Hoy su imagen se ha convertido en un símbolo mainstream que ha pasado del vinilo a las tazas de regalo. Sin embargo, aquellas camisetas vendidas en grandes almacenes no solo esconden una simple moda estética, sino uno de los mejores debuts de la historia de la música: Unknown Pleasures, un viaje a la locura y a la oscuridad de la mano de su cantante, Ian Curtis. Porque algunos artistas pueden contenerse, pero él no. Él se arrojaba por un acantilado.
Joy división: Placeres y desórdenes, es una obra publicada por Errata Naturae que, según afirman, “hace justicia a uno de los grandes grupos de todos los tiempos”. A través de 11 capítulos, artistas, críticos y profesores especializados repasan cada detalle del mítico grupo. Entre ellos se encuentra Jon Savage, que ha dedicado su vida a la investigación del punk británico y es guionista del documental Joy Division (2007).
De hecho, Savage es el encargado de abrir un primer relato dedicado a repasar la breve pero compleja formación. “Llamamos a la puerta de la cámara más oscura del infierno, llevados al límite, entramos arrastrándonos”, a ritmo de Decades, canción perteneciente a Closer, el segundo y último disco, el experto construye un potente relato que comienza con la banda británica como cabeza de cartel en “un ridículo festival” y termina con el grupo New Order creado por los miembros restantes.
Todo arranca cuando Peter Hook y Bernard Summer, cofundadores de la banda, conocieron a Curtis en un concierto de los por entonces primerizos Sex Pistols. Su atuendo resultó ser toda una declaración de intenciones: una chaqueta bomber con la palabra “odio” bordada en la espalda. Un mes después, aquel joven acabó siendo vocalista del grupo que estaban montando.
“Quería ser el extremo en el escenario, nada de medias tintas. Sus influencias parecían ser la locura y la demencia”, cuenta Summer a Savage. El cantante trabajaba en un centro de rehabilitación y, según sus compañeros, estaba fascinado por personas con discapacidades físicas y mentales. “Nos contaba que una pariente suya había trabajado en un psiquiátrico y que le relataba historias sobre los internos: personas con veinte pezones o dos cabezas”, continúa el miembro de la formación.
Jacques Brel, Lou Reed, The Velvet Underground, William Burroughs… Curtis adoraba las referencias autodestructivas, tanto musicales como literarias. Entre ellas se encontraba David Bowie, fuente de inspiración para el artista y para el primer nombre de la banda que posteriormente sería conocida como Joy Division: Warsaw, en clara alusión a un tema de Ziggy Stardust.
No eran las únicas obsesiones. Según la declaración recogida por Savage de Deborah Woodruffe, biógrafa y viuda del cantante (la cual adquirió su apellido), su pareja siempre había estado interesada por Alemania y por novelas como La casa de muñecas, un diario sobre el terror nazi. En aquella lectura descubrió la “división del gozo” (Joy Division), sobrenombre que recibían las prostitutas en los campos de concentración.
Ataques epilépticos transformados en bailes
Ian Curtis se suicidó a los 23 años en su casa de Macclesfield (Inglaterra) durante la madrugada del 18 de mayo después de ver un documental de Werner Herzog sobre Bruno Stroszek, un músico alemán que acabó con su vida, y de escuchar en bucle The Idiot de Iggy Pop. Fue algo inesperado, ya que al día siguiente comenzaba su gira por Estados Unidos y estaba a punto de publicarse un nuevo elepé y un sencillo que acabaría sirviendo de epitafio: Love Will Tear Us Apart.
“¿Por qué la cama está tan fría en el lado en el que tú estás? ¿Soy yo el que no está a la altura?”, dice la letra de su última canción, la cual aún despierta interrogantes. Revistas como Rolling Stone apuntan que es autobiográfica, concretamente, sobre su matrimonio fallido y la impotencia de unos sentimientos que, como canta Ian, parecían haber tomado “carreteras diferentes”.
Los últimos meses de vida del artista estuvieron marcados por Annink Honoré, de quien se enamoró durante su primer concierto en el extranjero. Según la versión facilitada por Deborah al investigador de punk británico, aquella relación cambió la personalidad de Curtis hasta el punto de agravar sus problemas de salud. “Leer artículos que zanjaban su muerte diciendo 'Oh, tenía problemas de pareja' me molesta mucho. No se suicidó porque tuviera problemas en su matrimonio. Tenía problemas porque quería suicidarse”, relata la allegada.
Algunos de esos problemas se manifestaban claramente, como los frecuentes ataques epilépticos. Los espasmos y los arrebatos de Ian no solo eran fruto de la emoción del directo, sino de una enfermedad que no parecía encajar demasiado bien con su ritmo de vida. “La gente le admiraba por aquello que le estaba destruyendo”, añade Woodruffe en Placeres y desórdenes.
Aun así, los miembros del grupo vivían fascinados por el éxito de Unknow Pleasures y por unas letras que, como Peter Hook revela en la obra, “eran realmente buenas”. Poco o nada importaba de dónde venía esa inspiración. “Tendríamos que haberlas escuchado y habernos acercado a él: 'Ian, ¿podemos hablar? ¿Qué te sucede?'”, continúa el bajista, quien reconoce “tener algo de culpa por forzarle a hacerlo”.
El ritual de salir, actuar y darlo todo ante el público era un calvario camuflado de espectáculo. A pesar de ello, a lo largo del capítulo, Hook confiesa a Savage que tampoco habría cambiado demasiado: “A día de hoy sigo convencido de que, si alguien va a suicidarse, da igual lo que le digan. Ian iba a hacerlo”.
Una marca de ropa llamada Joy Division
Joy Division: placeres y desórdenes también explora la mercantilización de una banda definida por la oscuridad de su discurso, a priori un ingrediente poco apropiado. Pero acabó siéndolo. “Ian Curtis se regodeaba en las exploraciones clásicas del marginado, recurriendo a la retórica emocional del individuo que siente más que el resto”, explican Mitzi Waltz y Martin James en el apartado titulado Cómo comercializar la discapacidad.
Los inconvenientes del vocalista no habían sido señalados en público hasta 1995, con la publicación de la biografía escrita por Deborah Woodruffe. De esta manera, el artista se transformó en un personaje dramático con tintes románticos. “La enfermedad se ha convertido en un signo de autenticidad para una industria que cada vez tiene más dificultades para hallar este valor”, se puede leer en el capítulo.
El mejor ejemplo es el del diseño de Peter Saville para Unkown Pleasures, de actualidad gracias al merchandising. “Como antes ocurrió con Los Ramones, Joy Division se ha transformado en una imagen de moda desprovista de significado”, apunta el periodista Eduardo Guillot en otra parte del libro. Continúa destacando que las prendas alusivas al grupo también son “un motivo estético recurrente para los blogs de tendencias”. Uno de ellos, como cita el autor, aprovechó para llamar la atención sobre “la existencia de una marca Joy Division en España”.
Pese a todo, la influencia de Ian Curtis va más allá de aquella ilustración. A pesar de tener solo dos discos, su legado musical ha marcado un punto de inflexión en la historia. En ocasiones, llegando incluso a España. Guillot destaca homenajes como el realizado por el grupo granadino Los Planetas en la canción Desorden, cuya letra hace referencia al día en el que Curtis se suicidó: “Hay un cuerpo girando en la cocina al final de una cuerda atada a una viga”. El amor por Joy Division, de alguna manera, toma lo mejor de su presencia para convertirlo en una poderosa ausencia.