Novelista, poeta y ensayista, Nuria Barrios (Madrid, 1962) figura entre las escritoras más versátiles del panorama literario. En los últimos años ha añadido a su trayectoria, premiada en varias ocasiones, su labor como traductora de autores anglosajones como James Joyce, John Banville o Amanda Gorman y, a partir de esa experiencia, ha publicado La impostora (Páginas de Espuma), un ensayo literario donde aborda los problemas y las dificultades de una profesión menospreciada, poco considerada y mal pagada. “Las editoriales”, señala Barrios, “son las grandes responsables de ocultar la labor de las traductoras. Y utilizo el genérico femenino porque en esta profesión la mayoría somos mujeres”. Su libro obtuvo el premio Málaga de Ensayo y ha abierto un debate en el sector sobre la olvidada importancia de las traducciones, aquello que Umberto Eco definió como “la verdadera lengua de Europa”.
Entre el 16 y el 27% de los lanzamientos editoriales anuales son traducciones, según el Informe del valor económico de la traducción editorial (2017), elaborado para ACE Traductores. Esto supone un 35% de la facturación anual de las editoriales (en torno a 294 millones de euros) pero, a pesar de este importante volumen, el gremio denuncia la “opacidad en el mercado”, aceptando “de buena fe” las cifras de las liquidaciones de derechos, “que son meras declaraciones de una de las partes involucrada”, afirman en ACE. Los Libros Blancos de la Traducción, promovidos por esta asociación profesional, llaman la atención sobre la “informalidad de las relaciones laborales” de los traductores.
Los duros meses del confinamiento por la pandemia le crearon a Nuria Barrios una angustiosa incertidumbre que le recordó sus primeros tiempos como traductora cuando ya tenía a las espaldas una amplia experiencia como autora. De este modo comparó, en paralelo, el hogar como espacio físico con “la lengua como el hogar para una escritora, un lugar desde el que hablar sobre las incertidumbres”. Su ensayo, un texto profundo y lúcido donde se nota su formación como filósofa y periodista, parte de la constatación de la sorpresa que tuvo al iniciarse como traductora. “Leer con ojos de traductora puso fin a la inocencia en la que había vivido”, escribe al comienzo de La impostora. “Cuando lees un libro”, explica Barrios, “no sueles cuestionarte quién lo escribió, en qué condiciones o hasta qué punto es fiel la versión traducida que ha llegado a tus manos. La traducción es siempre una reinterpretación de un texto, una recreación de una obra que plantea como gran reto romper con tu idioma para dar cabida a otro idioma. No se trata tanto de qué traduces sino cómo lo traduces”.
Desde su doble condición de escritora y traductora, Nuria Barrios destaca que estos dos oficios suelen observarse con muchas reticencias hasta el punto de afirmar que esta ambivalencia suscita recelos y desdenes en los dos gremios. Tras subrayar que autores de la talla de Octavio Paz o Julio Cortázar se dedicaron también a la traducción, Barrios admite que a ella le ayudó ese doble sombrero. “Sin embargo”, aclara, “una buena traductora no tiene por qué ser autora. En mi caso la experiencia literaria me sirve para ser más audaz como traductora porque, pese a que suene a paradoja, si has de ser precisa, necesitas libertad. En palabras del escritor Andrés Neuman podríamos decir que una traducción es una ficción basada en hechos lingüísticos reales”.
Pagar por número de palabras
El hecho de que la mayoría de editoriales paguen las traducciones literarias por palabras o caracteres, es decir al peso con independencia de las características de un texto; o la lucha por la inclusión de los nombres de las personas que han hecho la traducción en las portadas de los libros; o el eterno reclamo de mejores honorarios, dibujan hasta qué punto nos hallamos ante el sector, en el que se estiman que trabajan unos 3.200 traductores profesionales, más precario del mundo literario. Dado que la retribución por la traducción se puede calcular a través de múltiples tarifas y sistemas de cómputo, se dan unas diferencias de remuneración de hasta el 20% entre una tarifa u otra, según la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña Contrato de Traducción (ACEC). Según el Libro Blanco de la Traducción (2015), la media de ingresos brutos por traductor en ese año fue de 5.319 euros anuales. No es de extrañar que solo un 72% puedan tener una dedicación exclusiva a su profesión y cada vez predominan más los traductores esporádicos, que acometen uno o dos libros al año.
Nuria Barrios opina que no existe una educación sobre el valor de las traducciones al tratarse de una obra distinta donde influye mucho la actitud de la persona que vierte un libro a otro idioma. Junto a esa indiferencia social, la autora de La impostora reivindica el papel invisibilizado de las mujeres en ese gremio. “En mi libro”, señala Barrios, “uso el genérico femenino porque me parece de justicia, ya que la mayoría somos traductoras. Por idéntico motivo, utilizo lectoras porque en España somos más que los hombres. Por todo ello resulta muy indignante que apenas una cuarta parte de los premios de traducción que se conceden en este país tengan a mujeres como destinatarias. Además, en la Real Academia Española solo se sienta un traductor, Miguel Sáenz, un magnífico profesional. Pero esa elección revela el poco aprecio de la RAE por la traducción, en general, y por las traductoras, en particular”.
Desde un discurso suave en las formas, pero contundente en el fondo, teñido de reflexiones filosóficas y literarias, La impostora, subtitulado Cuaderno de traducción de una escritora, se erige en un alegato en favor de la riqueza de las lenguas como factor de diversidad cultural. No obstante, Barrios confiesa que resulta inevitable la hegemonía del inglés, del que proceden la mitad de las traducciones que se realizan en la Unión Europea: “Durante siglos, fue el latín la lengua franca, después llegaron los tiempos de esplendor del español y del francés. En el futuro quizá sea el chino el idioma preponderante. Siempre habrá una lengua hegemónica”. En cualquier caso, lo que tiene muy claro la escritora/traductora es que no puede imponerse a un tipo de persona para traducir una obra por razones raciales, ideológicas o identitarias. Lo cuenta Nuria Barrios a propósito de la polémica sobre las traducciones de la poesía de Amanda Gorman, que recitó unos poemas en la investidura presidencial de Joe Biden en enero de 2021. Así, en algunos países la agencia literaria de Gorman vetó a algunas traductoras porque preferían que fueran mujeres activistas, poetas y, a ser posible, afroamericanas: “Creo sinceramente que fue un error de enfoque. Además, me parece absurdo pensar que, por algún tipo de proximidad con la autora, la traducción vaya a ser mejor. Sería incluso la victoria del discurso identitario frente a la libertad creadora, de lo dado frente a la imaginación”. Por cierto, Nuria Barrios ha traducido el nuevo libro de Amanda Gorman (Mi nombre es nosotros), que aparecerá en español durante este mes de junio.
Otro caso muy polémico afectó al escritor indio-británico Salman Rushdie tras publicar en 1988 la novela Los versos satánicos, inspirada en parte en la vida de Mahoma. Aquel libro le costó a Rushdie y a sus editores y traductores una fetua (condena a muerte) decretada por el líder religioso de Irán, el ayatolá Jomeini. Por ello, el escritor tuvo que vivir durante años escondido y con vigilancia policial y la fetua provocó el asesinato de Hitoshi Igarashi, traductor al japonés de Los versos satánicos, y ataques contra su editor noruego y el traductor italiano. “A modo de gran y cruel paradoja”, relata Barrios, “Jomeini puso de relieve la importancia de las traducciones y el papel de los editores en la difusión de la cultura”, dice.