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Jardiel Poncela, la risa inteligente que no supo entender ni Franco ni la República

El escritor Enrique Jardiel Poncela

Carmen López

Enrique Jardiel Poncela vivió solo 51 años, pero aprovechó cada minuto. Si no, no se explica cómo consiguió escribir cuatro novelas, más de 80 obras de teatro y cientos de artículos, cuentos y ensayos para revistas y otras publicaciones. Además, le dio tiempo a trabajar en el cine de Hollywood, a hacer ilustraciones, a diseñar decorados e incluso a idear un teatro en miniatura para niños basado en el funcionamiento de un tocadiscos. Y todo ello sin perder el humor, al menos en su trabajo. Tantas cosas hizo que todavía hoy, cuando ya se han cumplido más de 60 años desde su muerte, aún se publican nuevos libros con sus obras.

Este 2018 han sido dos editoriales sevillanas la encargadas de recuperar su figura. Barlett ha sacado al mercado el libro Jardieladas, con textos de Pepe Viyuela, Miqui Otero o Isabel Valdés acompañando a los de Jardiel (algunos inéditos). Por su parte, Renacimiento ha recuperado Las infamias de un vizconde y otros cuentos de buen humor. El nieto del escritor y gran estudioso de su trabajo, Enrique Gallud Jardiel, ha participado en ambas ediciones.

Poncela nunca llegó a encajar en su época, aunque tocó la cima del éxito. No perteneció a la Generación del 98, pero tampoco llegó a la del 27. Su sitio fue una especie de limbo. Se dedicó plenamente al humor, género considerado como menor y se le incluyó en la conocida como “otra” Generación del 27, la que según Pedro Laín Entralgo era “de los 'renovadores'-los creadores más bien- del humor contemporáneo”. Con él estaban Ramón Gómez de la Serna, Miguel Mihura, José López Rubio o Edgar Neville, entre otros.

El autor era hijo de intelectuales. Su padre, de quien heredó el nombre, era periodista en La Correspondencia de España y su madre, Marcelina, fue una de las primeras mujeres en estudiar Bellas Artes en Madrid. Ella se encargó de su educación y la de sus hermanas, en una línea progresista pero muy severa (algo que le marcó mucho). Empezó a firmar textos a principios de los años 20 en el periódico de su padre y en otras publicaciones como Los lunes de El Imparcial, Buen Humor o La Nueva Humanidad y a moverse por los cafés que acabaron siendo su lugar de trabajo.

A finales de la década publicó sus dos primeras novelas: Amor se escribe sin hache y Espérame en Siberia, vida mía, así como diversas obras de teatro como La banda de Saboya, La hoguera, La noche en el metro o No se culpe a nadie de mi muerte.

Mientra tanto, conoció y convivió con el primer gran amor de su vida, Josefina Peñalver, que desapareció tres meses después de tener a su hija Evangelina. Jardiel se quedó con ella y la crió con la ayuda de su hermana Angelina, según explica María José Conde Guerri, experta en literatura de Jardiel, en el documental Inverosímil, Jardiel Poncela, de Marisa Paniagua y Talía Martínez de Marañón para TVE.

Las luces

Su primer gran éxito fue la obra de teatro Una noche de primavera sin sueño en el 27. En ese momento se dio cuenta de que lo que daba de comer era la dramaturgia y no la narrativa, aunque después publicó dos novelas más: Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? y La tournée de Dios.

Además, probó el mundo del cine en Hollywood, donde se dedicó principalmente a las versiones españolas que la Fox hacía de sus películas. Su verdadero trabajo importante allí fue una película basada en su propia obra de teatro Angelina o el honor de un brigadierAngelina o el honor de un brigadier, protagonizada por Rosita Díaz, estrella de la época. Fue el primer filme en verso de la historia.

Estuvo allí en el 32 y en el 35. Conoció a Charles Chaplin -y se dice que a Groucho Marx- y todas aquellas experiencias empaparon sus trabajos posteriores. En España también trabajó en el cine, haciendo lo que él llamó “celuloides rancios” (poner voz en off a fotogramas de películas) sin saber que décadas después esa práctica sería un boom en Internet.

La Guerra Civil le pilló en Madrid y después de una breve estancia en una checa, salió de España en 1937 a través de Barcelona rumbo a Argentina, en donde le esperaba Gómez de la Serna. Regresó al año siguiente y durante la primera mitad década de los 40 vivió el punto álgido de su carrera.

Obras como Eloísa está debajo de un almendro (1940), Las tres advertencias de Satanás, Los ladrones somos gente honrada, Madre, el drama padre (1941), Blanca por fuera y Rosa por dentro (1943) o A las seis en la esquina del bulevar (1943) fueron triunfos totales. Eloísa incluso se adaptó al cine, dirigida por Rafael Gil en 1943. Pese a todo, la crítica ponía sus obras a caldo y, aunque se jactaba de leer los artículos meses después, esto le afectaba profundamente.

Las sombras

Su adhesión al régimen -o más bien, su no oposición- le pesó durante su vida y el estigma continúa hasta hoy. Lo hizo, según sus propias palabras, por “aristocratismo”, pero llegó a reconocerle a su hija Evangelina que en política se había equivocado. Irónicamente sus novelas estuvieron prohibidas en la República y censuradas por la dictadura de Franco. Las dobles lecturas no se le daban bien a los que manejaban las tijeras.

Su ideología contribuyó a su declive profesional. En 1944 volvió a Argentina para empezar una guía por América Latina con su compañía, pero fue un fracaso total. Los exiliados republicanos le rechazaron, especialmente en Montevideo, donde tuvieron que suspender la función porque el público empezó a arrancar las butacas para tirarlas al escenario. Regresó a España sin dinero, sin ánimos y ya enfermo del cáncer de laringe que le llevó a la tumba. Ese mismo año murió su padre, lo que le hundió aún más.

La otra gran crítica a Jardiel es su misoginia. Las mujeres que salen en sus escritos suelen ser exageradas, vanidosas, un tanto manipuladoras y mentirosas porque se supone que él no quería representar la realidad, sino un mundo imaginado, histriónico.

Era mujeriego, de eso no hay duda, por un complejo de Edipo mal disimulado. Se enamoró de mujeres como la mencionada Josefina o Carmen Sánchez García de los Ríos, una actriz de su propia compañía que le dejó en Argentina y le destrozó el corazón. Su otro gran amor fue Carmen Labajos, con quien tuvo a su hija Mari Luz y que le acompañó durante toda la vida (un gran ejercicio de paciencia, hay que decir). Como su madre, todas eran fuertes, independientes, cultas y con un carácter que les permitió contrarrestar el de Jardiel.

En su defensa siempre acude la frase: “Lo peor que existe en el mundo son las mujeres, exceptuando a los hombres”. El desprecio de Poncela iba dirigido más bien a la humanidad y casi podría decirse que quiso más a su perro Bobby que a muchos de sus allegados. Lo evidenció al decir que: “Insultar a un hombre llamándole perro, es insultar al perro”. El autor murió el 12 de febrero de 1952 y Bobby 15 días después. En solo medio siglo Jardiel Poncela escribió algunas de las mejores obras de la literatura española, incluyendo su famoso y clarividente epitafio: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”.

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