“No existe palabra neutral en ningún lenguaje humano”, escriben David Beaver y Jason Stanley en su libro recién publicado en Estados Unidos The Politics of Language (“la política del lenguaje”). Beaver es profesor de lingüística y filosofía en la Universidad de Texas en Austin, director de su programa de ciencia cognitiva y uno de los grandes expertos en semántica del mundo. Jason Stanley es profesor de filosofía en la Universidad de Yale y autor de varios libros sobre propaganda y fascismo, entre otros Facha, publicado en España por Blackie Books.
Los académicos han trabajado casi una década en su libro conjunto para trazar una teoría sobre el lenguaje no sólo como vehículo de información, sino también y sobre todo de identidad política y social. Hablamos por videollamada a tres bandas con Beaver conectado desde Austin, en Texas, Stanley desde New Haven, en Connecticut, y yo desde Oxford, Inglaterra. Esta es la conversación editada por claridad y extensión.
¿Por qué decidieron abordar la cuestión de política y lenguaje en este momento?
Jason Stanley (J.S.) Nos dimos cuenta de que las formas tradicionales de ver la comunicación como un dispositivo para transmitir información, las herramientas y las ciencias lingüísticas para estudiar lo que hace el discurso no estaban a la altura de la tarea de explicar lo que estaba sucediendo en el ámbito político. Queríamos reinventar la lingüística para que pudiera centrarse no sólo en la información, sino también en la identidad social, las emociones y las prácticas.
David Beaver (D.B.) Ya hay trabajos excelentes que se aplican a problemas del mundo real de una amplia gama de campos, pero a menudo no se exponen juntos. Pensamos que era necesario unir la lingüística, la psicología, la sociología y la filosofía de una manera que pudiera ayudar a las personas a comprender lo que está sucediendo en la sociedad. En cierto sentido, todo es nuevo y todo es igual. Podríamos haber escrito esto en cualquier momento.
Se trata de cómo se siente la gente. ¿Cómo se relaciona el lenguaje en un espacio público con lo que siente la gente en toda la sociedad? ¿Hay algo que la gente esté sintiendo de manera colectiva? Eso es algo sobre lo que otras personas con más experiencia en sociología y psicología han escrito mucho y, sin embargo, no está relacionado con la lingüística teórica. Tanto Jason como yo trabajamos en el significado desde una perspectiva filosófica y lingüística. Sentimos que los estudiosos del significado en estas áreas no estaban incorporando esas ideas y tal vez ni siquiera tenían una manera de combinar las cosas.
¿Hay más debate público sobre el uso de las palabras?
D.B. En cualquier familia, encontrará bastante debate sobre cómo se deben usar las palabras, sean consideradas buenas o malas. Por ejemplo, ¿cuándo es perjudicial un término? Hace poco ha habido debate en mi departamento sobre personas que acusan a otras de no haber creado un “espacio seguro”. ¿Qué significa eso? ¿Es una cuestión de lenguaje, podría ser simplemente una cuestión ética o es imposible separarlas? Hay un problema de lenguaje y luego está el problema real. Es imposible separarlos.
J.S. Al traducir mi libro sobre el fascismo al español me di cuenta de las resonancias de la palabra “facha”. También se tradujo al catalán y cuando fui a presentarlo a Barcelona el título hizo que algunas personas pensaran que yo estaba a favor de la independencia catalana... Sin importar el contenido, la palabra despierta asociaciones en las personas. Y vemos cómo eso se explota en todo el mundo. Las palabras llevan sus historias consigo.
Si “no existe palabra neutral”, ¿qué pueden hacer periodistas y académicos que buscan comunicar a una audiencia amplia evitando prejuicios?
D.B. El gran desafío es comprender que es así sin que perdamos de vista la noción de verdad. Si todo lo que decimos está de alguna manera influenciado por nuestra propia perspectiva, nuestra experiencia, ¿eso significa que todo es relativo y que estamos perdidos al intentar decir algo definitivo sobre el mundo? Una gran parte del libro intenta desarrollar una forma de pensar sobre el lenguaje de modo que, aunque cada uno tiene su propia perspectiva y no existe una perspectiva neutral, sí podemos decir cosas que describen el mundo y nuestra situación social con precisión. Es un desafío.
J.S. ¿Cómo hacer periodismo? Todos hemos visto lo que sucede cuando los periodistas piensan que existe la neutralidad y no deben tomar una posición entre un partido democrático y un partido que es abiertamente autoritario. Donald Trump dijo hace unos días que si es elegido y tiene un oponente político al que le vaya mejor en las encuestas, enviará al FBI a por él. Incluso informando sobre esto, los medios intentan ser neutrales y esto distorsiona la situación.
Los medios intentan constantemente encontrar un vocabulario neutral, pero acaban recurriendo al que les ofrece la extrema derecha. Tome el término “alt-right” o “derecha alternativa”. Los principales medios de comunicación han utilizado este término, a pesar de que fue ideado por neonazis como neutral. O utilizan la palabra “populismo” sin hacer distinción entre izquierda y derecha. Bernie Sanders no está amenazando la democracia.
Sin importar el contenido, la palabra despierta asociaciones en las personas. Y vemos cómo eso se explota en todo el mundo. Las palabras llevan sus historias consigo
¿Qué pasa en un contexto de guerra? ¿Cómo elegir las palabras para que lleguen a personas con diferentes puntos de vista?
J.S. Es muy importante darnos cuenta de que ninguna palabra es neutral. En mi artículo sobre Oriente Próximo en The Guardian no uso la palabra “genocidio”, utilizo la expresión “asesinatos en masa”. Probablemente la gente me acuse de evitar esa palabra deliberadamente. El artículo critica el ataque de Israel a Gaza y al mismo tiempo empatiza con los horrores perpetrados contra israelíes inocentes. Cuando estaba escribiendo el artículo salió el debate de qué términos eran correctos y cuáles no, como “apartheid”, cuyo uso está justificado. El término “genocidio” obviamente no es neutral. Por ejemplo, la Unión Soviética argumentó con éxito que debería limitarse a masacres étnicas en lugar de masacres políticas, porque no quería ser acusada de múltiples genocidios.
D.B. Incluso las palabras comunes pueden ser cuestionadas. En este caso particular, “río” y “mar” se convierten en palabras en disputa por el eslogan pro-palestino de “seremos libres del río al mar”, que tiene una larga historia. A medida que pasan de boca en boca, muchas palabras comunes muestran inherentemente su perspectiva. Pero también -y esta es una idea de Edward Herman y Noam Chomsky sobre la fabricación del consentimiento-, lo que no se escucha, lo que la gente no dice. La gente podría criticar a Jason por no usar una palabra en particular. Pero no se trata sólo de no usar una palabra, sino de la información que falta. Incluso cuando te fijas en las palabras y dices “a mí me parecen neutrales, no veo ningún sesgo”, si miras a lo que no se ha dicho, hay tanto sesgo como en lo que se ha dicho. Y eso no significa que lo que se ha dicho no fuera cierto. Pero puede no serlo si quieres una representación completa de la situación real en una guerra.
En guerra, tienes un problema adicional. La historia la escriben los vencedores en gran medida. Es muy difícil descubrir otros lados porque, por razones prácticas, han sido suprimidos. Cada bando tiene razones estratégicas para difundir información que sea de su interés, y le costaría vidas no hacerlo. Se podría argumentar en algunos casos que se dice la verdad.
La forma en que un periodista aborda esto es que no hay una solución única: más trabajo, más sudor es la única respuesta.
Escriben sobre cómo el lenguaje se utiliza para dividir. ¿Qué se puede hacer cuando faltan referencias comunes y comunidades fracturadas escuchan de manera diferente las palabras?
J.S. En política se utiliza el método de pasar a un vocabulario diferente, a un conjunto compartido de valores.
Un ejemplo es cuando Suiza intentó aprobar un proyecto de ley de inmigración que decía que cualquier inmigrante debería ser enviado de regreso a su país de origen si era arrestado, incluyendo por multas por exceso de velocidad, y esto incluiría a las personas nacidas en Suiza que nunca habían puesto un pie en el país de sus padres. Lo sometieron a referéndum, parecía que iba a aprobarse, pero la ley fue derrotada por un movimiento que cambió el lenguaje de la inmigración y el crimen por el lenguaje de la justicia y los valores suizos. Se trató de cambiar el enfoque de un conjunto de preocupaciones sobre el crimen a otro conjunto de preocupaciones, sobre los valores. Así que la cuestión de la justicia, la equidad y la conexión de la identidad suiza con esos valores terminaron por derrotar la iniciativa.
En elecciones locales en Estados Unidos expresiones como “cambio climático” hacen que alguna gente se ponga a la defensiva, en plan “no creo que exista el cambio climático porque soy de derechas”. Mis colegas del proyecto de comunicación sobre el cambio climático de Yale ayudan a redactar proyectos de ley para comunidades locales que impulsan iniciativas centradas en los efectos del clima allí, sin mencionar esas palabras cargadas y hablando de cosas concretas, con mensajes como “nuestra playa está en riesgo de erosión”.
El evitar el vocabulario y crear otro es un método clásico de la teoría política democrática. Se trata de centrarse en un nuevo conjunto de intereses comunes y evitar detonantes de asuntos controvertidos, como los marcadores de identidad.
D.B. Una vez que la gente se siente agraviada es muy sencillo para alguien manipular esos agravios y convertirlos en antagonismo contra otros, usando un lenguaje divisivo. El filósofo alemán Karl Schmidt, una especie de filósofo del fascismo, avanzó esto al decir que la única forma de gobernar un país era crear enemigos que la gente odiara. Se ve lo mismo en 1984 de Orwell. Pero la filósofa Hannah Arendt se pregunta por qué la gente tiene estos agravios en primer lugar: de eso habla en Los orígenes del totalitarismo.
Esto entronca con la larga historia de personas cuyas voces no se escuchan o que tienen la sensación de que sus voces no se escuchan. En Alemania, después de la Primera Guerra Mundial había muchas personas que no sólo eran pobres, sino que sentían que sus preocupaciones no estaban siendo atendidas; creyeron que su vida tenía sentido cuando alguien ofreció una forma de canalizar esa ira contra otros grupos.
Una vez que la gente se siente agraviada es muy sencillo para alguien manipular esos agravios y convertirlos en antagonismo contra otros, usando un lenguaje divisivo.
Además del contradiscurso que comenta Jason, otra teoría sostiene que el discurso antagónico es más bien resultado de los problemas subyacentes. Lo humano no es odiar, lo humano es sentirse mal y eso puede canalizarse hacia el odio. Lo que puedes hacer en la práctica al respecto es fortalecer la democracia. ¿Es demasiado tarde para hacer eso en muchas democracias? Desafortunadamente, esa es una pregunta que no tiene una respuesta fácil. Jason es más pesimista que yo.
J.S. Tenemos un repertorio de mitos antidemocráticos en nuestras sociedades. Por ejemplo, desde que empecé a visitar España en los años 90, siempre me ha sorprendido el hecho de que la gente viera la Reconquista como algo positivo.
Ahora es algo de extrema derecha porque se relaciona con los mensajes contra la inmigración o los musulmanes. Creo que es mérito de Santiago Abascal que ya no sea percibido como positivo. La palabra “reconquista”, el mito que la acompañaba y la evaluación positiva eran como una bomba esperando a ser explotada. Y Vox lo hizo.
¿Qué capacidad tienen los ciudadanos para evitar ser manipulados? ¿Y para dotar a las palabras de nuevos significados?
D.B. El lenguaje es una democracia. Y eso es contra lo que luchan los autoritarios siempre. La democracia del lenguaje muchas veces termina rompiendo el autoritarismo. Cada hablante tiene capacidad para usar palabras y cambiarlas. No es que cada cambio que hagas ahora mismo al objetar el marco de alguien cambie todo el paisaje. Pero en una democracia, si suficientes personas hacen eso, el panorama del lenguaje cambia.
La democracia del lenguaje muchas veces termina rompiendo el autoritarismo. Cada hablante tiene capacidad para usar palabras y cambiarlas
El lenguaje también tiene la capacidad de incitar a la violencia…
J.S. El discurso siempre puede jugar un papel central en la violencia masiva. Por supuesto, tenemos casos extremos, como el genocidio de Ruanda. Llamar a los tutsis “serpientes” jugó un papel muy específico porque en Ruanda matar una serpiente es una cuestión de virilidad, es un honor matar a una serpiente. Llamar “serpientes” a los tutsis es decir que es un honor matarlos.
Hay otro tipo de discurso que se asocia con la violencia masiva. Y ese es el discurso burocrático, como el del gulag, donde, por ejemplo, a la muerte la llamaban “pérdida de mano de obra”. De manera similar, el Holocausto nazi tuvo este elemento de discurso burocrático que de alguna manera deshumaniza y permite seguir matando. Ese es el caso extremo del discurso burocrático que etiqueta a las personas como amenazas existenciales. En Israel y Gaza en este momento también se está utilizando este discurso, es una forma clásica de preparar a la gente para la violencia masiva.
El caso extremo del discurso burocrático etiqueta a las personas como amenazas existenciales. En Israel y Gaza en este momento también se está utilizando, es una forma clásica de preparar a la gente para la violencia masiva
¿Y en casos menos extremos?
D.B. En esos casos, se incluye lo que consideramos un lenguaje más común que refleja y mantiene ideologías dañinas, y que quizás perjudique a individuos concretos. Le pongo un ejemplo. En universidades en Estados Unidos y Reino Unido ha habido un movimiento contra el comentario de “hablas inglés muy bien”, habitualmente utilizado hacia personas que no son blancas.
Supongo que piensan que es un cumplido...
Incluso cuando las intenciones de las personas son buenas, a menudo las palabras son reveladoras de prejuicios subyacentes e ideológicos, formas de pensar sobre quiénes son las personas y cuál es su valor y qué están haciendo en el lugar en el que se encuentran. Revelan esos prejuicios mediante el uso del lenguaje. En el momento en que alguien te dice eso, sientes la condescendencia, te están marcando como un extraño.
Es como la afirmación de “no eres de por aquí”. Puede ser cierto, pero no se trata de su verdad o falsedad. Lo que significa es que “no eres uno de nosotros”. Es un reclamo de identidad. Cada vez que las personas hacen afirmaciones de identidad, ya sea expresadas como tales o no, tienen el potencial de herir y dividir.
Y esa es la clave para la difusión de ideologías antagónicas que la gente común está dispuesta a aceptar. No es lo que se transmite como tal lo que importa. Es lo que la gente capta, lo que resuena y lo que reutiliza.
¿Y cuál sería su consejo para políticos y para ciudadanos comunes para evitar esto?
D.B. Querer evitarlo sería un buen comienzo. Tenemos que darnos cuenta de que el habla transmite una identidad, es mucho más que sólo información. En lo que tenemos que pensar cuando protegemos la democracia es en qué identidades son inclusivas y democráticas, y cuáles no.
¿Qué palabra elegirían como ejemplo de los debates actuales sobre el lenguaje?
D.B. ¿Qué significa “libertad”? Por ejemplo, en Estados Unidos, la libertad de la mujer para elegir, un tema que ha sido debatido durante mucho tiempo.
J.S. Creo que la libertad siempre ha sido cuestionada de múltiples maneras. Algo que es nuevo en Estados Unidos y en el extranjero es sobre el uso de “libertad de expresión”. La libertad de expresión se ha politizado al equipararse con el derecho a permitir más debates racistas. También se ve ahora mismo en los campus universitarios de Estados Unidos por las protestas pro-palestinas. Las mismas personas que instan a que se respete la libertad de expresión ante discursos racistas dicen que la gente debería ser despedida por ser pro-palestina.
En España, “libertad” fue el lema de campaña de una líder conservadora en las elecciones autonómicas...
J.S. Esto es muy normal. “Libertad” es la palabra más utilizada en la propaganda. La libertad de expresión también tiene una historia similar, a veces usada por la izquierda y a veces por la derecha. En la República de Weimar, fueron los nazis quienes hablaban de la importancia de la libertad de expresión.
Un ejemplo más específico sobre las controversias actuales es el término “genocidio”. ¿Rusia está cometiendo genocidio en Ucrania? ¿Israel está cometiendo genocidio en Gaza? ¿Hamás inició un genocidio en Israel?
"Libertad" es la palabra más utilizada en la propaganda. La libertad de expresión también tiene una historia similar, a veces usada por la izquierda y a veces por la derecha
¿Cuándo decimos que un significado ha cambiado?
D.B. La cuestión es cuándo cambian las resonancias. Cuanto un lado use más un término de cierta manera y cuanto más cambie el significado, más entenderá la gente toda esa ideología al escuchar la palabra.
¿Va a afectar el lenguaje producido por la inteligencia artificial (IA) al uso de las palabras?
D.B. Ya lo está cambiando de manera radical. Gran parte del mundo en el que se entrenan los robots de inteligencia artificial es ahora lenguaje de inteligencia artificial. Estamos usando la IA para que nos diga qué decir, pero esa IA ya está consumiendo la manera de hablar de la propia IA como parte de su entrenamiento. Ese circuito de retroalimentación significa que la IA ya es parte de la democracia del lenguaje, nos guste o no, y es imposible evitar que eso sea así.
La inteligencia artificial ya es parte de la democracia del lenguaje, nos guste o no, y es imposible evitar que eso sea así.
¿Podría ser una fuerza para el bien si se entrena para usar palabras menos cargadas?
J.S. Hubo un tiempo en que éramos optimistas sobre el uso de la tecnología. Fue bonito.
D.B. La ética no es el punto fuerte de la IA. Por decirlo suavemente.