Admirado y odiado a partes iguales, idolatrado por sus partidarios y humillado por unos enemigos que intentaron borrar su recuerdo, la memoria del que fuera ministro, primer ministro y presidente de la República, Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880-Montauban, 1940) va surgiendo cada vez con más fuerza de las brumas de la dictadura y de la neblina de la Transición.
El último empeño en esta recuperación de su portentosa figura intelectual y política es la reedición del libro de Josefina Carabias Azaña. Los que le llamábamos don Manuel (Seix Barral). Con un estilo directo y ameno, a caballo entre el reportaje, la semblanza y la crónica histórica, este libro de una de las pioneras entre las periodistas españolas ofrece una mirada limpia sobre las facetas más humanas y privadas del símbolo de la II República. Publicado en 1980, pocos meses antes de fallecer Carabias a los 72 años, esta obra se hallaba descatalogada y era casi imposible de encontrar. No obstante, el interés y la constancia de la escritora Elvira Lindo, que firma el prólogo, han impulsado ahora la reedición del libro.
“Los años ochenta”, señala Elvira Lindo, “no eran la mejor época para leer un libro de Josefina Carabias sobre Azaña porque este país se había volcado en una modernización, a veces auténtica y otras impostada, y había cambiado de traje. De este modo la cultura urbana se decantó hacia las nuevas músicas, la movida, el auge del diseño…”. Según la autora de A corazón abierto “la juventud de los ochenta se había despolitizado en contraste con la muy politizada de los setenta. Por tanto, un libro que evocara a Azaña y los tiempos de la República y la guerra sonaba a aburrido. Además, Josefina Carabias, una auténtica pionera y una gran periodista, había fallecido justo antes de que su libro saliera a la luz”.
Uno de los atractivos del libro pasa precisamente por esa mirada generosa y sin prejuicios de una veinteañera como Carabias frente a un Azaña cincuentón, con fama de antipático y déspota, al que conoce en el Ateneo de Madrid todavía en tiempos de la monarquía. Se estableció entre los dos, tal como narra la periodista, una complicidad casi paterno-filial, que se mantuvo cuando Azaña ocupó altos cargos, y una amistad sincera basada en la lealtad. De hecho, Carabias nunca publicó aspectos privados que había conocído de Azaña en razón de su amistad. “Ella tuvo un respeto ético por el hombre público, algo que sería hoy muy de agradecer a la vista de una proximidad a veces insana entre periodistas y políticos. Además, gracias a esa lealtad, a su paciencia y a una memoria portentosa pudo escribir Los que le llamábamos don Manuel medio siglo después de los hechos que relata”, comenta Elvira Lindo.
Pero el libro no sólo refleja un muy cercano retrato del personaje con un magnífico estilo de periodismo narrativo, sino que sobrevuela el ambiente de los años republicanos desde la perspectiva de una inquieta periodista. Así las cosas, el lector se traslada desde el Ateneo a la sierra madrileña pasando por el Congreso de los Diputados, las tertulias en los cafés o las redacciones de los periódicos mientras por las páginas de esta crónica desfilan Miguel de Unamuno, Ramón María del Valle-Inclán, Indalecio Prieto, Victoria Kent o Manuel Chaves Nogales. Nacida en el pueblo abulense de Arenas de San Pedro en 1908, Josefina Carabias estudió Bachillerato a escondidas de sus padres que la habían sacado del colegio y más tarde se trasladó a Madrid para cursar Derecho, aunque nunca ejerció la profesión. Su curiosidad intelectual la fue orientando por el camino del periodismo y su condición de joven afiliada del Ateneo, el gran centro cultural del Madrid de la época, le permitió conocer a figuras intelectuales y políticas de primera fila.
A juicio de Elvira Lindo, Josefina Carabias formó parte de esa generación de extraordinarios periodistas republicanos que convirtieron el reportaje en literatura y en la que se encuadraron nombres como Chaves Nogales, Vicente Sánchez-Ocaña o Paulino Masip que trabajaron en Estampa, Ahora o La Voz. En algunos de esas publicaciones Carabias se convirtió en la primera mujer que ejerció el periodismo en España de modo profesional, es decir, como medio de vida. Es cierto que otras colegas pioneras habían sido antes colaboradoras, pero no redactoras. La autora de Los que le llamábamos don Manuel pasó la guerra en Francia, pudo regresar a España en 1941 y, tras unos años de firmar con seudónimo, recuperó su nombre tras serle otorgado en 1951 el premio Luca de Tena. A partir de los años cincuenta Carabias inició una carrera como corresponsal en el extranjero de varios periódicos que la llevó a Washington y París y fue después columnista del diario Ya hasta su jubilación.
La aparición de este libro, que ofrece esa mirada más humana y menos historicista de Manuel Azaña, se suma a otras reediciones de obras del presidente republicano como El jardín de los frailes (Nocturna Ediciones). Se trata de una novela escrita en 1927 donde el político, que quedó huérfano siendo un niño, rememora en clave autobiográfica los ocho años que vivió y estudió en un internado de los agustinos en El Escorial.
Estas novedades editoriales coinciden con la exposición de la Biblioteca Nacional, (Azaña, intelectual y estadista. A los 80 años de su fallecimiento en el exilio) que permanecerá abierta hasta el 4 de abril y significa la muestra más completa hasta la fecha sobre su vida y su obra. La catedrática Ángeles Egido, comisaria de la exposición, destaca los 10.000 visitantes de las tres primeras semanas, pese a las limitaciones obligadas de aforo por la pandemia, así como el éxito de actividades complementarias en otros centros culturales y la prevista itinerancia de la muestra que comenzará en Zaragoza. Planteada la exposición con una ambición muy didáctica que atraiga también a las generaciones más jóvenes, la catedrática Egido, una experta en el periodo republicano, confía en que “por fin Manuel Azaña ocupe el lugar que se merece en la memoria de este país”.