Nadie llegó a saber nunca por qué se suicidaron las cinco hermanas Lisbon, porque ellas nunca contaron su historia. El relato de la progresión de sus historias desde el suicidio de Cecilia, la más pequeña y la primera en quitarse la vida, hasta el adiós del resto, lo desarrolla un grupo de chicos adolescentes obsesionados con ellas. Las vírgenes suicidas (1993) fue la primera novela de Jeffrey Eugenides y, aunque el Pulitzer le llegó con la siguiente, Middlesex (2002), su fama despegó con su obra debut, que ahora cumple 25 años.
El apellido Lisbon hizo aparición por primera vez en el mundo literario en el número 117 de la revista The Paris Review en 1990. La firma del novel Eugenides iba acompañada por nombres como los de Margaret Atwood, Daniel Stern o Ruth Tarson. Él se hizo con el premio Aga Khan a la mejor ficción en 1991 y con su prestigio las hermanas ganaron páginas.
Son las hijas de uno de los profesores del instituto y su estricta esposa, que las habían concebido en cadena. Cecilia (13 años), Lux (14), Bonnie (15), Mary (16) y Therese (17), todas ellas rubias e hipnóticas, al menos para cinco chicos de un barrio residencial estadounidense en los años 70. Las hermanas se quitan la vida antes de cumplir la mayoría de edad, prácticamente a la vez, y dejan obsesionados a los jóvenes.
Dos décadas después de lo sucedido, con menos pelo y más barriga, cuentan en primera persona del plural lo que sucedió ese año, intentando atar cabos con las pruebas reunidas a lo largo del tiempo para obtener una respuesta. Nunca dan con ella, porque es imposible.
“Está claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años”. Esa frase, ya mítica, que Cecilia le espeta al confundido psicólogo después de su intento de suicidio, resume la esmirriada conclusión a la que llegan los personajes (fascinó tanto, que los jóvenes de los 90 la apuntaron en libretas y ahora la comparten en formato GIF en las redes sociales).
Pero más allá de la incomprensión del suicidio, el tema de la novela es la decadencia de la clase media americana en los años 60, que ve como la bonanza y la paz de la posguerra se empieza a desvanecer como un espejismo.
El propio escritor creció en un suburbio de Detroit en esa época, y plasmó en su libro aquella atmósfera que influyó en la psique colectiva de los adolescentes de su generación, representada en las hermanas. De hecho, Eugenides explicó en una entrevista a Dazed que había concebido a las Lisbon como una entidad con varias cabezas: “Como una hidra, pero no monstruosa. Una hidra agradable”.
La enfermedad holandesa del olmo que acaba progresivamente con los árboles del barrio, la plaga de mosca de la fruta que cubre la ciudad de cadáveres de insectos o la fiesta de la asfixia. Todo son muestras del declive de la comunidad. “Las hermanas Lisbon pasaron a convertirse en todo lo que funcionaba mal en el país, de los males que este infligía hasta en sus ciudadanos más inocentes”. Ellas atisbaron cómo sería el futuro y decidieron convertirse en un mito como también lo fue el sueño americano.
La mística de la adolescencia angustiada
Las vírgenes suicidas es una novela que marcó obras posteriores, pero que también bebe, inevitablemente, de algunas predecesoras. The New York Times señaló como referente inmediato Aquella noche (1987) de Alice McDermott: “No solo ambos libros comparten tema, sino también estructuras y métodos narrativos. Ambas novelas se centran en eventos que fracturan la conciencia de una comunidad entera en un antes y un después”.
Por supuesto, no podía faltar el título por excelencia del adolescente aturdido, El guardián entre el centeno (J.D. Salinger, 1951) y las jóvenes confusas y con gusto por los ansiolíticos de El valle de las muñecas (Jacqueline Susann, 1966) también podrían apuntarse a esta pandilla disfuncional.
Sin quitarle mérito alguno a Eugenides, la huella que su historia ha dejado en la generación que la leyó por primera vez y a las sucesivas, se debe en gran parte a la adaptación que Sofia Coppola hizo para la gran pantalla. La directora se adelantó décadas a Instagram y con el filtro amarillento de la película y la pegajosa banda sonora que el grupo francés Air consiguió reproducir a la perfección el clima asfixiante que destilan las páginas del libro.
De hecho, y mal que les pese a los defensores de “el libro siempre es mejor que la película”, los primeros resultados que salen al teclear el título en el buscador de Internet son sobre el filme. Fue su primer largo y uno de sus trabajos más célebres, aunque el Oscar le llegó con su segunda película, Lost in Traslation (2003). Las rubias suicidas supusieron el inicio de dos de las carreras más exitosas del mundo de la cultura.
Posibles sucesoras
Aún está por ver si la futura película basada en Las chicas (Anagrama, 2016) supera el éxito fulgurante de la novela en la que está inspirada como ocurrió con “las vírgenes” de Eugenides. Su autora es Emma Cline y los derechos del libro ya están vendidos desde hace años al productor cinematográfico Scott Rudin por dos millones de dólares, la misma cantidad que Penguin Random House le pagó a la escritora por su manuscrito.
Aunque su libro está basado en la historia de Charles Manson y su familia de jóvenes abducidas, la angustia de una adolescente que vive en una zona acomodada de Estados Unidos en los años 60 es la misma que la que se respira en el barrio de las Lisbon. Y la atracción que genera un grupo de muchachas también: “Volví la mirada por las risas, y seguí mirando por las chicas”, dice la protagonista al empezar. El ansia por resolver un misterio puede convertirse en obsesión y pocas cosas pueden ser más indescifrables que la mente de una persona de 13 años.