La novela que el escritor ourensano Juan Tallón publicó en 2022, Obra maestra, fue un espejo hacia el que la cultura española llevaba un tiempo esquivando la mirada. Quien dice “la cultura”, dice España. Con una fina mixtura de realidad y ficción, Tallón le gritó al país: ¿cómo pudiste haber perdido una escultura de 38 toneladas de un famosísimo artista en tu gran museo del arte contemporáneo? La valentía de aceptar mirarse en ese reflejo provocó, en cierta medida, el éxito de la novela.
La aparición de un nuevo libro tras Obra maestra es de por sí una noticia. Y una de las publicaciones más esperadas en la literatura española de este nuevo curso. Se titula El mejor del mundo (Anagrama, 2024) y tiene la compleja misión de avanzar a partir de una obra maestra. Es un libro sobre los errores, sobre los apegos, sobre lo desconocido, sobre lo que se espera de nosotros, sobre qué es la buena vida, sobre qué es de verdad lo mejor del mundo y sobre los bocadillos con pepinillos.
El tallonismo es ya un estilo literario que fluctúa entre lo posible y lo probable, lo cabal y lo salvaje. En esta novela, además, se introduce un elemento fantástico con la naturalidad de Ray Bradbury que lleva el tallonismo a un territorio que le era inexplorado.
¿Le preocupa mucho los Juan Tallón que podrían haber sido y no son? Por ejemplo, podría usted haber sido periodista.
Fui periodista. Estuve en una redacción y conseguí alejarme de ella, ¡uno de los grandes éxitos de mi vida! No, es broma. Pero es evidente que va a haber más Tallones. La vida es un cambio constante también en tu identidad. Cambiamos de ideas y cambia nuestro carácter y nuestro trabajo. Cambian las circunstancias y las circunstancias te cambian a ti porque te tienes que adaptar a ellas. No hay ningún problema, es inevitable.
¿Es un tema que le ha interesado ahora para este libro o ya de antes?
Siempre me ha interesado un tipo de historias que evolucionan mucho entre que empiezan y finalizan. Esa es la esencia de un personaje, ¿no? Que cambie porque suceda algo que sea no agresivo, pero sí evidente. Pasaba en Rewind con la explosión que cambia la vida de los chicos que viven en el piso y de sus familiares. Pasa en Obra maestra cuando de pronto desaparece una escultura y pasa en El mejor del mundo cuando el protagonista empieza a darse cuenta de que es otra persona y no sabe quién es. Cambia el mundo y su historia, su familia, su ciudad. Su historia personal es otra y tiene que conocerla. Entonces, claro, ahí hay trabajo. Me interesa ese cambio desde el paroxismo, desde la brutalidad y ver a dónde conduce y a ver cómo gestiono la conducción.
Es interesante el tema de qué es lo que se pierde cuando se toman elecciones.
El personaje protagonista, Antonio Hitler, tiene claro qué quiere: la vida que siempre tuvo. Da igual que sea una vida más infame que la que tiene ahora. De pronto es una persona respetada, aparentemente íntegra, en una situación familiar cómoda. Parece ser que que su mujer lo quiere. También puede ser que él quiera a su mujer. Pero tenerlo todo no es lo que él necesita. Él quiere menos. La vida lo ha sometido a intensas adversidades y él ha salido adelante. Él quiere eso, da igual todo lo que le ofrezcas. Para él es más meritorio tener ese poco que tenerlo todo.
Entre los atributos de ese otro Antonio Hitler posible, el que podría haber sido y no es, está la cultura, es un hombre leído que dirige un centro de arte.
Pero fíjate que ese enriquecimiento, ese bagaje cultural, no sirve para hacer de él una bellísima persona. Y esto realmente es así.
La cultura no te hace mejor persona.
Se necesita algo más que cultura para ser una persona digna y con referentes éticos ejemplares. Está muy bien, pero a lo mejor se necesita algo más. Y eso es lo que quería decir en la novela, tenemos a un individuo que se dedica a esto, del que podemos tener la tentación de decir que es admirable por lo que sabe, por las responsabilidades que tiene, pero es un miserable. Me interesaba generar un contraste. Que no significa que yo opine así, pero ese contraste sirve para advertir que la maldad sigue caminos muy diferentes, algunos ni siquiera tienen apariencia de maldad, hasta que se manifiesta realmente y todos la vemos.
Me hicieron ver que titular la novela 'Hitler' era un error. Tardé en entrar en razón, lo admito, pero me explicaron que generaba una expectativa incumplida
Usted elige con mucho cuidado los títulos de los libros. El mejor de todos se iba a haber titulado Hitler pero finalmente no ha sido así, ¿no se puede titular Hitler una novela?
Me hicieron ver que era un error. Yo tardé en entrar en razón, lo admito, porque fueron muchos meses de trabajo en los que abría en el ordenador un documento llamado Hitler. Desde hace tiempo yo tenía muchas ganas de escribir un libro cuyo título fuese el nombre del protagonista. Me apetecía y creía que al fin lo tenía. Y además era Hitler. Pero me explicaron que era un error titular así porque se generaba una expectativa incumplida. Todos sabemos quién fue Hitler y solo conocemos a un Hitler. Al leerlo en el título de una novela, sin necesidad de abrirla, te haces una idea, un prejuicio. Y cuando lees la novela resulta que no va por ahí, por lo que resulta insatisfactorio. Por otra parte, si titulas así, estás poniendo toda la luz sobre un elemento que para mí no es el principal, aunque sea relevante.
¿Y una vez desechado ese primer título, fue fácil o difícil encontrar este otro?
Hubo alternativas deplorables. Se me ocurrieron los peores títulos del mundo y lo que hice fue tomarme un tiempo, no desesperarme y pensar en momentos icónicos de la novela o algo que diga alguien, que sea breve y se pueda elevar. Este habla sobre la ambición desmedida del protagonista, de hacer algo a lo grande que no hayan hecho otros y que su padre nunca le habría dejado hacer, porque el conflicto paterno filial es un elemento importante aquí.
Quise hacer algo ligero, muy loco. Y retomé un sueño que tuve en un momento a principios de los 2000 en el que yo llegaba a casa, vivía solo en mi piso y al abrir la puerta me encontraba a dos desconocidas que eran mi mujer y mi hija. Lo peor no era tener de pronto familia, sino que no podía rebelarme
Tardó 10 años en construir su anterior novela, Obra maestra. ¿Esta fue menos complicada?
Yo partía del deseo de no complicarme la vida y hacer una transición que me liberase un poco del peso de Obra maestra. Y hacer algo que no admitiese fácilmente la comparación para que no me digan “esto que usted ha escrito es claramente inferior a esto”. Intenté hacer algo que incluso al que piense eso lo dispense de manifestarlo, porque es evidente que no se puede comparar una cosa con la otra.
Quise hacer algo ligero, muy loco. Y retomé un sueño que tuve en un momento a principios de los 2000 en el que yo llegaba a casa, vivía solo en mi piso y al abrir la puerta me encontraba a dos desconocidas que eran mi mujer y mi hija. Lo peor no era tener de pronto familia, sino que no podía rebelarme. En el sueño, tenía que aceptarlo. Fue muy ingenuo ese pensamiento que tuve, dadas las dimensiones epistemológicas y ontológicas que se derivaban de ese episodio. Yo hasta ahora no había trabajado con elementos fantásticos. Había que generar los estados emocionales por los que pasa el personaje cuando empieza a darse cuenta de que el mundo ha cambiado: la conmoción, la incredulidad, la angustia total por la pérdida, el duelo. Y después gestionar la reconstrucción, la asimilación, para tratar de encontrar la lucidez desde la que buscar una salida. Eran todo complicaciones, al final. Tengo la sensación de que haber acabado esto requirió de una intensa ambición, aunque quizás a otra escala que Obra maestra.
Sus novelas juegan con la realidad y la ficción, ¿a qué altura de un libro suyo espera que el lector baje los brazos y se entregue?
No soy consciente de tener la fórmula, pero sí de que al trabajar en la mezcla de hechos reales con ficticios, sé que primero someto al lector al esfuerzo de querer separar, de discernir. Hay un momento en el que es tan abrumador que no tiene sentido estar jugando a desgranar y te abandonas. El lector llega al punto de inflexión un poco desorientado, porque no sabe de qué va el libro. Y si has leído alguna otra cosa mía, entonces te desconcierta más porque este señor nunca ha trabajado con esto. El esfuerzo tiene que centrarse en convertir lo fantástico, en devolverlo al realismo. Hacer como si lo que pasó no tuviese importancia. La novela tiene que seguir avanzando.
La novela capta el choque generacional. Los que están no se entienden con los que vienen a la primera. En la novela, además es importante el rencor de familia. El padre no quiere al hijo y el hijo no tiene más remedio que acabar aborreciendo al padre por cómo se comporta con él
Uno de los temas importantes del libro parece ser el miedo a ser nuestros padres. ¿Para usted esto es un tema de interés que surge en su condición de hijo o de padre?
Yo creo que obviamente operan las dos. La novela capta el choque generacional. Los que están no se entienden con los que vienen a la primera. En la novela, además es importante el rencor de familia. El padre no quiere al hijo y el hijo no tiene más remedio que acabar aborreciendo al padre por cómo se comporta con él. Yo nunca he escrito una novela sobre la familia y creo que no sé escribirla, pero me pareció que esto era una visión que podía ser interesante desarrollar.
¿Y sería esta una novela para reflexionar sobre los errores? ¿O tampoco sería ese su tema principal?
No he buscado esa reflexión expresa, pero da igual que yo no la haya buscado, la reflexión puede estar ahí. Sobre los errores, sobre el alcance de los errores, sobre la durabilidad de los errores, si se si se pueden remontar o no se pueden remontar, si el error es para siempre o no lo es. Si el error te ayuda a vivir mejor o a mejorar tu vida... puede que todo eso esté ahí.