Hay una pregunta que lanza Mercè Ibarz en su libro que sintetiza la imagen fija de Mercè Rodoreda hacia finales de los 70, cuando regresa definitivamente de sus exilios y se construye una casa en Romanyà de la Selva para escribir, cultivar dalias y glicinas; y para el previsible morir: “¿Quién era esa dama de cabellos blancos, de humor cambiante, de plácida apariencia, de sonrisa tímida que en privado se ensancha hasta ser estridente, aquella señora de piel fina, de ojos violeta levemente desparejos, que a los setenta años se ha hecho una casa en medio del bosque y ha roto del todo con su familia desde hace más de una década?”.
Es decir, ¿quién era esa señora tan misteriosa, tan catalana, tan cosmopolita, tan talentosa y autárquica que desde Ginebra escribió como nadie acerca de la miseria moral de la posguerra española?
La respuesta de la periodista cultural y escritora Mercè Ibarz a esta pregunta es Abeja furiosa de su miel (Anagrama), un libro que no es una biografía al uso, sino una exploración en primera persona acerca de la obra, los lugares y los hechos que definieron a la persona-personaje Mercè Rodoreda; un retrato ensayístico que se lee con la fluidez de una novela, al estilo de los tristemente descatalogados Leyendo a Chéjov, de Janet Malcolm (Alba, 2004) o James Joyce, de Edna O’Brien (Mondadori, 2001). El 3 de abril se presenta el libro, junto a Berta García Faet, en la librería La Central de Callao (Madrid).
Mercè Rodoreda falleció en Girona el 13 de abril de 1983. Dos semanas después García Márquez publicó un artículo en El País titulado: ¿Sabe usted quién era Mercè Rodoreda? donde, además de quejarse de la poca cobertura periodística de su adiós, definía La plaza del Diamante como “la más bella novela que se ha publicado en España después de la Guerra Civil”.
Hoy, sin embargo, Rodoreda ya no es una mujer invisible y existe una avidez creciente por saber más de ella y, lo que es más importante, por leerla. Sus libros se reeditan en castellano y en catalán (Club Editor, Edhasa, Alianza), pero también en islandés y en chino; se llevan sus novelas al teatro y en X (antes Twitter) la cuenta con su nombre, que postea muchas de sus citas en forma de aforismos –“Tu ¿què hi tens, a dintre? ¿Jardí o infern? Una mica de tot. Segons d’on bufa el vent [Tú ¿qué tienes adentro? ¿Jardín o infierno? Un poco de todo. Según sople el viento]– tiene más de 38.000 seguidores.
Abeja furiosa de su miel (que antes apareció en catalán con el título Retrat de Mercè Rodoreda) no es la primera aproximación biográfica de Ibarz a la autora, ya que desde 1991 la ha convertido en su objeto de estudio intermitente. Pero ¿cuál es el vínculo que une a esta periodista y escritora singular con la creadora de Colometa? “Rodoreda fue el primer autor en lengua catalana que leí”, reconoce Ibarz. “Nos pasaron sus cuentos en una clase en la universidad y no entendí nada, o entendí la mitad, pero me fascinaron. Diez años después las cosas ya eran diferentes. A raíz del éxito de su obra ya era más conocida, pero de todos modos hubo algo que me llamó la atención a su muerte. Yo trabajaba entonces en el conservador Avui, que fue el primer periódico en catalán de la democracia, y decidieron titular su obituario de un modo extraño: ‘Una vida plagada de éxitos y de secretos familiares’. Y la pregunta inevitable que me hice fue: ¿por qué? ¿De qué están hablando?”.
Aquel decir sin decir, aquellos secretos considerados pecado –agrandados y retorcidos por la mirada conservadora y patriarcal de la época, que todavía persiste– eran vox populi entre la élite catalana: Rodoreda había sido la hija única de una familia de “menestrales letraheridos”, como los define Ibarz; formada en casa –embebida de poesía catalana, romanticismo y jardinería– en una torre de Sant Gervasi, fue a la escuela apenas hasta los ocho años; a los 20 se casó con su tío, el hermano de su madre 16 años mayor que ella; a los 21 años tenía un hijo y a los 22 ya sabía que aquel matrimonio había sido un disparate.
Durante los años de la República se separa oficialmente, se hace periodista; publica novelas de título escandaloso como ¿Soy una mujer honrada?, de las que luego renegará; coquetea, seduce, vive su vida, lleva pantalones; y tras la guerra –ese periodo que Rodoreda siempre llamará “revolución”– se va al exilio con un grupo de escritores e intelectuales catalanes.
En Europa la guerra también la alcanza (durante más de un mes huye a pie de los bombardeos entre el avance alemán y la retirada francesa); en ese contexto, sin pareja y sin familia –porque el hijo se ha quedado en Barcelona con la abuela– comenzará una relación amorosa con el escritor Armand Obiols (seudónimo de Joan Prat), que ha dejado a su mujer y a su hija en Catalunya y nunca se divorció, pero que será su pareja hasta la muerte de él en 1971. Juntos vivieron en Burdeos, en París, en Viena, en Ginebra, donde Rodoreda era conocida como Madame Prat… Sin embargo, en la biografía de Mercè Rodoreda de Wikipedia (en catalán y en castellano) aún hoy se siguen refiriendo a Obiols con la rancia categoría de “amante”.
“Fue considerada una mujer fatal, arquetipo que tuvo que soportar en vida y que se prolongó después –explica Ibarz–. Hay una sombra que persigue a Rodoreda por varias cuestiones, pero la principal acusación es la de haber abandonado a su hijo, que no tuvo una vida fácil. Y ya sé que es algo obvio, pero es que nunca nadie ha señalado a Obiols por haber abandonado a su hija ni a ningún otro escritor que se haya ido al exilio”, se lamenta la autora con cierta fatiga.
“Y por otro lado, ¿qué pasa si no sientes la maternidad? ¿Qué es ser una mala madre? Contra Mercè Rodoreda se han hecho y se siguen haciendo comentarios muy crueles tanto en público como en privado. La inquina la ha perseguido”, se pregunta la autora del ensayo.
Mercè Ibarz no deja de subrayar que fue con los 50 años ya cumplidos –entre 1959 y 1966– cuando Mercè Rodoreda escribe o comienza a escribir todas sus novelas, a excepción de Cuánta, cuánta guerra y de la póstuma La muerte y la primavera. Una década de fecundidad creativa y de “arrebato sostenido” que la llevó a finalizar La plaza del Diamante en tan solo ocho meses.
Rodoreda presenta La plaza del Diamante al premio Sant Jordi y no lo gana, pero los lectores del catalán (todavía escasos) la convierten en un éxito editorial –“porque si algo no le ha faltado nunca a Rodoreda han sido lectores”, reafirma Ibarz–. Sin embargo, hay ambientes en los que no cae bien el personaje de Colometa. El escritor y crítico Baltasar Porcel la acusa de cursi y de “bleda” (y no queda claro si es al personaje, a la novela o a la autora a quien acusa).
Y no será el único. Mercè Ibarz explica que a los exiliados les molesta la poca heroicidad de los personajes. “En los inicios del posfranquismo no interesaban las evocaciones negras y simbólicas de la guerra, ni a los que se quedaron ni a los que se fueron. La plaza del Diamante habla de los supervivientes. Colometa/Natalia es una voz poética y patética de quienes perdieron la guerra y no se exiliaron, cuya conciencia política y colectiva había sido aniquilada –continúa Ibarz–. No, Rodoreda era más cruel que cursi, pero con esa crueldad necesaria para que las cosas se encarnen. A mí siempre me ha parecido una escritora punk”.
Irritada con la respuesta crítica a La plaza del Diamante, con la siguiente novela eleva la apuesta y convierte a una prostituta sin linaje, Cecilia Ce, en la protagonista de un nuevo soliloquio sonámbulo. “Le encantaba escandalizar a la timorata escena cultural barcelonesa. En La calle de las Camelias hay cuatro abortos y una violación grupal, ‘una manada’ en la que participan un sastre y un historiador. Además es una novela implacable con la Barcelona de las apariencias; con los ricos que van al Liceo, que es un nido de miserias vitales y colectivas de quienes habían apoyado con vítores y dineros a los vencedores de la guerra”. Pese al desafío, esta vez gana todos los premios de la literatura en catalán de la época. “Le dan con la querida lo que le habían negado con la dependienta”, subraya Ibarz.
Mercé Rodoreda negó en múltiples ocasiones ser feminista. “El feminismo es como un sarampión” contesta en una entrevista con La Vanguardia, pero Ibarz deja claro que una cosa es lo que dice y otra, muy distinta, lo que escribe. “La mayoría de las escritoras de su generación no tuvieron acceso a la teoría feminista, por lo que para ellas no pudo ser emancipadora. Pero eso no significa que su literatura no lo sea. Sobre todo porque un autor no puede controlar cómo es leído y en los últimos años el feminismo la ha hecho suya, encontrando aliento tanto en sus libros como en muchas de sus frases o versos, como el que inicia mi libro: ‘Aún vencida quiero ser yo misma,/abeja furiosa de su miel’. Y no solo los feminismos, hoy Rodoreda es reivindicada y leída por nuevos públicos que son capaces de entrar en sus últimas obras, las más transgresoras”.
Como ejemplo, en The New York Times, en 2018 le preguntaron a diversos escritores acerca de cuáles habían sido los libros con los que más miedo habían sentido en su vida y la joven norteamericana de origen vietnamita Vi Khi Nao eligió La muerte y la primavera, de Rodoreda, como el más terrorífico. ¿La razón? “Porque es un libro que hace que, en comparación, cualquier novela distópica o de terror escrita hoy en día parezca un tranquilo y sosegado paseo por la playa”.
Y es que La muerte y la primavera, una “alegoría antropológica universal donde no existe escritura ni alfabeto ni religión y hasta las glicinas amenazan, contradice a fuego y sangre la imagen de una Rodoreda floral y cursi”, escribe Ibarz en Abeja furiosa de su miel.
Aquellos libros “raros” de condensación simbólica y aliento fantástico, los que escribió en Romanyà de la Selva al final de su vida, apenas recibieron atención crítica cuando se publicaron, “sin embargo a mí me dejaron tan fascinada como aturdida –recuerda Mercè Ibarz–. Eran obras difíciles, exigentes con el lector, negras y visionarias, que han necesitado tiempo para encontrar a su público, pero finalmente lo han hecho”.