Diez mujeres despiertan en una granja de ovejas en mitad de la nada. No saben cómo han llegado ni quién las trajo hasta allí. Tampoco saben cómo salir. Una se tranquiliza pensando que la han encerrado en un manicomio. “A lo mejor estaba loca y todo iría bien”. “Yala Kovacs, diecinueve años y ocho meses. Buen cuerpo, y era la pura verdad”. Mi madre habría dicho que ese fue su problema. Y tendría razón.
En estado salvaje es la primera edición en castellano de El estado natural de las cosas, la novela de la australiana Charlotte Wood, recién publicada por Lumen. Cuenta la historia de un secuestro: diez jóvenes han sido drogadas, transportadas y enclaustradas en una nave ganadera abandonada en el desierto australiano, con dos guardianes y un desfile de habitantes locales: canguros, cacatúas, conejos y serpientes venenosas.
A diferencia de El cuento de la criada, la revitalizada obra maestra de Margaret Atwood con la que se ha comparado, el secuestro no es paulatino ni político: las drogan, las secuestran y las ponen a hacer trabajos forzados en una prisión remota, después de raparles el pelo y cambiar todas sus pertenencias por unos vestidos de rafia con una argolla en la cintura. Pronto las chicas descubrirán lo que tienen en común: todas han protagonizado un escándalo sexual. Algunos claramente violaciones.
De objeto sexual a objeto documental
Están la de la aerolínea, la chica del cardenal, la “favorita” del director de la escuela, la aficionada a los vídeojuegos, a la que llamaban Codebabe y era la mascota con la que se pajeaban todos los aficionados a los vídeojuegos del país. Están “la pobre chica del crucero, la del ejército y la chica a la que todo el país despreciaba, la pequeña asiática de la última temporada de PerforMAXX”.
Todas han sido deseadas, utilizadas y descartadas. Y se han convertido en el rastro pegajoso de lo que les han hecho. Han sido un juguete sexual que la violación ha transformado en otra clase de objeto, un documento que debe desaparecer o ser destruido. Ese es el orden natural de las cosas. La prisión es su castigo por no haberse callado la boca cuando tuvieron la oportunidad.
Por cierto que esta es la premisa, pero no la trama. La trama es lo que ocurre cuando el improvisado centro de detención de mujeres es efectivamente olvidado y dejan de llegar provisiones.
La prisión literal y la prisión interior
Como ocurre con El cuento de la criada, la fuerza de esta parábola radica en que es aterradoramente plausible, no como metáfora sino en su sentido literal. De hecho, Wood se inspira en una historia real y reciente que escuchó en un documental de la radio: La Institución Hay para Jovencitas, una división especial para chicas “incorregibles” creada por los servicios sociales australianos en 1961.
Las chicas eran drogadas con largactil o valium y enviadas del orfanato a una prisión abandonada en el suroeste de Australia. Allí les rapaban el pelo y les ponían uniformes. Los castigos físicos y las violaciones eran la rutina más habitual. Había doce celdas.
“La mayoría estaban allí porque las habían violado o habían abusado de ellas de alguna forma y se lo habían contado a alguien - explicaba Wood en una entrevista.- así que eran ellas las que eran promiscuas”. Tenían entre 14 y 18 años. Nadie las reclamaba, porque eran huérfanas o habían sido abandonadas por sus familias, pero los vecinos las oían gritar por la noche. La cerraron en 1974.
Pero se ha escrito mucho sobre las prisiones literales para mujeres díscolas: el convento, el manicomio, el internado. Hay países y culturas donde el matrimonio también es la cárcel, más de los que queremos contar. Lo interesante de la novela es que explora los barrotes de la prisión interior, una red de neuronas tan poderosa y metastasizada que atrofia con efectividad el recurso más evidente contra una amenaza común: la conciencia de clase.
Las diez chicas están solas en su prisión colectiva porque antes del secuestro han sufrido otro, un entrenamiento capaz de imponer una conducta específica a esta multiplicidad humana concreta. La prisión interior es peor que la literal, porque no permite la fuga.
La edad de oro del Gótico feminista
Si el gótico sureño usa la ambientación clásica del terror para describir cuestiones sociales y explorar la cultura sureña; podemos empezar a hablar de gótico feminista, porque se apropia de los mismos elementos para un fenómeno social y cultural concreto: el odio contra las mujeres y la violencia que deriva de él. En este caso, En estado salvaje es el lugar donde se cruzan la oscura visión sociopolítica de la Margaret Atwood con la sagacidad quirúrgica de Ángela Carter para leer en los cuentos de hadas como recetas para la sumisión.
Australia y Nueva Zelanda son territorio fecundo para el gótico en todas sus variantes. Sus remotas prisiones, paraíso de torturadores y sádicos amparados por el uniforme y la distancia, se han convertido en centros de detención de inmigrantes pagados con dinero público en los que no entran ni cámaras ni abogados. También son colonias recientes donde conviven el clasismo y la rigidez victoriana con la masacre y esclavitud de sus habitantes originales. Esta condición deriva en una misoginia especial, al mismo tiempo contemporánea y antigua.
Su mejor directora, Jane Champion, la ha abordado de manera obsesiva desde El Piano, donde una mujer escocesa y su hija son literalmente vendidas por el padre de la mujer a un terrateniente de Nueva Zelanda. En Top of the Lake, las mujeres son vendidas, despreciadas, violadas y asesinadas. Pero hay un punto de esperanza: el círculo de mujeres que viven atrincheradas en torno a la formidable Holly Hunter es el reverso del rancho donde se despiertan las diez chicas en la nueva novela de Wood.
Aquel se llamaba, irónicamente, Paraíso, un lugar donde las mujeres dejan de ser culpables y aprenden a ser comunidad, armadas de cuidados y de armas de fuego. Esta no tiene nombre, ni cara. No sabemos quién ha pagado para encerrar a las chicas ni a qué misteriosa empresa, porque es el orden natural de las cosas; la prisión de todas las mujeres en todas las partes del mundo y es invisible, persistente y a menudo mortal.