Efemérides

El silenciamiento de Carmen Laforet

5 de septiembre de 2021 22:00 h

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Haber acertado de pleno, tan joven y a la primera, con una novela excepcional; espejo de una sociedad tremebunda que describió con pulso firme. Recibir el premio Nadal y la consiguiente atención mediática; invitaciones, entrevistas, elogios, conversaciones en las que había que estar siempre como la estupenda literata que se suponía que era. Escuchar persistentes solicitudes de más, más cuentos y novelas tan buenas y mejores que Nada. Quedar tal vez abrumada y no ser capaz de seguir el ritmo, cumplir las expectativas. No poder atender el sinfín de demandas —aunque solo fueran dos o tres preguntas, decía el periodista por lo general hombre—, que siempre venían a añadirse, nunca restar, a las responsabilidades adquiridas como esposa y madre de familia de clase media con ambiciones perfeccionistas, tal vez felices y que coman perdices.

Pues ella no pudo.

No pudo con todo eso. Lo que esa sociedad profundamente arraigada sobre una base milenaria y patriarcal esperaba de ella. No pudo ni siquiera anticiparse a que no podría. No conseguiría, ni aunque se esforzara, actuar en consecuencia, librarse mediante explicaciones, palabras que trataran de acotar el meollo en el que se debía sentir tan atrapada. Y tan liberada. Casi mejor callar y huir, salir, dar con el punto de fuga.

Tampoco pudo decir, en cuanto avistó que probablemente ya nunca nunca podría ser la escritora que la sociedad lectora le auguraba que sería, que no, que su cuerpo, su mano, su intelecto, sus palabras, ya habían desistido hacía tiempo. Sus intereses eran otras cosas menos evidentes, más necesariamente escapistas.

Obedeció demasiado al hombre, marido y exmarido, que le pidió o exigió que no escribiera sobre su relación

Tal vez temió que el suyo tal vez fuera un grito silenciado, censurado. Y para eso mejor no gastar energías.

Importante: Obedeció demasiado al hombre, marido y exmarido, que le pidió o exigió que no escribiera sobre su relación.

Ese recorte temático resulta tan llamativo que se dibujaría como una frontera abismal. Por aquí no pases, literatura. ¿Cómo se puede llenar de libertad la página blanca, cuando ya presenta una línea o una mancha que recuerda la limitación de la escritora? Imposible la práctica de la escritura auténtica, deliberada y feliz.

Asumida la consigna de esa autoridad externa, patriarcal, la mujer se autocensura al aplicarla. Progresivamente el silencio se zampa sus palabras; sus comunicaciones presenciales y epistolares, sus textos literarios cada vez más esforzados, cada vez menos logrados; también las neuronas, de manera imperceptible al principio. La fe religiosa no tarda en acechar ese vacío sobre el que arrojar la luz del consuelo de las bienaventuradas. Es el asunto visceral de una novela titulada La mujer nueva.

Esta historia algo triste de una escritora autosilenciada no terminaría cuando ya está, es despedida con los honores correspondientes a Nada, la gran novela que contiene todo el ruido que retumbó filosamente en la sociedad que la leyó. No ha terminado aún, pues a continuación se publican documentos inéditos de la autora; cartas de intelectuales, hombres y mujeres, famosas deportistas; alguna novela inédita; testimonios filiales; más estudios y biografías. Se afirma que vivió sobre todo a la fuga de sí misma, de su familia, de los prejuicios sociales. Se cotillea para admirar su humanidad; a pesar de sus carencias, escribió esa cima de nuestra literatura. No ha terminado el cuento de siempre acabar. Se sigue estudiando con detenimiento académico la obra, la vida, las tensiones y correlaciones de fuerzas que acaso sucedieran. Quién sabe, todo son hipótesis. Personalmente, ahora hablo de mí, para variar, elucubro sobre ella desde mis veinte años porque todo el mundo me preguntaba si había leído Nada, de Carmen Laforet. Y aún sigo en las mismas tal vez imaginando demasiado, escribiendo barbaridades o estimulantes conjeturas como:

1. A Carmen Laforet no le dio tiempo a comprender y a respetar su propio éxito. Pero eso del tiempo, a saber qué significa. No se lo permitió. No quiso. No pudo.

2. Quiero creer que Carmen Laforet, además de a Virginia Woolf y a William Faulkner, leyó todo lo de aquí. Seguramente leyó Natacha, Tea Rooms, algún artículo de Luisa Carnés. Tal vez lo comentaran con sus prejuicios de clase ociosa en su círculo de intelectuales madrileños más bien acomodados, antes de decidir no volver a clase de derecho romano o civil.

La mujer se autocensura, progresivamente el silencio se zampa sus palabras

Se cumple otra efeméride, cien años de su nacimiento, y seguramente habrá más. Es la excusa para seguir rondando, tratando de escuchar y comprender esa suerte de silenciamiento letal que padeció, cuando quizá sería mejor centrarse en la obra y dejarse de vueltas para reivindicar a destiempo feminismos o rebeldías, qué más da. Sí, a eso voy.

A continuación, algunas notas y subrayados centrados en el personaje de Andrea, a partir de mi relectura hace dos días, siempre maravillada, de Nada:

“Mi equipaje era un maletón muy pesado —porque estaba casi lleno de libros— y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación”.

La novela podría definirse como una casa, una ciudad, unas vidas desmadejadas.

La casa de la calle Aribau a la que llega Andrea “con anhelo de vida” para estudiar letras se encuentra tan destartalada como la ciudad de Barcelona de posguerra: “Un infierno. Y en toda España no hay una ciudad que se parezca más al infierno que Barcelona”, en palabras de la tía Angustias.

“Después de la guerra han quedado un poco mal de los nervios…”; así la parentela de la calle Aribau, botón de muestra.

Andrea inaugura la estirpe de las “chicas raras” que definió Carmen Martín Gaite; jóvenes listas y universitarias que, si a partir de entonces empezaron a salir en las novelas, acaso se debía a que sus maneras algo rebeldes ya empezaban a cuestionar la norma. Se alejaban conscientemente de los usos amorosos y domésticos de la época para ir creando alternativas, estrenando relaciones más inteligentes, estrategias más medidas para ampliar libertades.

“Había leído rápidamente una hoja de mi vida que no merecía la pena recordar más”.

Andrea ejerce sobre todo de testigo, presencia lo que enturbia los alrededores y lo narra con su mirada que aguanta hasta las lágrimas; puede también soportar que el tío Román afirme que va por Barcelona “suelta como un perro”.

“Hacía un esfuerzo por ver el lado cómico del asunto, aunque sólo fuera imaginando a mis hipotéticos amantes”.

Al cabo de un año: “De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces”.

Ahora diríamos que sale evolucionada o hacia la siguiente temporada, como si fuera una serie. Pero es más que una serie, es para leerla y releerla, interpretarla como las buenas novelas.

Se va de Aribau al cabo de un año con el relato bien urdido de la vida, a pesar de la confusión y de la crudeza.

Cerramos la novela y no cerramos el asunto en nuestras reflexiones interrumpidas. Hemos conocido, gracias al carácter excepcional de la autora que la concibió, un paisaje humano y urbano devastado por la guerra y por la primera etapa de la dictadura que, al cabo de los años, a la vuelta del desarrollismo, comenzaría a desaparecer de gran parte de la memoria colectiva.

Esos premios Nadal se tornarían más comerciales, por sintetizarlo así, y por seguir elucubrando. Como augurara el poeta: Vendrían más años malos y nos volverían más ciegas.