Cuando en 2015 y gracias a un Nobel de Literatura -ahí es nada-, en nuestro país de redescubrió la voz narrativa de Svetlana Alexievich, muchos nos reconciliamos con la literatura de no ficción de corte histórico, olvidando aquello que nos había alejado del género -exceso de intelectualismo tendencioso-. Puede que fuese porque de pronto nos descubrirnos con la piel de gallina observando las atrocidades que el ser humano es capaz de perpetrar y perpetrarse. Descubriéndonos, en nuestro papel de meros lectores, como responsables y pequeños garantes individuales de una memoria colectiva que iba mucho más allá de nosotros mismos y los acontecimientos de nuestras fronteras cercanas.
Ella misma decía en Voces de Chernóbil, que durante la escritura de aquel libro a lo largo de veinte años, muchas veces pensó en dejarlo. Sin embargo, la urgencia y la voluntad de las personas con las que hablaba la volvía a poner de pie. “Estas personas buscaban respuestas. A menudo tenían prisa, temían no llegar a tiempo, y yo aún no sabía que el precio de su testimonio era la vida. «Apunte usted —me decían—. No hemos comprendido todo lo que hemos visto, pero que queden nuestras palabras. Alguien las leerá y entenderá. Más tarde. Después de nosotros»”, escribía.
Después de que las víctimas, los oprimidos y los masacrados mueran. Después de que sus recuerdos formen parte del pasado, queda lo que está escrito y lo que nos contamos unos a otros. Aunque a menudo lo escrito no es lo acontecido, pues toda historia que no escriban los olvidados, la escribirán contra ellos. Algo que nos vuelve a recordar la escritora Han Kang en su nuevo libro, sin un Nobel bajo el brazo pero con la pluma igual de afilada.
Tras el éxito de La Vegetariana, la editorial independiente :Rata_ publica Actos Humanos. Esta vez, Kang recuerda la masacre de Gwangju, levantamiento popular sucedido en 1980 contra la dictadura de Chun Doo-hwan. Revuelta que fue sofocada brutalmente por el ejército surcoreano causando, según fuentes oficiales, 144 muertos y 400 heridos y según fuentes internacionales no provenientes del Gobierno, entre 1.000 y 2.000 víctimas mortales. Actos humanos vuelve a poner sobre la mesa el increíble y valiente talento de Han Kang y nosotros volvemos a reivindicarlo.
Porque leer y recordar son actos humanos
Antes de la dictadura militar de Chun Doo-hwan, Corea del Sur tuvo otro dictador: Park Chung-hee. Este había tomado el control de la nación tras un golpe de Estado en 1962. Una noche, discutiendo sobre cómo acabar con unas revueltas a favor de la democracia que habían estallado en las provincias de Busan y Masan, el director de la Agencia Central de Inteligencia Coreana le disparó en el pecho y luego en la sien.
Chun Doo-hwan, militar que había medrado en el ejército tras haber apoyado aquel golpe de Estado, le tomó el relevo. Él fue el responsable de destruir el escenario que planteaba el acercamiento hacia una democracia institucional, al disolver la Asamblea Nacional en 1980 y presentarse a las elecciones presidenciales como candidato único. Ganó, obviamente.
A los pocos meses de su acceso al poder, el 18 de mayo de 1980, una protesta estudiantil en la Universidad de Chonnam, en Gwangju, despertó el temor del dictador ante un alzamiento mayor, que ordenó que fuera inmediatamente reprimida. Los boinas verdes tomaron la universidad, rodearon a los estudiantes, les dispararon y luego apalearon sus cadáveres. Aquello prendió la mecha de la ciudad que esa noche asaltó la comisaría de policía y se armó para plantar cara a la dictadura creando una milicia civil. Aquel día duró una semana y se saldó con las calles de la ciudad llenas de muertos.
Actos humanos nos recuerda esa historia pero no lo hace de la forma obvia: no pretende ser un retrato histórico. Su prosa se carga de poesía, de brutalidad y belleza obviando de forma consciente el tono periodístico que puede impregnar una narración de estas características.
Kang opta por acercarse desde la ficción, y desde unas voces narrativas que abrazan la fantasía, la introspección y la individualidad del dolor. La mirada de un adolescente que limpiaba los cadáveres de los fusilados, los dolorosos recuerdos de una madre que perdió a su hijo, la incapacidad de superar el trauma de una mujer violada durante las protestas, e incluso la de un alma incapaz de separarse del cuerpo al que pertenecía antes de que una bala se lo arrebatase.
Porque se aprende del dolor ajeno
Del dolor propio se aprende, aunque tropecemos dos y tres veces en la misma piedra. Pero del dolor ajeno también. Más si cabe. Leyendo, Art Spiegelman, Fréderic Pajak, Joe Sacco o a Carlos Hernández de Miguel, recordamos cómo el corte del papel puede doler más que el de un cuchillo, porque hay lecturas que duelen. Y de las que podemos y debemos aprender. Han Kang lo asimiló hace tiempo.
Ella nació en Gwangju pero, escasos meses antes de la masacre, su familia se mudó a Seúl. Tenía doce años cuando descubrió lo que había pasado. Su padres, afectados por los acontecimientos que habían sufrido a sus vecinos, amigos y familiares, hablaban del tema siempre entre susurros. Lo hacían por educación pero también por alejar todo aquel dolor de sus hijos. Sin embargo, un día Kang escaló hasta la última estantería de la biblioteca de sus padres y sacó un libro que siempre se guardaba con el lomo hacia dentro. Era un álbum de fotografías de aquellos días que abrió por la última página. Vio la cara de una mujer a la que una bayoneta había abierto el cuello. Desde entonces, la violencia en todas sus formas fue una constante en su vida.
“La imagen se le metió en el pecho como un anzuelo en la boca de un pez”, escribe Mar Abad, redactora jefe de Yorokobu que dedica un texto a la autora en la cuidada edición de Actos humanos. “En La vegetariana, vistió de mujer el interrogante de por qué existe la violencia. […] En Actos humanos, la crueldad es más punzante. Es una matanza planeada por criminales a sueldo y en horario laboral”, escribe.
La habilidad de Kang para empatizar con el dolor ajeno, para sentir la violencia del sometimiento, y narrarlo de tal forma que lo sintamos nosotros, es absolutamente prodigiosa. Sin embargo, en su prosa la violencia no se vehicula de forma insistentemente desagradable. No encontramos en su descripción de los hecho una querencia por lo repulsivo, más bien una mirada quirúrgica que la sitúa a un paso del cadáver y la tortura. Actos humanos responde con total rotundidad a las preguntas que plantea en torno a la bajeza del ser humano, o su capacidad de resistencia y redención.
Su título ya nos advierte de las miras de su discurso. Nos interpela a través de distintas voces narradoras que a menudo hablan en segunda persona del singular, apelando al 'tú' lector. Nos habla de lo hacemos los seres humanos, lo que nos acerca o nos aleja de serlo.
Porque Han Kang es literatura de resistencia
La vegetariana ya era un canto feminista y anticapitalista sobre la violencia ejercida de forma sistemática contra el cuerpo, contra lo más íntimo de cada uno de nosotros. “La intención no era hacer un catálogo de las violencias que hay en la sociedad”, decía la propia Han Kang en una entrevista en este mismo medio. “Me enfoqué en la sensibilidad de la protagonista y todo lo que a ella le aberraba en el ser humano”, como los encuentros sexuales forzados que la protagonista sufría de su marido.
En ese sentido, Actos humanos se nos revela como un paso adelante lógico y natural en su discurso contra la violencia inherente al sistema. Esta vez, la autora amplía el foco a lo humano sin distinguirlo de su yo político en tanto que es un ser social. Nos habla de la falta de empatía y la incomprensión como ejes de la represión y la explotación.
“A lo largo de los siglos los escritores han dejado constancia de la resistencia de ejercida por los sectores más explotados de la sociedad”, defiende el periodista y escritor Álvaro Colomer, que también participa con un texto en la edición de Actos humanos.
Germinal de Zola y los mineros franceses, Shirley de Charlotte Brontë y los obreros ingleses o Pastoral Americana, de Philip Roth y los disturbios raciales en la Norteamérica de los sesenta, “son ejemplo de novelas que pusieron el foco de atención en las revueltas surgidas aquí y allá, y que sirvieron para conservar el recuerdo de los que lucharon por conseguir la libertad de hoy tenemos”.
Como lo es Actos humanos. Como lo es la prosa de Han Kang. Por eso, se nos revela absolutamente desgarradora en su delicado canto por la rebelión: nos anima a resistir la tentación de odiar. Lo que vemos, lo que leemos y reconstruimos en nuestra imaginación, es siempre lo más terrible. Pero dejarnos llevar por el miedo es, en cierto sentido, dejarnos vencer.