consustancial al ejercicio de la escritura, que no es más que una extensión de la lectura. Y puesto que leer implica opinar sobre lo que lees, para mí la crítica es inevitable, aunque no la practico tanto como quisiera porque, evidentemente, exige mucho trabajo, y mucha responsabilidad.

También es inevitable hablar con usted de la Cosa (la manera en la que denomina al conflicto vasco, incluyendo la violencia y el terrorismo). No le voy a pedir que me dé siete motivos para escribir sobre ello porque ya están recogidos en Panfletario. Pero sí me gustaría que nos trazara un evolución sobre la literatura que aborda la Cosa. ¿Cómo era antes y cómo es después de septiembre de 2016, fecha de la publicación de Patria?

Yo creo que la fecha importante no es la de la publicación de Patria, sino la del fin de la violencia de ETA, 2011. Lo que pasa es que la literatura va más lenta que la historia, por lo general, y al final de alguna manera los dos momentos se solapan: hay quien dijo que novelas como Twist, de Harkaitz Cano, o Mea culpa, de Uxue Apaolaza, o Martutene, de Ramon Saizarbitoria, eran ya obras post-ETA, pero no puede considerárselas tales, porque aunque se leyeran después del abandono de las armas por parte de la organización terrorista, fueron escritas 'durante'. La de Aramburu es ya parte de la verdadera ola de la literatura post-ETA, pero su conversión en 'acontecimiento' hace que se convierta, de alguna manera, en una especie de frontera. Y también de modelo, tanto a imitar como a batir. Sí que creo que ha propiciado, al menos por unos años, que se puedan publicar en castellano algunos títulos en torno al tema que habrían tenido una salida más difícil en otras circunstancias, aunque no sé si eso durará mucho.

En euskera no creo que haya cambiado tanto el asunto, porque siempre se ha escrito sobre ello, y se seguirá haciendo, inevitablemente. ¿Qué ha podido cambiar? Que lo que se hacía durante la fase más violenta del conflicto era, mayoritariamente, literatura contemporánea, en el sentido en que se habla de las “novelas contemporáneas” de Galdós, mientras que la que se pueda estar haciendo a partir de ahora supongo que tiende a ser cada vez más literatura histórica, a convertirse en novela histórica. O en literatura que no habla tanto del “conflicto” en sí, sino sobre el “relato” del mismo. También destacaría, ya fuera del campo de la ficción, el papel que están teniendo o tendrán textos biográficos, autobiográficos o memorialísticos, esos que están sacando a la luz testimonios que, por miedo o por prudencia, no pudieron hacerse públicos en su día.

'Patria' ha propiciado, al menos por unos años, que se puedan publicar en castellano algunos títulos en torno al tema que habrían tenido una salida más difícil en otras circunstancias

Tampoco le voy a pedir siete pero sí algún motivo no para escribir, sino para leer literatura sobre el conflicto vasco.

Bueno, por la misma razón que hay que leer literatura e historia sobre la Guerra Civil y el franquismo, que es lo más gordo que ha pasado en España durante los últimos ochenta y cinco años: porque es lo más gordo que nos ha pasado en los últimos cincuenta y pico años en el País Vasco. Y porque hay libros muy buenos sobre el asunto, aunque, como en todo, también los hay que lo son tanto.

Hábleme del “escritor amargado” al que se refiere en uno de sus textos (no como alguien en concreto sino como un retrato robot porque “todos los escritores están amargados por definición”, en sus palabras) y dígame también si le quedan amigos escritores y escritoras.

[Ríe]. En principio era un manifiesto sobre el escritor vasco que como escribe en una lengua minorizada, un entorno diglósico y para un público minúsculo, siempre tiene motivos para sentirse un poco víctima, que es el zeitgeist más extendido y también, al mismo tiempo, el más codiciado de nuestra era. Pero cuando me planteé si era de los textos que tenía que traducir al castellano, o era uno de esos menos “trasladables” al ámbito hispano, me di cuenta de que la cosa apenas cambiaba, salvo en algunos detalles accesorios: los escritores que he conocido por ahí fuera son, por lo general, tan quejicas como los vascos, aunque el abanico de motivos varíe más o menos. Así que no me costó mucho “universalizar” el manifiesto original: los escritores del mundo turbocapitalista postindustrial no somos, a fin de cuentas, tan diferentes entre nosotros, aunque de vez en cuando te encuentras con algún ser de luz por ahí, no tantos como podría esperarse. Y sí, me quedan amigas y amigos escritores, algunos muy cercanos, sin los que me sería difícil imaginar en la jungla literaria. ¿Ves? Ya estoy exagerando, como buen escritor amargado que soy…

Leer tiene que ser divertido, por lo visto, pero nadie se plantea que aprender a resolver ecuaciones de segundo grado tenga que ser divertido

Dado que también aborda en el libro la enseñanza de la literatura en los ciclos obligatorios, tengo mucho interés por su perspectiva al respecto. En Sí, por favor, que me obliguen citas un texto que el escritor, y profesor, Javier Mestre publicó en este periódico y con el que pareces estar de acuerdo. En la ESO y en el Bachillerato actual ya no se obliga a leer a los clásicos, al menos no tantos como antes, sino que se cultiva algo más parecido a la incitación a la lectura con obras actuales y más sencillas de digerir. “Leer y leer cualquier cosa no es lo mismo”, dice usted. “Si no se obliga a leer, la lectura se extingue”, dice Mestre. ¿Es así? ¿Cuánta responsabilidad tiene el cambio en la educación de la generación de lectores que ahora están en su veintena?

En este caso sí me refería, y lo comento en el texto en cuestión, a los diferentes “menús” con que alimentan literariamente en algunos institutos vascos al alumnado en la asignatura de lengua y literatura vascas, y en la de lengua y literatura española: en la primera, por ejemplo, les ponían una novela negra muy de consumo, muy del montón, y en la de literatura española El túnel, de Ernesto Sábato, toma. Y me preguntaba si eso, entre otros factores, tenía que ver con los escasos índices de lectura en euskera que presentan los jóvenes y las jóvenes vascas cuando superan la educación secundaria: a fin de cuentas, si de educar el gusto literario se trata, la droga buena la pasaban en la clase de español, no en la de euskera. Pero leyendo el texto de Mestre, entre otros, me di cuenta de que el problema es más general.

Me da la impresión, cada vez más, que la literatura es un medio, no un fin en sí mismo. A través de la literatura queremos sobre todo que aprendan, a ser posible sin esforzarse mucho, gramática y redacción, y luego, en segundo plano, fomentar el gusto por la lectura y el consumo de libros, no el placer que produce la literatura, que exige, ya lo siento, trabajo. Pero como queremos que leer guste, vamos a lo fácil. Leer tiene que ser divertido, por lo visto, pero nadie se plantea que aprender a resolver ecuaciones de segundo grado tenga que ser divertido: si nos tomáramos la literatura más en serio, lo que deberían hacer las asignaturas que se dedican a ello es proveer a los futuros posibles lectores de herramientas para analizar, para aprehender lo que puedan llegar a leer. Y de ahí saldrán unos apasionados de la literatura, y otros que no lo serán, lo mismo que saldrán apasionados de la física cuántica y otros que no lo serán: no es una tragedia. Pero eso quiere decir que un canon es necesario, aunque sea un poquito: un canon puesto al día, limpio de resabios sexistas, nacionalistas e imperialistas, y variable en el tiempo, desde luego. No el diseñado en clave de construcción nacional desde, yo qué sé, el Mío Cid hasta El árbol de la ciencia o Niebla, que es el que nos tocó aguantar a nosotros. Pero que tenga en cuenta que hay buena literatura, y otra que no lo es tanto, o que ni siquiera debería ser calificada como tal. Perdona que me ponga tan apocalíptico, en realidad soy un apocalíptico bastante integrado, pero en este tema creo que hay que dar un golpe, aunque sea pequeño, en la mesa.

Una última pregunta para terminar. Seré breve: ¿el cuento, qué tal?

Con la mala salud de hierro de siempre, me imagino. De hecho, la novedad de este libro con respecto a la edición original en euskera es que he recuperado unos cuantos relatos “panfletarios”, es decir, en los que reflexiono sobre la literatura pero no desde el género ensayístico, sino desde la ficción, a veces como coda de algo que he dicho en un decálogo o manifiesto anterior. En todo caso, pese a las estrecheces habituales, y al aplastante dominio de ese género menor que es la novela, yo veo bien al cuento, tanto en la literatura vasca como en la hispana: en la primera hemos podido leer estos últimos años a autoras tan interesantes como Ana Malagón, Uxue Apaolaza, Eider Rodríguez, Aintzane Usandizaga o Garazi Arrula, por citar a algunas. Y en cuanto a lo que se publica en castellano, ahí están los relatos completos de Carlos Castán que acaba de publicar Páginas de Espuma, o La isla de los conejos de Elvira Navarro, o Mala letra de Sara Mesa, o El paréntesis más largo de Tina Vallès, o mucho de lo que viene de América Latina: ahora mismo tengo en la mesilla el último de Katya Adaui, Geografía de la oscuridad, y me está impresionando. Así que no nos podemos quejar. Hay droga de la buena, en abundancia.