Durante los últimos años, los nombres de escritoras latinoamericanas están ganando presencia en el panorama literario internacional: Fernanda Trías, Mónica Ojeda, Samanta Schweblin, Fernanda Melchor, Camila Sosa Villada, Mariana Enríquez, Valeria Luiselli, Jazmina Barrera, Paulina Flores, Giovanna Rivero, Gabriela Wiener... Algunas han cosechado importantes premios, todas son alabadas por la crítica y sus obras se difunden a ambos lados del océano tanto en editoriales independientes como en grandes sellos.
A menudo sus apellidos aparecen junto a la etiqueta de “nuevo boom” o “boom femenino” en alusión al fenómeno literario y editorial de los años 60 formado por autores latinoamericanos como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar o Carlos Fuentes, entre otros grandes nombres masculinos. Pero el boom no puede entenderse sin Elena Garro, Rosario Castellanos, Nélida Piñón, Clarice Lispector y otras integrantes femeninas que tardaron décadas en ser reivindicadas, según apuntaba la periodista y poeta Luna Miguel en el ensayo El coloquio de las perras (Capitán Swing, 2019), un intento por rescatar a algunas de las autoras que tradicionalmente han permanecido en un segundo plano, como la mexicana Elena Garro, cuyo talento quedó mucho tiempo opacado tras su relación con Octavio Paz.
Ahora, el término “nuevo boom” o “boom femenino” puede encontrarse de forma recurrente en medios de comunicación y mesas de debate en ferias y eventos literarios; también es utilizado como estrategia comercial. Sin embargo, algunas de estas escritoras nacidas en los 70 y 80 en diferentes territorios de América Latina, como Mónica Ojeda, Fernanda Trías, Jazmina Barrera o Giovanna Rivero, rechazan frontalmente la etiqueta. Ojeda, Trías y Rivero lo hicieron públicamente en la mesa redonda No somos un boom: escritoras en el horizonte latinoamericano, celebrada durante la pasada edición de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil (Ecuador), y no dudan en reafirmar sus posturas al ser entrevistadas por elDiario.es.
Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) dice tener “un problema con el nombre, no con que se hable de esta nueva generación de escritoras”. “Llamar a nuestra generación ‘nuevo boom’ quiere decir que somos una nueva generación de lo mismo, es decir, una nueva versión de lo que pasó en los años 60”, explica por correo electrónico. “No creo que sea correcto por varias razones: primero, el contexto no es el mismo, segundo, nuestra escritura no es la misma, tercero, las miradas político-escriturales tampoco”.
Para la escritora ecuatoriana, exponente del denominado gótico andino, autora de las novelas Mandíbula y Nefando, del libro de cuentos Las voladoras y el poemario Historia de la leche, “es política la decisión de volver al término boom para hablar de la literatura latinoamericana como si lo único que nos hubiera ocurrido es García Márquez et al”. “Creo que al llamarnos 'nuevo boom' se fuerza las tuercas hacia un pasado ya superado y se hace desde una mirada eurocéntrica y exotizante, por eso se escoge solo a autoras latinoamericanas de un determinado rango de edad, mestizas y/o blancas publicadas en España. Es, a todas luces, una mirada desde el norte hacia el sur. Me interesa más la mirada del sur sobre sí mismo”, asevera Ojeda.
“Al principio no le di mucha importancia, pero luego la etiqueta se impuso para marcar el trabajo de algunas escritoras, entre ellas, yo, y entonces reflexioné sobre lo que esa pulsión implicaba”, afirma la novelista y cuentista boliviana Giovanna Rivero (Montero, 1972). “La innegable noción de inmediatez que acarrea el término boom es nociva: pareciera que la mayor presencia en los circuitos culturales y editoriales de la producción literaria de algunas escritoras se hubiera dado por una suerte de 'incineración espontánea', sin trabajo de años”, dice Rivero, que este 2021 ha publicado el libro de relatos Tierra fresca de su tumba (Candaya). “Asimismo, la connotación de estallido del boom fragmenta hermandades, elimina genealogías, subestima los caminos y conquistas de escritoras de generaciones anteriores”.
La connotación de estallido que tiene el boom fragmenta hermandades, elimina genealogías, subestima los caminos y conquistas de escritoras de generaciones anteriores
“El boom latinoamericano fue un fenómeno que invisibilizó a muchas, por eso justamente es que me resisto al término. Es como mínimo irónico que ahora se utilice para referirse a nosotras”, señala la uruguaya Fernanda Trías (Montevideo, 1976), que ha ganado el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela distópica Mugre rosa (Literatura Random House). “Al final es una cuestión de cómo se va a nombrar el fenómeno. Esperemos que sea algo un poco más imaginativo que boom. Pero sí es importante cuestionar el término porque el lenguaje sí importa, las palabras sí tienen peso simbólico. No es lo mismo que se utilice un término viejo y masculino que nos invisibilizó durante mucho tiempo, que se utilice otro”.
Aunque no recuerda haber visto dicho término aplicado a sí misma, la autora mexicana Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988) incide también en lo desafortunado de la palabra boom para englobar a algunas de las escritoras más conocidas de Latinoamérica “porque las explosiones se asocian con algo espontáneo y pasajero”. Barrera, que acaba de publicar su novela Punto de cruz en España (Tránsito) y México, espera “que el reconocimiento de las escritoras latinoamericanas no sea una moda transitoria, sino que encuentren un espacio amplio y permanente en las publicaciones internacionales”. “Creo que en la literatura latinoamericana hay, desde antes de Sor Juana, una tradición riquísima de escritoras, muchas de las cuales todavía no son justamente revaloradas”, concluye.
Visibilidad, reconocimiento y reduccionismo
No se trata de que ahora exista más calidad literaria o un mayor número de escritoras latinoamericanas, el cambio está en la recepción, coinciden las entrevistadas. “Habría que ponerle una etiqueta al fenómeno de los lectores, no al de las escritoras”, opina Trías. “Porque lo que cambió es que se abrieron los ojos a lo que siempre estuvo. Al dar más oportunidades también empezaron a encontrarse voces de mujeres que estaban escribiendo y que, décadas atrás, hubiesen tenido mucha más dificultad para encontrar editorial o lograr ser leídas”. Destaca el impulso de los movimientos feministas de América Latina durante la última década, que propiciaron que las editoriales prestaran más atención a la literatura escrita por mujeres y que los premios las tuvieran en cuenta: también en el mundo anglosajón, especialmente desde que la argentina Samanta Schweblin fuera finalista del Booker Prize internacional en 2017 por su novela Distancia de rescate, que acaba de ser llevada al cine por Claudia Llosa. Barrera celebra que el feminismo haya abierto nuevas vías de publicación, y subraya “la tarea de reescribir y visibilizar la historia de todas esas escritoras que fueron silenciadas e invisibilizadas en generaciones anteriores”.
Pese al reconocimiento de los últimos años, Ojeda lamenta el reduccionismo que todavía prevalece en torno a las autoras latinoamericanas: “A nosotras se nos sigue intentando encasillar, limitar y reducir a una categoría. Por ejemplo, si no nos ponen en mesas para hablar del terror (aunque muchas trabajemos con tantas otras cosas más allá del género), se nos pone en mesas para hablar de la escritura de mujeres y de este nuevo boom. Se nos limita la lista de temas de los que podemos hablar”. “Creo que la mirada sobre el asunto sigue siendo, en el fondo, patriarcal, porque se sigue mirando con sorpresa que haya mujeres escribiendo bien y siendo leídas. Ya es hora de que dejemos la sorpresa a un lado y que asumamos esto con normalidad”, recalca.
Es incomprensible que a las mujeres las agrupen a todas juntas solo por ser mujeres. ¿A los hombres los agrupan de manera indiscriminada solo por sus genitales?
En este sentido y al reflexionar sobre la diferencia de trato mediático y comercial con respecto a otros compañeros de generación, Trías considera “incomprensible que a las mujeres las agrupen a todas juntas solo por ser mujeres, no por afinidades estéticas, por un determinado tratamiento de un tema, por universos o imaginarios. ¿A los hombres los agrupan de manera indiscriminada solo por sus genitales? En un libro escrito por una mujer la palabra más importante es 'mujer', mientras que en un libro escrito por un hombre, la palabra más importante es 'libro'”.
Para Rivero, “algunas etiquetas facilonas intentan aplanar, precisamente, la serie de transformaciones importantes que los campos culturales experimentan gracias a la participación decidida e irreductible de escritoras, académicas y otras artistas en distintas áreas del pensamiento contemporáneo”. Por eso, opina que “la sororidad es fundamental a la hora de prestar oído y reconocer el trabajo de las mujeres, pero esa sororidad es exigente, cuestionadora y con frecuencia nos recuerda el deber de la autocrítica. Además, a esa sororidad se han sumado muchos varones. Llamar a todo esto boom es no dar la talla”, concluye.