Jenny Odell escribió su libro antes de la pandemia y si ya entonces el título resultaba atractivo, ahora suena a tabla de salvación del cansancio extremo. Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención se acaba de publicar en España de la mano de la editorial Ariel traducido por Juanjo Estrella. Una sociedad —o parte de ella– magullada y agotada por los embates del neoliberalismo que impide dejar de producir busca guías para encontrar el descanso. Al menos eso manifestaron los miles de personas que hicieron viral la transcripción de la charla que la autora dio en 2017 en el festival EYEO y que dos años después se transformó en un libro. Entre sus admiradores, y de una manera un tanto paradójica, se encuentra Barack Obama, que lo incluyó en su lista de lecturas preferidas del 2019.
Pero aunque el título se asemeja a la fórmula de los libros de autoayuda que ofrecen respuestas sencillas a la pregunta que formulan, el de Odell no pertenece a esa categoría. O, al menos, no del todo. Como ella misma dice al inicio: “Empecé a pensar en esta obra como en el trabajo de una activista disfrazada de libro de autoayuda. No estoy segura de que sea del todo ninguna de las dos cosas. Pero, así como espero que tenga algo que ofrecerte, también deseo que pueda aportar algo al activismo, sobre todo porque proporcione un punto de descanso para aquellos que acuden a luchar por una buena causa”.
Tampoco es un tratado de cómo desconectar, es un buen método para ser más productivo una vez terminado ese ‘tiempo de descanso’. De hecho, se define como anticapitalista y aboga por plantearse qué es lo que hoy en día se percibe como productivo. La propuesta de Odell no aboga por la parálisis vital, sino que reclama el dejar de rendir. Dar un paseo o dedicarse a ornitología –algo a lo que es muy aficionada, al igual que Margaret Atwood– implica una actividad que no tiene una dimensión laboral sino que pone a la persona que lo practica en contacto con el medio ambiente en el que habita.
Por supuesto, las tecnologías entran en esa dimensión de la productividad. El cómo las redes sociales son una extensión más del trabajo: cada minuto del día es potencialmente monetizable, por lo que dejar de exponerse significa perder dinero. Especialmente para las empresas que las gestionan o las utilizan para sus objetivos comerciales. Que sean adictivas no es una casualidad, por supuesto, están diseñadas para ello ya que los usuarios son sus trabajadores.
Pero Odell, que además de escritora también es artista y da clases de arte en la Universidad de Stanford, es consciente de que la solución no es tan fácil como salir al campo o apagar el móvil. De entrada, por una cuestión de clase social: no es lo mismo vivir en un barrio residencial con espacios verdes que en uno que carezca completamente de ellos. Ni para todo el mundo es posible dejar las redes de lado o aislarse de ese ruido enloquecedor que generan.
Cita a Laura Portwood Stacer, editora y consultora de publicaciones para autores académicos, que llevó a cabo una investigación que presentó en 2012 como Rechazo a los medios y no consumo manifiesto: la dimensiones performativas y políticas de la abstinencia de Facebook. En dicho trabajo afirma que: “Es posible que ese rechazo solo sea posible cómo táctica para gente que ya posee una gran cantidad de capital social, personas cuya posición social resistirá sin Facebook y personas cuyas vidas no les exigen estar constantemente conectados y disponibles… Esas son las personas que tienen lo que Noonan (2011) llama 'el poder de apagar'”.
¿Es decir adiós la solución?
La reflexión llega a España en el momento en el que la alcaldesa de Barcelona Ada Colau abandona Twitter durante un tiempo indefinido. Entre las razones que esgrime se encuentran la tiranía de la presencia permanente, el tener que opinar sobre todo, las discusiones estériles, la deformación de la realidad que se genera en la plataforma y la necesidad de hacer una mejor política “que transforme la realidad y mejore la vida de las personas, ser buena alcaldesa para mi ciudad, y, en lo posible, ser cada vez mejor persona (...)”, en palabras de Colau. “Creo que Twitter me aleja de esos objetivos y por ello tomo la decisión serena de dejarlo. Sin dramas ni victimismos, como una decisión muy serena”, dijo en su tuit de despedida. No desaparece del universo virtual, ya que seguirá presente en Facebook, Instagram y Telegram.
Como no podía ser de otra manera, el comunicado de la regidora ha desatado un aluvión de apoyos pero también de críticas, muchas de ellas virulentas y misóginas. Del mismo palo de las que recibió la conocida periodista Cristina Fallarás al anunciar su partida de la misma red. Como se explica en este artículo de Carlos del Castillo publicado en este mismo periódico al respecto de la decisión de Colau, según una investigación de Amnistía Internacional, “las mujeres políticas y periodistas reciben más insultos y comentarios ofensivos que los hombres. Más de un 7% de todos los comentarios que reciben son misóginos. La situación es peor para las mujeres racializadas, contra las que se emiten un 34% más de comentarios ofensivos que contra sus compañeras blancas”.
Está por ver que la decisión tomada por la política y la periodista sea posible atendiendo a los factores que menciona Portwood Stacer. Pero para Odell una resistencia al alcance de cualquiera no pasa por la renuncia a las redes sociales o las tecnologías sino por el cambio de la atención. Centrarla en otro punto para conseguir el objetivo de recuperar el espacio que permita reflexionar y pensar sobre las cosas.
“Yo estoy menos interesada en un éxodo masivo de Facebook y Twitter que en un movimiento masivo de atención: en lo que ocurre cuando las personas recuperan el control sobre la atención y empiezan a dirigirla de nuevo, juntas. Ocupar el ‘tercer espacio’ de la economía de la atención es importante no solo porque, como he argumentado, la atención individual constituye la base de la atención colectiva y, por tanto, de todos los rechazo significativo”, afirma en su libro.
Gracias a esa colectividad se podrían hacer frente a problemas como la explotación laboral, como hicieron los estibadores del puerto de Oakland (San Francisco) en la huelga general de 1934, como se recuerda en el libro. Pero también señala que hoy en día impera un miedo a perder el trabajo por protestar o pedir un aumento de sueldo que imposibilita el bajarse de la rueda de la productividad. Sostiene que “en un ciclo en el que tanto unas plataformas con criterio económico como la precariedad general estrechan el espacio de la atención –la misma atención necesaria para resistirse a esa embestida, que empuja cada vez más– quizá sea solo el espacio de nuestra propia mente donde algunos de nosotros podamos empezar a deshacer los vínculos.”