Antoni Ruiz entró en la cárcel en 1976. Fue denunciado a las autoridades por ser homosexual. Tenía 17 años cuando pasó por tres centros penitenciarios en los que fue torturado y agredido sexualmente. Cuatro décadas después, rememora su historia desde la misma casa de la que fue sacado a la fuerza por la brigada criminal. Lo que ocurrió en 1976 fue el inicio de una larga batalla: en 1995, descubrió que la policía aún lo tenía registrado como delincuente.
No pudo romper su ficha en público y de forma simbólica hasta 2001, después de que la Comisión de Justicia e Interior del Congreso de los Diputados aprobara la eliminación de los archivos policiales de los presos del franquismo por orientación sexual, que pasaron a ser documentos históricos. Ahora, a sus 61 años, continúa inmerso en otras demandas, como conseguir indemnizaciones y el acceso a una pensión digna para los represaliados por su orientación sexual e identidad de género durante el franquismo.
El testimonio de Antoni Ruiz es una de las 33 historias de No estamos bien: nacer, crecer y vivir fuera de la norma en España (Temas de Hoy), el primer libro del periodista y activista LGTBI Rubén Serrano, impulsor del movimiento #MeQueer en nuestro país. “Espero que el libro pueda servir de acompañamiento a cualquier persona LGTBI que lo lea, y también como escucha: si crees que nunca has conocido a alguien así porque no estamos en tu círculo cotidiano, esto pasa”, explica Serrano por teléfono a eldiario.es. “La discriminación que sufrimos las personas LGTBI en España es histórica, crónica y sistemática, y ha cambiado poco porque ha habido un avance legal pero no social”.
“La intención de este libro es que no llegue solo a personas LGTBI”, asevera. Por eso, pregunta abiertamente al lector si ha ejercido algún tipo de violencia. “Me gustaría que alguien que no sea LGTBI lea el libro y diga: ‘yo he hecho esto, yo he pegado a alguien, yo he insultado a alguien, yo he pensado que alguien era menos que yo por ser gay o trans’. Creo que hay que abrir este melón, que se sepa que no estamos bien porque nos podamos casar, nos siguen pegando palizas en la calle”.
Una visión interseccional de la realidad LGTBI
Ante la sobrerrepresentación de los hombres gays, blancos y cis en los medios de comunicación y en el imaginario colectivo, Serrano intenta trazar un recorrido más diverso: la realidad LGTBI engloba a personas gays, lesbianas, intersexuales, bisxuales, trans, no binarias y queer, cuya orientaciones e identidades de género muchas veces están atravesadas por el hecho de ser migrantes, mujeres, de clase obrera, racializadas o con diversidad funcional.
“No tenía para mí interés publicar este libro si iba a ser blanco y tratar de hombres gays que viven en una ciudad”, señala Serrano, consciente de que él también escribe desde su propio privilegio. “Era necesario poner en la mesa el punto de partida: yo era un chico gay de pueblo, tartamudo y gordo, pero ahora también soy un hombre gay que vive en Barcelona”.
Por eso, junto a los testimonios de activistas históricos como Antoni Ruiz o políticos visibles como Luisa Notario y Guillem Montoro, Serrano plasma las vivencias de personas LGTBI refugiadas y migrantes, que se enfrentan a una doble discriminación. Es el caso de Teresa, que tuvo que dejar su peluquería en Ecuador por la violencia que sufría como mujer trans y está intentando regular su situación en España.
O el de Amir, que estuvo encerrado durante un año en un CETI tras cruzar el Estrecho para escapar de la homofobia de su familia. “En Marruecos no podía vivir con plena libertad por ser homosexual, en el país en el que buscó refugio no podía vivir en plena libertad por ser inmigrante”, escribe Serrano sobre Amir, dando cuenta de la xenofobia institucionalizada que sufren a menudo estas personas.
Nombrando lo invisible
Casa, escuela, calle, trabajo, instituciones, cárcel, médico, diván. Son los ocho espacios en los que Serrano divide los testimonios, lugares que sirven para trazar un mapa de violencias conocido por cualquier miembro del colectivo LGTBI. Entre ellas, el borrado o la invisibilización de quienes están fuera de la norma. “La escuela es un espacio de socialización, y yo ahí no supe que existía”, lamenta Serrano. “Me gustaría que en los los colegios e institutos hablemos de que Lorca era homosexual o de que a Virginia Woolf también le gustaban las mujeres, tenemos derecho a saber que existimos”.
La casa, la escuela y la calle son tres de los espacios donde se agrede más activamente a las personas LGTBI, pero la discriminación institucional y médica también sigue a la orden del día. La OMS no eliminó la transexualidad de la lista de enfermedades mentales hasta 2018, y el debate sobre la autodeterminación de género continúa candente en el ámbito político. “Ningún sillón del feminismo académico o partido de extrema derecha tiene el derecho a hacernos callar otra vez”, opina Serrano. “Muchas veces no son mensajes de odio, sino de borrado: ‘si existes, no me molestes”.
La mayoría de datos que recoge el libro pertenecen a ONG y estudios académicos, casi nunca a organismos gubernamentales. La invisibilización o la falta de interés hacia la realidad de las personas LGTBI también implica a menudo la ausencia de estadísticas oficiales. O el desconocimiento total, como es el caso de la intersexualidad. Una de las historias más estremecedoras es la de José, que nació con cariotipo masculino y “genitales ambiguos”, por lo que le fue asignado el género femenino. Con diecisiete meses fue sometido a una reasignación de sexo encubierta, convirtiendo las bolsas testiculares en una vagina artificial que era preciso dilatar una vez al año. “Fue una violación”, afirma Clara, su madre.
A los 12 años, José, que ahora tiene 17, se negó a someterse a más intervenciones y a seguir identificándose como mujer. Hasta ese momento, su madre desconocía la palabra intersexualidad, solo había seguido las instrucciones de los médicos. “Hay miles de vidas destruidas en el mundo simplemente porque un médico quiso satisfacer su deseo de que los genitales de un bebé sean como él quiso o porque se guardaron el derecho a informar de que el bebé es intersexual”, señala Clara en el testimonio recogido en el libro. “Necesitamos cambiar las miradas sobre los cuerpos y necesitamos dar espacio a cuerpos más diversos”, sentencia Serrano.
“El libro trata de reconocer lo que hemos pasado y hablarlo. Tras sufrir violencia, muchas veces nos callamos. Tenemos que reconocerla para cortarla de raíz”, concluye el autor de No estamos tan bien. “Aunque parezca que hay un cambio generacional, tenemos que asegurarnos de que muchas cosas no se vuelvan a repetir”. Veteranos como Antoni Ruiz advierten: “Vayan con cuidado. Luchen por lo que crean que debe lucharse, diviértanse cuando se tengan que divertir, pero siempre vigilantes. Siempre vigilantes”.