La lluvia en Barcelona tiene la capacidad de trastocar los planes de la ciudad entera. Empieza a ser un fenómeno tan poco habitual que pilla a los ciudadanos desprevenidos, incluso a aquellos que siguen las predicciones meteorológicas. La conversación de Pol Guasch con elDiario.es tiene lugar en uno de esos días de paraguas rescatados de un rincón de las casas y alcantarillas embozadas. La editorial Anagrama acaba de publicar en castellano su novela Ofert a les mans, el paradís crema traducida por Carlos Mayor con el título En las manos, el paraíso quema, una historia en la que las gotas que caen del cielo no llegan ni a la categoría de anécdota.
Guasch es una de las firmas más potentes del panorama literario en catalán y en castellano. Su primera obra en narrativa Napalm en el corazón ganó el Premio Llibres Anagrama de Novela 2021 y recientemente se ha estrenado su adaptación al teatro. Además, ha publicado los dos poemarios Tanta gana (Premio Francesc Garriga 2018) y La parte del fuego (Premio López-Picó 2021) y conduce el podcast Paradís. Converses amb Pol Guasch, en el que charla con otros autores sobre asuntos como la amistad, la familia o la clase, entre otros. Porque esos son, precisamente, los temas que trata en su última novela, aunque la amistad es el principal.
Rita y Líton son dos jóvenes de procedencias muy diferentes que se conocen en una fiesta por casualidad. De ese encuentro fortuito nacerá una relación no romántica tan fuerte como para resistir los embates sociales que podrían romperla. Este libro llega en un momento en el que la amistad se ha colocado en el centro de la conversación después de que se hayan agotado todos los análisis posibles (hasta que aparezcan otros) sobre el amor. Guasch también lo había tratado en su primera novela y necesitaba explorar otras cuestiones que le interesaban. “Creo que me pregunté a mí mismo por qué estaba hablando y escribiendo tanto sobre el amor si había otra forma relacional, la amistad, que atravesaba más mi biografía y la de mi entorno, sobre la cual tenía la sensación que no había tanta cosa escrita”, dice ante un vaso de agua de Vichy.
La amistad entre los protagonistas no es la primera de sus vidas. Rita, por ejemplo, carga con las secuelas de la ruptura con su mejor amiga de la infancia, una figura que puede llegar a parecerse a la del primer amor porque los sentimientos que genera son similares. Hay cariño y complicidad pero también puede haber celos, envidia y abandono y la separación puede ser igual o más dolorosa. “En esas amistades originarias y originales hay algo de salida del aislamiento familiar”, comenta el escritor. “Yo descubrí los sentimientos más profundos justo cuando salí de allí, en este gesto tan orgánico de rechazar a los que te han acunado. En esa negación hay un gran gesto de afirmación que es ‘voy a crear mi propia historia, mi propia memoria y mi propio dolor, no el que mi familia me asigne o me proyecte’”.
Si se tiene en cuenta el peso de la amistad en la vida de las personas, resulta casi antinatural que no se la sitúe en el mismo nivel de importancia que otras relaciones como las románticas. De hecho, los artículos sobre el duelo de la amistad rota cada vez son más frecuentes, lo que indica que no se trata de una preocupación individual. “Yo creo que se trata del valor social y del capital social que le otorgamos”, reflexiona el autor. “Una persona es valiosa por el éxito que ha tenido en su unidad familiar, si ha sido un buen padre, si ha tenido un gran trabajo, un gran amor, muchas experiencias libidinosas en su etapa más joven, si ha tenido grandes experiencias intelectuales en su etapa más madura. Pero la amistad no tiene el capital social en el relato de éxito que otorgamos a que es una vida digna de ser vivida”, afirma.
En los obituarios o en los documentales sobre personajes relevantes de la historia en ámbitos como el de la cultura sí se hace referencia a sus amistades –frecuentaba las tertulias del Café Gijón, era del grupo de Bloomsbury, compartió piso en Barcelona con otros integrantes del boom latinoamericano, etc.–pero Guasch apunta que, en estos casos, no se valora la amistad per se. “Históricamente, tiene mucho que ver con el vínculo intelectual desinteresado que se fundó en la Ilustración entre hombres que aparentemente compartían una igualdad total. Era su forma de estar ligados. ¿Pero es eso realmente lo que es la amistad? ¿O es simplemente una forma más de vínculo heterosexual dominante hegemónico que hemos disfrazado con la capa de amistad”. Para el escritor se está hablando de la validación del pensamiento o el sustento que da valor a una obra, no de la amistad que la gente vive día a día más allá de las élites intelectuales.
Los análisis sobre las relaciones conducen, inevitablemente, a cuestionar algunos enunciados que se dan por válidos sin discusión (o no demasiada). En ocasiones, porque suponen una especie de tabla de salvación en un sistema poco amable para muchos de los colectivos que lo habitan. Uno de ellos podría ser el tan reivindicado “los amigos son la familia escogida”, que suena esperanzador pero ¿Realmente todas las personas son igual de libres a la hora de elegir? “Pensar que la amistad es solamente ese paraíso de agencia absoluta donde uno es profundamente libre y escoge lo que quiere es muy poco complejo, reducido y muy contraproducente. La amistad, como todo vínculo social, está atravesada por cuestiones sobre las que no tenemos control”, responde Guasch.
Una persona es valiosa por el éxito que ha tenido en su unidad familiar, si ha tenido un gran trabajo, un gran amor... la amistad no tiene el capital social en el relato de éxito
“Yo siempre pongo el ejemplo de la escuela pública como espacio de encuentro de la diferencia. Te puede salvar, porque puedes descubrir que hay otras formas de ver el mundo distintas a las de tu familia. En cambio, si vas a la escuela concertada, tu círculo social será otro. Los barrios en los que vives, las calles a las que sales a jugar, los supermercados a que vas a comprar y las actividades extraescolares que haces marcan no solo tus amistades, sino también tu futuro”, mantiene.
Un colapso sin distopía
En las manos, el paraíso quema se ambienta en un escenario de colapso climático en el que los incendios arrasan el territorio, el agua escasea y la lluvia es un milagro. Un contexto que se parece peligrosamente al futuro que se prevé a medio plazo para la Tierra pero que en la novela sucede en un tiempo parecido a los años 80 del siglo XX en España. No existen ni internet ni móviles, los personajes graban cintas de cassette, el servicio militar obligatorio aún está vigente y el SIDA comienza a hacer estragos en el colectivo de hombres homosexuales.
“Lo hice así porque la ficción te permite conjurar varios tiempos, espacios imposibles y relaciones profundas que a lo mejor te están diciendo una cosa de la realidad, pero que por nuestro día a día y nuestra mirada automatizada nos cuesta ver”, explica Guasch. En la primera página de la novela, el escritor ya deja claro que el protagonista muere a los 24 años de una enfermedad que lo ha consumido. Con este aspecto del personaje de Líton, quería desligar la idea de un cuerpo joven como algo que siempre está lleno de fuerza y apuntar que también puede ser quebradizo y vulnerable. “Yo me preguntaba por qué tanta gente de mi entorno y de mi edad se sentía cansada, rota y frágil si la sociedad proyectaba sobre ellos los mejores años de su vida de máxima productividad y potencia”, desarrolla.
Tengo la sensación que hemos vaciado el significado de la palabra ‘cuidados’ hasta el punto en que en que a veces la utilizamos con un sentido abstracto
Que el SIDA fuese el motivo de su muerte tiene que ver con la necesidad de responder a la duda de qué había quedado de aquella crisis que influyó en las relaciones e incluso en la lingüística. “Llegué a la escritura con la pregunta de qué quedaba de todo eso en mi forma de relacionarme, en mi forma de amar a otros chicos, qué quedaba de eso en un colectivo en general”, afirma. Aunque en el libro no llega a demasiadas conclusiones, Guasch declara que: “Me ha ayudado a llegar a sitios a los que no había llegado antes. Queda mucho de ese pavor social que había dentro del colectivo marica a vincularse al amor. Todavía late una forma de relacionarse que tiene que ver con la persecución y la negación de nuestro deseo durante milenios, pero también con un momento en que los amantes desaparecían y nunca se podía proyectar nada de eterno. Había una sensación de tener que salvarse a uno mismo en una relación muy compleja de amor y odio a esos que forman parte de tu colectivo, que son iguales a ti”, explica.
Por su parte, Rita representa a esa figura de la amiga que acompaña al enfermo de SIDA hasta el último momento que, en 2021, Rebecca Makkai reivindicó en su novela Los optimistas (Sexto piso). “Tengo la sensación que hemos vaciado el significado de la palabra ‘cuidados’ hasta el punto en que a veces la utilizamos con un sentido abstracto, vacío, sin saber exactamente a qué nos referimos”, señala Guasch. “En la novela hay una intención de decir que cuidarse es salvarse el pellejo, hay algo de cuidar una herida física, de acompañar un cuerpo en la materialidad más absoluta. Y sin duda, de hacer un homenaje a quien los está haciendo. Me parecía importante quitar metáfora o discurso y plasmar una situación de cuidado en su cosa más primaria”, manifiesta.
Con todos los elementos que la componen, de entrada la novela podría parecer una distopía pero no lo es porque hay optimismo en ella. Alguien se ha encargado de levantar un invernadero en el que viven plantas que de otra manera habrían desaparecido e incluso da cobijo a las abejas que ya solo podían verse en el Museo de Historia Natural, hay perspectiva de supervivencia. “La primera sensación que tuve no era la de haber escrito una novela sobre la desesperanza, ni sobre el colapso, ni sobre el final. Sí que está la pregunta de qué pasa con nosotros ante los límites: cuando todo esto se termine ¿Tendremos ganas de bailar, tendremos ganas de desear, tendremos ganas de amarnos?”, expone Guasch.
Tampoco imagina un futuro cargado de ilusión porque considera que “construir utopías porque sí, que no tienen en cuenta los límites naturales y materiales a los que estamos llegando como sociedad y como mundo, es algo absurdo e incluso diría capitalista”. “Entre la utopía acrítica y el cinismo distópico y desafectado hay relaciones que podemos repensar, actualizar y en las que podemos ahondar”, concluye.