Análisis

Matrix y las metáforas 'queer': una deuda cultural y política

23 de diciembre de 2021 21:54 h

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“Déjame decirte por qué estás aquí. Estás aquí porque sabes algo. No lo puedes explicar pero lo sientes. Lo has sentido toda tu vida. [...] No sabes qué es pero está ahí, como una astilla en tu mente, volviéndote loco”.

Este fragmento de guion de Matrix (1999) suena a plegaria en el desierto para toda persona trans, o armarizada de alguna manera, que esté más o menos entrenada en pedir ser vista sin que se note que lo está pidiendo. La saga, especialmente la primera película, encadena uno tras otro significados encapsulados que dibujan con bastante claridad los contornos de una experiencia trans o de liberación de lo impuesto sobre las intimidades e identidades de los personajes.

Sobre esto se ha escrito largo y tendido hasta que todo debate quedó zanjado por una de las creadoras, Lilly Wachowski, en una entrevista para el canal de YouTube Netflix Film Club en el verano de 2020. En ella se pronunciaba con claridad diciendo que “Matrix es una metáfora trans. Esa era la intención inicial pero el mundo no estaba del todo listo. Me alegro de que al fin haya salido a la luz”.

Matrix es una metáfora trans. Esa era la intención inicial pero el mundo no estaba del todo listo

A menudo, desde la cultura LGTBIQ+, se habla del “lenguaje del enemigo” en referencia a todas esas frases hechas y acervos terminológicos acuñados por la ciencia y la sociología cisheterosexual con las que generaciones de personas queer, especialmente trans, han sido obligadas a definir sus experiencias vitales: “habitar el cuerpo equivocado”, “nacer X pero sentirse Z”, etc. Un poco de esto hay en lo que quedó en el guion de Matrix una vez censurada debidamente la intencionalidad.

Las voces de las dos mujeres que escribieron la película terminaron adaptándose a intereses de producción y con la losa de la reacción cisheterosexual amenazando todo el contenido y las futuras carreras de las directoras. Aun así, prestando la debida atención, se hicieron escuchar alto y claro. ¿Qué sucedió? Que ese cercenado de guion quedó en el uso de metáforas muy sencillas, clarísimas para un público que sabe identificarlas, pero lo suficientemente generales como para poder ser desvalijadas por la carroña intelectual que vive agazapada en los hormigueros de la ultraderecha y el conspiracionismo del misterio.

Los de la pastilla roja

Matrix habla de transformación, de liberación, de identidad, de la posibilidad de elegir quiénes somos, de ser acogidas en un entorno de parias que se alejan de la norma y, sobre todo, de amor.

¿Cómo es posible que algo con una intención tan precisa haya terminado en manos de lo peor de la cultura virtual?

La ultraderecha conspiracionista y sus apéndices anticulturales como los MTGOW (Men Going Their Own Way), organizaciones como QAnon y conocidos foros antifeministas, misóginos y relacionados con el acoso a mujeres y personas LGTBIQ+ carecen de cultura propia. Funcionan, por más que mencionen sin parar “hechos” y “datos”, a fuerza de creencias, dogmas y ensoñaciones supremacistas en las que ellos son los elegidos en un mundo que se pudre. Esa carencia la solucionan rapiñando conceptos ambivalentes, generales o que tengan un mínimo asidero con el que darles la vuelta.

La narrativa de la liberación, el elegido y la identidad en Matrix funciona de maravilla en este sentido. Según estas personas, los que toman la pastilla roja metafórica son los que despiertan y descubren el engaño, la sociedad del control, los chips en las vacunas, la conspiración marxista-vaticana, el lobby queer, la crítica de género, el marxismo cultural, el síndrome de alienación parental y la fabricación de virus en laboratorios de China.

No deja de ser paradójico que un tipo como Elon Musk, a través de su juguetería a gran escala financiada por las esmeraldas que su familia expolió durante el Apartheid, esté llenando la órbita terrestre de satélites con propósitos poco claros mientras abandera el discurso redpiller (los que eligen la pastilla roja) del control y la hipervigilancia. Suerte que la mayor de las Wachowski le mandó en público a hacer puñetas por hacer referencia a la píldora roja en Twitter. Ya que hablamos de disonancias cognitivas, quede claro que no hay ambigüedad en lo que las creadoras piensan de quienes tratan de usar Matrix como fábula supremacista. Toda apropiación en este sentido es espúrea y falsa.

Las hermanas Wachowski y 'Matrix: Resurrections'

Sea la saga Matrix una alegoría trans o no, que lo es, lo cierto es que pertenece a la cultura queer porque sus creadoras lo son y porque se desarrolla entre parámetros que están fuera de las lógicas cisheterosexuales. Dicha cultura, hasta hace muy poco tiempo, ya en el siglo XXI, no ha sido dueña, ni creadora de las herramientas que necesitaba para desarrollarse en toda su autenticidad. Aquello que mencionábamos antes del “lenguaje del enemigo”.

Si las tres primeras películas supusieron una ruptura de los códigos audiovisuales tan importante y cambiaron la forma de narrar la acción para siempre, imaginemos qué podemos esperar de Matrix: Resurrections ahora que no hay por qué esconder pistas de liberación para iniciados, ahora que no hay ambigüedades que sirvan para desvalijarla, ahora que la narrativa es dueña de sí misma y no arrastra los complejos y los miedos de hace veinte años. Nada humano existe del todo sin la incorporación de una parte de su cultura, en este caso la queer. Ignorarla solo mantiene a la sociedad en un infantilismo reactivo que le hace girar la cabeza ante algo que podría fascinarle solo por la falta de contacto con ella o que no la aprecie en toda su grandeza porque se la han reinterpretado para que no escape a las lógicas de lo tolerable.

Ojalá sea esta cuarta entrega de la saga la que deje las cosas claras y acabe de una vez con los melindres aculturales de quienes no quieren ver más allá de su patio. No hace falta pertenecer a un colectivo para disfrutar de cualquier belleza que pueda ofrecer y aprender de ella.