“Mientras el bote rebotaba contra la cresta de cada ola, las ráfagas de viento desbarataban el cabello de los hombres que iban con la cabeza descubierta y, no bien la embarcación se sumergía a popa con un 'plop', la espuma del mar volvía a castigarlos como azotes”. Son las palabras de Stephen Crane en El bote abierto, un relato donde cuenta que casi muere ahogado en un naufragio frente a las costas de Florida en 1897. Al final, aunque de forma indirecta, terminó falleciendo por aquel incidente: los cuatro días a la deriva le ocasionaron tuberculosis, enfermedad que acabó con él en 1900 cuando solo tenía 28 años. Pero, a pesar de su corta vida, se convirtió en una de las figuras más importantes de la literatura universal.
Nacido en 1871 en Newark (Nueva Jersey), Crane fue el noveno de los 14 hijos que tuvieron sus devotos padres metodistas, Jonathan Townley Crane y Mary Helen Peck. La suerte no fue algo que acompañara a su familia: su hermana, Agnes Elizabeth, también murió a los 28 años pero de meningitis, mientras que su hermano Luther sufrió el mismo destino al caer bajo un tren en marcha cuando trabajaba de guardavía. La trayectoria del escritor neojerseyés fue breve, pero intensa: en solo ocho años y medio produjo una obra maestra La roja insignia, dos novelas cortas, tres docenas de relatos (entre ellos el ya mencionado El bote abierto), recopilaciones de poemas y más de 200 artículos periodísticos.
Por todo ello, el escritor, traductor y cineasta Paul Auster (1947), reconocido entre otras cosas por La trilogía de Nueva York (1987) o Leviatán (1992), y galardonado en 2016 con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, ha decidido publicar un nuevo libro centrado en el autor estadounidense que se sitúa a medio camino entre una biografía y un análisis literario.Se trata de La llama inmortal de Stephen Crane, editado por Seix Barral y traducido al español por Benito Gómez Ibáñez.
La primera novela de Crane fue Maggie, una chica de la calle (1983), centrada en una joven del Bowery, un barrio del sur de Manhattan (Nueva York), que después de una serie de desafortunados acontecimientos acaba viviendo en la pobreza y la soledad. El autor tenía únicamente 22 años cuando publicó su obra pionera, alabada por su realismo literario y la forma de abordar temas como el poder destructivo del alcohol. Fue considerada la primera muestra del naturalismo literario estadounidense, aunque iba tan en contra de la religiosidad de la época que no había ningún sello que quisiera publicarla y acabó siendo autoeditada.
Asimismo, la trayectoria profesional de Crane se vio impulsada por la edad de oro de la prensa de masas. Solo en Nueva York coexistían 18 periódicos de habla inglesa, lo que generó el auge de la prensa amarilla. De hecho, el escritor fue reclutado por dos de las cabeceras más populares de entonces El Journal, de William Randolph Hearst, y el World, de Joseph Pulitzer.
Lo que sucedía con la prensa era un fiel reflejo de lo que pasaba en los Estados Unidos de entonces, un contexto importante también necesario para comprender el desarrollo del propio Crane. A finales del siglo XIX la región experimentó un fuerte crecimiento que lo transformó de un país aislado a una gran potencia mundial. Surgieron cosas hasta entonces desconocidas, como el teléfono, el funicular o incluso los pantalones vaqueros.
Pero los norteamericanos seguían arrastrando el legado de dos grandes crímenes que todavía no han logrado reparar: la esclavitud de africanos y la aniquilación de los nativos americanos. Mientras los indios eran masacrados o bien recluidos en reservas gestionadas por el gobierno estadounidense, los capitalistas acumulaban fortunas de millones de dólares gracias a negocios como el ferrocarril, el acero o la banca, lo que marcó un precedente en desigualdad económica que llega hasta nuestros días.
Ocurría todo lo contrario con la economía de Crane, que a pesar de su alta producción intentaba ganarse la vida como escritor independiente en Nueva York. “La historia de la literatura norteamericana y los grandes nombres a los que admiramos tanto ahora, como Edgar Allan Poe o el propio Stephen Crane lidiaban con muchos problemas financieros. De hecho, Herman Melville escribió en una carta: 'Los dólares son mi maldición'. Por eso había menos autores que ahora, porque era prácticamente imposible ganarse la vida con ello”, explica Paul Auster tras ser preguntado por elDiario.es en una rueda de prensa online organizada por su editorial.
De ahí que La roja insignia del valor, una historia sobre la Guerra Civil estadounidense, naciera de la desesperación del autor. Estaba en la ruina, había perdido su contacto con el periódico Tribune, le resultaba difícil publicar en periódicos y necesitaba un éxito que se convirtiera en una fuente de ingresos. No tenía ninguna experiencia en batallas y nació después de la contienda que relataba, pero acabó creando un clásico de la literatura bélica. Inmediatamente después se convirtió en toda una celebridad, alabado tanto por la crítica como por escritores de la talla de H. G. Wells o Hemingway.
El exilio de Nueva York y la batalla contra la Policía
“La brutalidad e innecesaria dureza con que se trató a la multitud habría sido inexcusable en cualquier momento, pero en la noche en cuestión fue sencillamente vergonzosa”. Fue el primero de una serie de artículos que Crane escribió contra la policía de Nueva York, en esa ocasión referido a las, según él, injusticias que las autoridades habían cometido en 1896 durante el primer discurso importante de William Jenings Bryan, candidato demócrata a la presidencia.
La semana siguiente volvió a incidir en la mala praxis policial. “Es de esperar que hagan un ejemplo con el policía que detuvo la otra noche en la Sexta Avenida a una mujer inocente que no había quebrantado la ley”, denunciaba. La mujer en cuestión era una prostituta llamada Ruby Young (alias Dora Clark), que por entonces no conocía en persona pero que estaba a punto de cambiar su vida para siempre.
Los hechos sucedieron el 16 de septiembre de 1896, cuando Crane estaba en un popular resort de Broadway entrevistando a dos mujeres para un reportaje. Cuando volvía a casa, el periodista vio cómo un policía vestido de paisano agarró a dos mujeres que empezaron a gritar. Charles Becker, el oficial, las detenía por “abordar a dos hombres con fines de ejercer la prostitución”, pero el periodista intercedió y se hizo pasar por el marido de una de ellas, Dora Clark. Aquello fue la sentencia del escritor: tras esto se iniciaron una serie de juicios policiales y una campaña de desprestigio pública que acabaron provocando su exilio de Nueva York. “Stephen Crane mostró tanto coraje como su héroe de La insignia del valor en un juzgado de guardia de Nueva York: confesó que había sido el acompañante de una mujer del Tenderloin”, publicó a modo de sorna el Journal. Su reputación acabó arruinada.
Aún así, dado su espíritu incansable, Crane se siguió ganando la vida. Trabajó como corresponsal durante la guerra hispanonorteamericana en Cuba, donde estuvo en la línea de fuego enemiga, escribió de las condiciones laborales en una mina de carbón en Pensilvania o una brutal sequía en Nebraska. Un amplio muestrario para una breve trayectoria que, a pesar de ello, fue suficiente para cambiar la forma de contar el mundo a través de la palabra escrita.