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Los cuatro Paul Auster que habitan las páginas de '4321'

Paul Auster se siente cómodo en España. Puede que sea así desde que en 2006 pasara aquí una temporada tras recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Ese mismo año Pedro Almodóvar se quedó con el de las Artes y juntos protagonizaron uno de los encuentros más estimulantes que ha tenido a bien organizar la Fundación que otorga el reconocimiento.

En aquel encuentro, ambos creadores llegaron a la entente de que perseguían la transparencia narrativa mientras practicaban la proliferación de historias en una misma narración. Ambos llenaban de tramas y subtramas sus obras porque eran incapaces de descartar qué les parecía menos relevante de crear. Querían hacerlo todo, cada vez que hacían algo.

Con 4321, publicado en España por Seix Barral, Paul Auster parece seguir en la misma senda. Su última novela son muchas en una sola, estructuradas en cuatro versiones paralelas de la vida de un mismo personaje a través de casi mil páginas. Su nombre es Archie Ferguson y, como su creador, tampoco puede parar de fabricar relatos.

Esta semana, Auster presentó su última novela en el Espacio Fundación Telefónica. Cómodo y sonriente, habló de su oficio, de qué le empuja a embarcarse en proyectos mastodónticos y de por qué nunca le diría a un joven que se dedicase a escribir. Y casi sin pensarlo, dejó claro que los Archie Ferguson de su novela son, a su vez, Paul Auster de la nuestra. No en vano, creador y creado nacieron en 1947 en Newark, Nueva Jersey.

El periodista comprometido con su realidad

El primer Archie Ferguson de 4321 es un ávido lector que desarrolla una conciencia social gracias a su tía que le concede una mirada única de la historia de la Norteamérica del siglo XX. Su sueño es convertirse en periodista y, si la suerte quiere, uno de los buenos. Por eso, se implicará en las protestas estudiantiles de los sesenta, verá morir a Kennedy e idolatrará a Martin Luther King.

A su vez, es también un reflejo del Paul Auster que mayor atención ha prestado al mundo que le rodea. Voz reflexiva que mira el pasado para intentar averiguar en qué consiste exactamente el presente.

Siendo así, Auster es consciente de que la política norteamericana que retrata en la vida de este Archie está lejos de ser la que enfrenta ahora su país. “Aprendimos muchas cosas durante los sesenta pero, en cierto modo, no hemos avanzado demasiado”, defendió durante la presentación. “Es posible que, desde la Guerra de Secesión, Norteamérica no haya estado tan dividida como lo está ahora. Siento que seguimos sin haber afrontado el tema racial y nuestro pasado como país que permitió la esclavitud. Hoy me aterroriza volver a ver banderas del bando confederado en la calle porque para mí... es como ver una esvástica”.

Su personaje de ficción también forma parte activa de las protestas estudiantiles de los sesenta, pero de otra forma. A través de él, Auster busca entender qué le alejó del activismo cuando tenía la edad de buscar arena de playa bajo los adoquines. Tal y como confesaba en su novela autobiográfica A salto de mata: “Contribuí a la ocupación de un campus, fui maltratado por la bofia y pasé una noche en el calabozo, pero principalmente fui espectador, simpatizante, compañero de viaje. Por mucho que me hubiera gustado incorporarme al movimiento, descubrí que no tenía temperamento para actividades de grupo”, escribía en el libro. Auster ama la soledad. De lo contrario, nunca hubiese sido escritor.

El niño que escribe a pesar de todo

El segundo Archie Ferguson también nace en 1947 pero su vida será más corta que la de cualquiera de los otros personajes homónimos. A pesar de todo, este joven desarrollará un prematuro talento narrador que será incapaz de controlar. Escribirá sin parar ni pensar en las consecuencias, sin hacer caso a la edad que tiene ni escuchar a todo el que le dice que lo que tiene que hacer es jugar con la pelota. Él se divierte bautizando a cada uno de sus zapatos y escribiendo cuentos sobre las aventuras que viven cuando no los lleva puestos.

En la vida real, Paul Auster era capaz de reconocer las letras del alfabeto a los tres años. A los seis, su profesora le pasó a un grupo de lectura avanzado porque sus progresos era muy superiores a los de su clase. Y por aquella época, el joven Auster creía que el alfabeto contenía dos letras más, dos letras secretas únicamente conocidas por él: Una L al revés y una A invertida.

Pero su trasunto literario tiene algo que él nunca tuvo: acceso a grandes lecturas que le inspiraron y formaron su personalidad. Archie leyó La metamorfosis de Kafka, El guardián entre el centeno de Salinger o el Cándido de Voltaire cuando aún no contaba con doce años. Algo que nunca sucedió a Auster.

Cuenta en Informe del interior, otra de sus novela autobiográficas, que sus padres habían terminado la educación formal durante el bachillerato, y ninguno de los dos tenía interés por la lectura. En su casa no había libros. A cambio, Auster pasaba largos fines de semana en una biblioteca pública de Newark donde, a los ocho años, descubrió que quería ser escritor. 4321 es una excusa para investigar qué hubiera sido de él si hubiese tenido diferentes referentes a distintas edades. Quién sería como escritor.

“Cuando un joven escritor viene a mí pidiendo consejo lo único que le digo es: no lo hagas”, confesaba en la presentación de su último libro. “Si quieres malgastar tu vida solo en una habitación, si quieres ser ignorado, si quieres que no te lea casi nadie y quieres ser pobre, dedícate a escribir. Si decides dedicarte a esto, no esperes nada de nadie. Y si, a pesar de haberte dicho eso, sigues queriendo ser escritor, lo serás”.

El bohemio ladrón de libros

El Archie tres, llamémosle así, ve morir a su padre en un incendio cuando aún no ha cumplido los ocho años. Al poco tiempo, deja su casa familiar en Nueva Jersey para mudarse a Nueva York, donde empieza una tumultuosa adolescencia que le hará pasar de un instituto a otro, ser detenido por robar libros, descubrir su bisexualidad y amar el cine como un arte salvavidas.

A diferencia de Ferguson, Paul Auster vivió la muerte de su padre en 1979, cuando pasaba ya la treintena. Sobrellevó su muerte como un hombre adulto y formado hasta que se enfrentó “a esa extraña fecha en la que cumples la edad a la que tu padre murió y te das cuenta de que vas a vivir más años de los que él tuvo jamás”, contó al público de Madrid.

A través de 4321, Auster investiga la muerte prematura y azarosa que tanto abunda en sus novelas pero esta vez, con la cultura como bote salvavidas. Como única salida hacia el crecimiento personal y la aceptación de lo inevitable.

“Podemos aceptar con resignación la muerte que sobreviene después de una larga enfermedad, e incluso la accidental podemos achacarla al destino, pero cuando un hombre muere sin causa aparente, cuando un hombre muere simplemente porque es un hombre, nos acerca tanto a la frontera invisible entre la vida y la muerte que no sabemos de qué lado nos encontramos. La vida se convierte en muerte, y es como si la muerte hubiese sido dueña de la vida durante toda su existencia”, escribía Auster en La invención de la soledad.

El escritor de la gran novela

El último Archie Ferguson vive para escribir. Cuando era joven, ganó un concurso literario que le hizo creer que tendría futuro como escritor y, desde entonces, solo piensa en conseguir ese best-seller que le haga tan célebre como sus autores favoritos. Sin embargo, parece que esa novela nunca llega.

Este es, si acaso, el más cercano al Auster actual. 4321 es una de las más grandes novelas del escritor y el éxito de ventas está asegurado si nos basamos en las críticas que está recibiendo en las más prestigiosas cabeceras -que nunca son óbice de nada-. Pero ¿estamos ante su novela definitiva? A través de esta última historia, el escritor se pregunta hasta qué punto puede obsesionar la idea de una novela, hasta qué punto le ha afectado el éxito.

“La gente que se dedica al arte realmente padece una enfermedad de la que jamás podrá recuperarse. Siempre llega una idea nueva y excitante que no tendrá más remedio que seguir, dejando todo lo demás a un lado”, dijo el escritor. Sea con Archie Ferguson o con Paul Auster, la literatura siempre ha aparecido en su vida cuando más lo ha necesitado.

En cierta medida, Auster solo ha escrito autobiografías, aunque nunca ha llegado a narrar su vida en ellas. Cada libro es una excusa para explora su alma y, como en 4321, descubrir no solo quién es, sino quién podría haber sido si cualquier casualidad hubiese cambiado el rumbo de su vida.

Con que para un solo lector signifique lo que para Archie Ferguson significó Silencio de John Cage, 4321 habrá llegado muy lejos: “Un libro que le había vuelto del revés cambiando su forma de pensar, volando en pedazos sus postulados sobre el mundo y lanzándolo a un terreno nuevo donde todo parecía diferente, donde todo seguiría siendo distinto mientras continuara viviendo en el tiempo y ocupara un espacio en el universo”.