“El pueblo español está derrotando al fascismo con las armas en la mano. Los maestros y todos los trabajadores de la cultura deben hacer honor a este ejemplo, derrotando también al fascismo con los libros y con la pluma”. Es lo primero que leía un soldado republicano al abrir la Cartilla Escolar Antifascista, un silabario editado por el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Hizo posible que un millón de milicianos aprendieran a leer, escribir y contar, saberes que consideraron esenciales incluso en los tiempos más convulsos de la historia de España porque, con ellos, también se podía vencer al ideario falangista.
Para conmemorar el 90 aniversario de la II República española, la editorial Libros del Zorro Rojo ha aprovechado para reeditar aquella Cartilla Escolar Antifascista que acompañaba a los republicanos en el frente y llevarla a nuestras librerías en un momento en el que, precisamente, parece seguir siendo necesaria. Todavía hoy la democracia sigue amenazada.
“Nos han hecho la promoción casi sin quererlo”, bromea al otro lado del teléfono Piu Martínez, editora de la obra, en conversación con elDiario.es. Y es que la Cartilla es, en definitiva, el reflejo de una república que quiso invertir más en maestros que en militares y que pagó la osadía con un golpe de Estado.
Incluso durante la Guerra Civil, cuando quizá la mayor preocupación era contener al enemigo, el Gobierno de Manuel Azaña encargó la puesta en marcha de las Milicias de la Cultura, responsables de la distribución en el frente de todo tipo de material didáctico. Mapas, pizarras, telas enceradas… Y, por supuesto, la Cartilla junto a un complemento con actividades aritméticas. Como detalla Martínez, “se convirtió en la herramienta fundamental de esa campaña de alfabetización, ya que teníamos unos índices de analfabetismo brutales que alcanzaban hasta el 60% del país”.
En abril de 1937, el Ministerio encargó una primera tirada inicial de 25.000 ejemplares para poco después volver a la carga con otros 100.000, con nuevas aportaciones gráficas y revisión de contenidos. “Este material fue llevado a cabo por pedagogos, gente del ámbito de la docencia y de las artes gráficas. Muy destacada fue la labor de los fotógrafos José Val del Omar y José Calandín Guzmán, pero también del diseño de Mauricio Amster. Nunca se había visto nada parecido en los manuales de lectoescritura, ni siquiera fuera de España”, aprecia la editora.
El texto de este libro, a su vez redactado por Fernando Sáinz Ruiz y de Eusebio Cimorra, contaba con la particularidad de impactar a primera vista por el uso de la tipografía y los fotomontajes. Por ejemplo, se emplearon fotografías tomadas durante las Fallas Antifasctistas de Valencia del 37, que como se puede observar en el documental Fallas 37. El arte en guerra se convirtieron también en un arma contra la falange al emplear ninots de dictadores como Hitler, Mussolini y, junto a ellos, Franco.
Asimismo, el libro rompía con la normativa clásica de cómo se debía aprender. Los huevos o canicas para aprender a contar se sustituyen aquí por balas o tanques, mientras que los silabarios también tenían su particular versión. “Al igual que aprendemos con el típico mi ma-má me mi-ma, aquí es u-ni-dos ven-ce-re-mos al fas-cis-mo”, recita Martínez.
Una vez que los soldados aprendían a leer y escribir, al final de la cartilla encontraban a modo de reconocimiento un texto de Jesús Hernández, por entonces ministro de Instrucción Pública: “Este mundo magnífico lo habéis conquistado mientras en una mano sosteníais la Cartilla y la otra el fusil como si montarais guardia de vuestro derecho a la instrucción”. Pero la misión no acababa, porque quienes eran alumnos luego pasaban a ser profesores con el resto de compañeros analfabetos.
Pero ¿de verdad tenían tiempo para la docencia? “Cuando estaban las cosas muy mal obviamente no, pero había muchas horas muertas mientras estaban en la trinchera. Defendían zonas en pueblos o en mitad de carreteras que hasta que no eran atacadas podían pasar días”, explica la editora.
Como el artista y comisario Pedro G. Romero señala en las notas de esta edición, en la cartilla subyace “una cierta idea del común hacer colectivo” que bebe de “las lógicas cruzadas de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial”. De este mismo espíritu se puede aprender hoy día, porque, entre otras cosas, no tuvieron reparo en llamar a las cosas por su nombre. “La Cartilla nos explica cuál es el lado malo de la historia: el fascismo contra el que hace tiempo que empezamos a librar una batalla y que sigue campando a sus anchas”, culmina Martínez.