Hay frases que marcan años, épocas, fenómenos y hasta generaciones. Entre los cientos de miles de jóvenes que se han tenido que ir de España durante estos años de crisis, hay una muy evidente. Pocos han olvidado a la Secretaria de Estado de Inmigración Marina del Corral diciendo aquello de que no solo se marchaban huyendo de la precariedad sino también empujados por un “impulso aventurero” propio de la edad.
A ellos les han llamado la generación perdida; su tiempo de juventud ha transcurrido en una década que muchos querrán olvidar. “Yo me he tenido que ir y he hecho un esfuerzo, pero me he salvado”, cuenta María, una de esas emigradas (en su caso, de León a Colonia) y también una de las protagonistas de Volveremos (Libros del K.O), una memoria oral de los que se fueron por la crisis escrita por Noemí López Truillo y Estefanía S. Vasconcellos.
“María es consciente de que muchos de los que se han quedado son los que se han perdido. Los que no han podido probar suerte en otra parte y a día de hoy no han cumplido las expectativas que tenían a los veintitantos, les han quitado la casa que estaban pagando o no han podido tener hijos. Metafóricamente, claro. No es que el resto de tu vida esté perdida, pero son personas que durante esta década lo han pasado realmente mal”, explican las autoras. “No dicen que sean los que peor lo han pasado, pero sí que no sé está hablando de la sensación de desarraigo tan importante. De las nietas que se están criando sin sus abuelas, del derecho a estar con tu tribu”.
Insisten en ello porque quieren dejarlo claro: este no es un relato victimista. También por ello han incluido el perfil de Cintia, que pensó en irse a Brighton pero al final se quedó en Elche (Alicante). El libro comienza precisamente con aquella cita de Del Corral y la respuesta que da Soraya (que se fue de Alcalá de Henares, Madrid, a Toronto): “No me apetece hablar de esto (…) No quiero revivir el pasado, pero creo que la gente tiene que saber por qué nos fuimos”.
Se habla de “cientos de miles de emigrados” porque no se sabe exactamente cuántos han marchado. El INE de 2012 calculaba que 225.000; otras estimaciones hablan de 700.000: “Es un movimiento que se ha dado por primera vez y no ha habido las herramientas adecuadas para medirlo. Tampoco demasiado interés. Más que mentir, las cifras no reflejan la realidad”.
El problema con el nombre
Tampoco hay consenso respecto a cómo llamarlos, o llamarse. Exiliados económicos, expatriados, víctimas de la crisis. “Les preguntamos qué se sentían, qué eran. Les pusimos a debatir sobre qué es ser inmigrante y emigrante”, cuenta Estefanía. Ellos usan más “emigrante”. “Es lo mismo, pero el término pone el acento en irte de tu país, no en meterte en otro. Y los nombres que les pones a las cosas configuran la realidad”.
“También se comparan con generaciones anteriores que se fueron en los 60 y 70 a Alemania o Francia, o en los 30 o 40 huyendo de la Guerra Civil o el Franquismo. Se miran con el pasado de España”, continúa. “Comentaban que, en el imaginario colectivo, preferíamos vernos como un Antonio Machado exiliado, que como el currito que se va con dos mudas a Francia a trabajar de lo que puede y mandaralgo a la familia. Y el movimiento que se ha dado en España yo creo que se identifica más con el currito”, añade Noemí.
Uno de los protagonistas, Peter (de Madrid a Lima) sí se va “a probar”. Ejerce de espejo con su padre, que en los años 90 emigró de Perú a Madrid: “Es el contraste de la mentalidad de cómo vinieron ellos y cómo nos vamos nosotros. Su padre se autodenomina inmigrante, tiene muy claro a dónde ha llegado y desde dónde habla”.
Por otra parte, Laura (de Jaca, Huesca, a París) “sabe que hay emigrantes del norte de África que tienen condiciones menos favorables que las que ellas pueden tener. Aunque ella esté mal, sabe que puede volver. Son conscientes de que hay privilegios, tienen conciencia de clase”, cuentan las autoras, ambas periodistas nacidas en 1988. También ha habido un antes y un después del Brexit. Bernie (de Santander a Londres) vivió su primera experiencia xenófoba después de ese 24 de junio: “La gente ha sentido legitimado un sentimiento que ya estaba ahí”
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El relato de la crisis
Hace unas semanas, a colación de la publicación de Asamblea Ordinaria de Julio Fajardo, Iñigo Errejón lamentaba en Twitter que todavía estamos algo faltos de relatos que narren los problemas que ha traído la crisis. “Sí que se empieza a ver, en los últimos años, un intento desde la ficción de hablar de la crisis. Tienes libros de Chirbes, de Isaac Rosa, incluso cómics. En el teatro, lo que está haciendo Juan Diego Botto, o en la música Nacho Vegas”, reflexiona Estefanía sobre esta idea.
Pero tanto ellas como sus editores sí detectaban cierta falta de testimonios en primera persona, como el que ha habido en otros momentos históricos en forma de diarios o cartas: “Ahora parece que, como tenemos las redes sociales, se vuelca ahí el enfado o la reflexión momentánea. Pero se queda todo en un muro infinito de Facebook que igual no revisitas”.
“Toda la producción en este sentido, sobre desahucios, precariedad laboral, migración… Bienvenido sea, para que el discurso de las cifras no entierre absolutamente el discurso de las personas”, dice Estefanía. Sus editores sabían que había pocas personas que pudiesen recoger estas catarsis con la sensibilidad de ellas dos: en el momento en el que les propuso la idea, se encontraban de estancia temporal en Manchester. Tampoco tienen claro si considerarse emigradas, pero estrictamente son dos más entre esas cuestionables cifras. Ellas ya volvieron.
El vaivén del año sin gobierno
El libro nació las fechas previa al 20D y se cerró justo antes de la investidura de Rajoy. Gestado pues durante el año sin gobierno. ¿Ha influido? Creen que sí: “Están muy pendientes de lo que pasa en España, y a medida que van viendo la posibilidad de cambio de gobierno, de nuevas elecciones, se van ilusionando”.
“Coges entrevistas de febrero y septiembre y parece incluso que se contradicen”, señalan. “Las vivencias te las cuentan con más o menos rabia en función de lo que está pasando en España. Muchos de ellos sienten que se han tenido que ir a la fuerza, y al ver que España no lo castiga, responden desde las entrañas. Más cabreados”.
Aunque también son realistas: “Saben que porque hubiese habido un cambio de gobierno no hubiese significado que en dos semanas pudiesen regresar y tener trabajo”. Todos volverán, es una promesa; pero no lo harán a cualquier precio. Porque hay algo en lo que coincidían casi todos: “No quieren volver al mismo país del que se fueron”.