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En primera persona

Vivir del cuento

La escritora Ledicia Costas en una librería de Ferrol

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A veces fantaseo con escenas absurdas. En una de ellas me imagino en una oficina del INEM, cubriendo los impresos necesarios para cobrar el paro. La funcionaria teclea con la mirada clavada en la pantalla de su ordenador. Pienso en que me gusta más el sonido de los teclados mecánicos, porque evocan al de las máquinas de escribir, y que no soy capaz de trabajar con una sola pantalla. Le dedico bastante tiempo mental a la conversación ficticia con la funcionaria: “¿Su último puesto de trabajo?”. “Escritora”, susurraría yo, tan bajito que le costaría entenderme. “Perdone, no le he entendido”. “Escritora”, repetiría un poco más alto, mirándola a los ojos y esperando su reacción: “¿Escritora de qué?”. En ese momento, yo respiraría hondo y me armaría de valor para decirle: “¿Acaso importa eso? ¿Van a tener ustedes un puesto disponible para una autora de libros infantiles? ¿De narrativa para público adulto? ¿Tendrán quizás una vacante para una poeta?”.

Si ser una profesional de la escritura implica perder el pudor a enfrentarte a este tipo de fantasmas, esa prueba todavía no la he superado. Pero sí muchas otras. He escuchado tantas veces la pregunta de “¿pero se puede vivir de los libros?”, que tengo disponible toda una batería de respuestas. Una de mis favoritas es “¿A usted qué le parece?”. Aquí el otro interlocutor suele titubear. Normalmente, confiesa: “A mí me parece que no”. Entonces, sonrío triunfante y sentencio: “Pues se equivoca”. Es curioso, pero la mayoría de opiniones acerca de si se puede vivir de los libros son esgrimidas por personas que no viven de los libros, como si les llegasen nuestras liquidaciones a sus domicilios por error. ¿Por qué no nos preguntan directamente a nosotras? No somos tantas en España.

Hay cierta tendencia desde el propio sector a echarnos un poquito de tierra por encima, como si el hecho de simular que no existimos nos hiciese desaparecer. Más todavía si escribes en idiomas diferentes al castellano, más todavía si eres autora en lugar de autor, y más todavía si la mayor parte de tu producción es de libros infantiles y juveniles. Entonces, directamente pasas a la categoría de escritora espectro. ¿Existes o eres un producto de tu propia imaginación? Llevo más de diez años cotizando en el Régimen de Autónomos. El mismo tiempo que llevo viviendo en exclusiva de los libros y de la actividad literaria. Escribo en gallego y desde ese idioma me traducen a otras lenguas. ¿Cómo lo he conseguido? Entregando mi vida a la literatura. Dejando mi carrera como abogada y dedicando toda mi jornada laboral a los libros. Esta es la primera barrera que hay que superar. No sé cómo se puede ser escritora profesional teniendo otro puesto de trabajo al que tienes que dedicarle siete u ocho horas diarias. Si no produces libros, no puedes vivir de los libros, y esto requiere una cantidad de tiempo ingente. Parece una obviedad, pero no lo es. He oído comentarios de todos los colores acerca de esta cuestión.

Siempre me chirría la defensa de que el arte, cuando se convierte en trabajo, pierde el sentido y la esencia, como si el hecho de monetizar una obra fuese algo sucio, que transforma una cosa bella en algo mediocre

Siempre me chirría la defensa de que el arte, cuando se convierte en trabajo, pierde el sentido y la esencia, como si el hecho de monetizar una obra fuese algo sucio, que transforma una cosa bella en algo mediocre. Díganle esto a Laura Gallego o a Stephen King mirándoles a los ojos. Díganselo a Nando López o a Julia Donaldson. Díganselo a Kae Tempest o a Yolanda Castaño. “Es que ellas no viven de la poesía, viven de la actividad literaria que genera la poesía”, escucho esas voces replicando, las mismas que ponen sobre la mesa el argumento de que una cosa es vivir de los derechos de autoría y otra distinta de las actividades que existen alrededor del hecho literario: los talleres, los recitales, las charlas y conferencias… Nunca he oído a nadie argumentar que un médico tiene una consulta privada, o que imparte conferencias en congresos, como una mácula para poner en entredicho que vive de la Medicina. Pero escucho continuamente la coletilla “vive de los libros pero porque da charlas”. Como si esto redujese a las escritoras y escritores profesionales a una especie de subcategoría, por debajo de la otra. ¿Y cuál es la otra? Pues no lo sé, porque no conozco a ningún escritor que no haya impartido charlas. Es precioso compartir tu trabajo con el público, recibir feedback, tener la oportunidad de hablar de tu obra y, por qué no, conocer el mundo gracias a tus obras.

También me han dicho no en pocas ocasiones que vivo de los libros porque escribo obras infantiles y juveniles que se leen en los colegios. “Y claro, así es más fácil”. Hay que aclarar que fácil no es jamás, escribas lo que escribas. Existen más autoras y autores en España que viven de los libros para público adulto que autoras y autores que viven de libros infantiles y juveniles. Esta es la primera realidad. La segunda, es que la literatura infantil y juvenil es tan apasionante como poco visible en los medios. Salvo excepciones, se le dedica espacio en Navidades y poco más. Por eso, cuando sucede un milagro como que la saga Anna Kadabra, de Pedro Mañas y David Sierra acabe de superar el millón de ejemplares vendidos en tres años, lo celebramos emocionados de corazón y nos rendimos a su éxito. Hay una tendencia bastante fea a mirarnos por encima del hombro a quienes escribimos literatura infantil y juvenil, como si los libros que se leen en escuelas e institutos fuesen armas de un sistema que nos convierte en privilegiados. No se critica que se lean los clásicos, pero ¡ay del autor que se atreva a entrar en el sistema escolar! “Es que has escrito esta novela para vender libros”, me han acusado de esto en alguna ocasión. Perdone usted por cometer ese delito. Mejor los escribo mal, y así se quedan condenados para siempre en un almacén hasta su destrucción. Además, ¡como si tuviésemos la fórmula infalible para que esto suceda! Esto consiste básicamente en talento, instinto y algo de fortuna. El resto es ruido, bastante molesto, por cierto.

Es que has escrito esta novela para vender libros, me han acusado de esto en alguna ocasión. Perdone usted por cometer ese delito. Mejor los escribo mal, y así se quedan condenados para siempre en un almacén hasta su destrucción

La tercera cuestión a la que me quiero referir es que las escritoras tenemos la autoría aproximada del 37% de libros que se publican en el Estado español. Esto reduce nuestras oportunidades de manera significativa con respecto a las de los autores. ¿Por qué? Porque el tiempo del que disponemos para escribir es menor, porque la esfera de los cuidados sigue teniendo en esta sociedad una distribución poco equitativa, porque el síndrome de la impostora nos castiga de una forma mucho más severa… Publicamos menos libros, ganamos menos premios, estamos menos presentes en las Reales Academias. Es por ello que cuando una autora despega con fuerza y puede sostenerse de la venta de sus libros, la proeza es mayor. Y esto no es una opinión, es un hecho. La profesionalización tiene muchas caras. La más perversa es la de la desigualdad, pero existen otras.

Nos devora la burocracia y, como le pasaba a Momo, hay ladrones de tiempo por todas partes. Necesitas un máster en FACe [Facturas Electrónicas], recitar de memoria las exenciones del IVA, una asesoría contable, una agencia literaria, otra para derechos audiovisuales, una persona de confianza que lleve tu agenda y, al mismo tiempo, un estado de calma apropiado para escribir.

“¿Y cómo te inspiras?”. Esta es quizás la pregunta que más veces nos formulan en nuestra carrera. Yo no sé qué es inspirarse. Yo sé lo que es crear una infraestructura que me sostenga y disponer de horas cada día para entregarme al oficio de escribir. La inspiración es el oficio en sí mismo. “Pero pagas facturas”. Claro, por eso me ofendo cuando me invitan a un sitio a “promocionarme” porque no se contempla una remuneración. Hay una norma que rompo solo cuando yo decido: salir de casa y restarle tiempo a la lectura y escritura diaria no puede costarte dinero. No puedo aceptar desplazarme a otra ciudad para hablar de mis libros “y promocionarme” cuando este hecho implica una pérdida económica. Y para esto hay que ser asertiva, aprender a decir que no y hacer mucha pedagogía. Una escritora que no escribe no es una escritora. Los ladrones de tiempo son el enemigo. Esta frase que llevo grabada a fuego podría ir acompañada de otra. He escuchado tantos argumentos y cábalas sobre cómo vivir de los libros que me atrevo a reducirlo a una frase: si eres narradora, para vivir de los libros lo que hay que hacer es vender libros. 

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