Manuel Azaña (Alcalá de Henares, 1880-Montauban, 1940) siempre dijo que sus restos reposaran allá donde muriera porque lo importante era que se divulgaran sus ideas. Lo cierto fue que, como tantos miles de españoles, murió en el exilio francés perseguido por la Gestapo nazi y por la policía franquista.
Escritor y político, pensador y hombre de acción un tiempo, Azaña se convirtió en un símbolo de la II República y por ello en uno de los personajes más admirados por sus partidarios y, a la vez, más odiados por la derecha y los sectores conservadores. Ministro, jefe de Gobierno y más tarde presidente, pocas figuras públicas como el estadista madrileño encarnaron los valores de justicia, libertad y democracia que representó el periodo republicano entre 1931 y 1939. Proscrito y vilipendiado durante el franquismo y marginado en parte en las cuatro décadas de democracia, Azaña tendrá al fin, en el 80º aniversario de su fallecimiento, homenajes públicos y oficiales que se concretarán en una exposición en la Biblioteca Nacional de España, actos institucionales y varios debates culturales.
Ángeles Egido, catedrática de Historia Contemporánea de la UNED y comisaria de la exposición sobre Azaña que se abrirá el 18 de diciembre, no duda al enumerar las razones de las acusaciones que sus adversarios vertieron sobre él. “Fue un líder inteligente”, señala Egido, “con una sólida formación, con una gran capacidad de persuasión y, sobre todo, un estadista que defendió un proyecto global para la transformación de España. Por otra parte, fue antes demócrata que republicano, tras darse cuenta de que la democracia no podría implantarse en aquella España si no se producía antes un cambio de régimen. Azaña se definió ante el periodista John Gunther como un intelectual, un demócrata y un burgués”. De hecho, los burgueses de aquella época nunca perdonaron que Azaña, hijo de un alcalde liberal de Alcalá y nacido en el seno de una familia acomodada, se alineara con la izquierda y los progresistas. No resulta, por tanto, casual que la muestra de la Biblioteca Nacional de España, que se prolongará hasta abril de 2021, lleve por título Azaña: intelectual y estadista.
Mientras se ultiman los preparativos de una exposición que promete suscitar una respuesta multitudinaria de visitantes, a pesar de la pandemia, tanto el Congreso de los Diputados como el Ateneo de Madrid y otras instituciones públicas están celebrando actos en torno a la figura del expresidente republicano. Detrás de las iniciativas se encuentra la Asociación Manuel Azaña que preside Isabelo Herreros, uno de los mayores expertos en el político, y autor de libros y estudios sobre su vida y obra. Herreros califica de llamativo y vergonzoso que tras más de 40 años de democracia todavía no haya recibido el que fuera presidente de la República un reconocimiento de Estado como ocurrió hace unas semanas en el Congreso o como sucederá con la exposición impulsada por el Ministerio de la Presidencia, que dirige la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo.
“Creo –sostiene Herreros– que el PSOE padeció durante mucho tiempo de una cierta memoria selectiva con respecto a Azaña, al que un dirigente como Alfonso Guerra despachaba con aquello de que era un burgués. De todos modos, su legado ha crecido con el tiempo y hoy queda muy claro que fue la revelación de la República, un hombre que accedió a su primer cargo público, como ministro, ya con 51 años y que siempre antepuso la ética a la política”. Tanto Egido como Herreros y muchos otros azañistas lamentan que su obra literaria y su labor de gobierno no ocupen un lugar más preferente en los planes de estudio en España, en especial en el Bachillerato. Es más, muchos historiadores piensan que un libro como La velada en Benicarló: diálogo de la guerra de España, una novela u obra teatral escrita en 1939 por Azaña, debiera incluirse como lectura obligatoria en los institutos.
Abogado, funcionario, ministro y presidente
Singular combinación de intelectual y político, Manuel Azaña fue abogado, alto funcionario del Ministerio de Justicia, presidente del Ateneo y autor de una extensa obra literaria (novela, ensayo, diarios, periodismo, teatro…) antes de asumir responsabilidades políticas. Un episodio poco conocido de su vida en este sentido se refiere al Premio Nacional de Literatura que obtuvo en 1926 por una biografía del escritor, diplomático y político Juan Valera (1824-1905). Esta faceta cultural de Azaña quiere ser destacada en los actos que se celebrarán a lo largo de los próximos meses y, en especial, en las mesas redondas organizadas por el Ateneo de Madrid a lo largo de esta segunda quincena del mes de noviembre.
Ángeles Egido, autora de una biografía de Azaña, subraya la importancia de la exposición en la Biblioteca Nacional de España, que ha reunido 400 piezas, documentos, cartas, audiovisuales y fotos, procedentes de instituciones nacionales y extranjeras, que convierten esta muestra en la más exhaustiva dedicada al que fuera jefe de Estado. “Entre los documentos que podrá ver el público –explica la comisaria– resaltaría la propuesta de Salvador de Madariaga para que se concediera a las Cortes Constituyentes el premio Nobel de la Paz en 1933 o la carta de dimisión del presidente republicano en febrero de 1939 cuando la Guerra Civil tocaba a su fin con la victoria franquista. También resultarán muy interesantes las filmaciones de un joven Azaña en las trincheras francesas durante la Primera Guerra Mundial o una grabación que se conserva de su voz”. La profesora universitaria defiende la indiscutible actualidad del legado de Azaña y a modo de ejemplo cita un texto inédito sobre el papel de la prensa en una democracia publicado en Heraldo de Alcalá. “Ese artículo tendría hoy una vigencia total”, apostilla la comisaria.
Recuerdos en tiempo presente
Un rasgo muy distintivo de Azaña que han destacado todos sus estudiosos, comenzando por el recientemente fallecido historiador Santos Juliá, radica en que fue el único político del siglo XX que escribió sus memorias-diarios en tiempo real mientras sucedían los acontecimientos que reflejaba. Gran conocedor de la lengua castellana, dotado de un estilo sobrio y eficaz, magnífico orador, los aparatos de radio se agotaban en las tiendas de Madrid cuando se anunciaba un mitin del líder republicano que congregaría a decenas de miles de personas en sus discursos en campo abierto.
Amante del arte y del teatro, apasionado andarín y gran polemista, traductor del francés y del inglés en una época donde eran una rara excepción los políticos que dominaban varios idiomas, Manuel Azaña siempre tenía muy presente la historia de España a la hora de plantear sus análisis. Como prueba de su interés por los temas históricos, Isabelo Herreros está preparando un libro sobre el ensayo de Azaña a propósito de la rebelión de los comuneros castellanos en el siglo XVI que el político madrileño calificó como la primera revolución democrática en España.
Todos los azañistas confían en que este respaldo institucional a la figura del estadista se traduzca en el futuro en la creación de una fundación pública que agrupe su legado y contribuya a la difusión de su trayectoria y a un mayor conocimiento de su figura. “Da pena”, resume Herreros, “que su memoria se reduzca en su ciudad natal a un busto en una rotonda de Alcalá de Henares o en las calles de Madrid apenas de nombre a un tramo de la M-30. Ojalá el 80 aniversario de su fallecimiento sirva para poner en el plano que se merece a Manuel Azaña”.