Billie Eilish publicaba en 2017 su disco dont smile at me, un título que ignoraba el apóstrofo que se utiliza en inglés para formar una contracción y que esquivaba también el uso de la mayúscula inicial. Los nombres de las canciones que lo componían se configuraban bajo el mismo registro, con títulos como idontwannabeyouanymore o my boy, la mayoría escritos únicamente en minúsculas y que precedieron más sencillos y discos de la cantante con las mismas características lingüísticas. La razón, lejos de tener algo que ver con la falta de conocimiento ortográfico, era puramente estética.
Para entonces llevaba un tiempo instalándose en la comunicación de las nuevas generaciones y la artista estadounidense, igual que han hecho también otras como Taylor Swift, Ariana Grande, Lewis Watson, salvia palth, girl in red o las españolas Natalia Lacunza, Shego, Rebe, daniel sabater, Belén Aguilera o Putochinomaricón, entre muchas más, estaba manifestando un rasgo identitario a través de un cambio en la lengua absolutamente intencional.
“Hablar” en minúsculas es, para muchos, más bonito. Sin puntos, sin comas y, a veces, también sin acentuación, el perfil visual de las palabras se ha vuelto una parte esencial de lo que se quiere contar. Según muchos profesionales de la lengua, la ruptura consciente de las normas ortográficas que llevan a cabo las nuevas generaciones tiene que ver con el lenguaje de internet, con el uso de las redes sociales y con la adaptación a los smartphones, y por ende con ciertas características del contexto sociohistórico en el que viven los hablantes.
De las redes a la literatura
“Depende de lo que quiero decir, suelo quitar la mayúscula manualmente”, dice Mario, un joven de 25 años, en una conversación con este periódico. Muchos usuarios cambian explícitamente la ortografía para que su mensaje se lea de una forma concreta, y Twitter es la mejor prueba. Miranda, otra joven tuitera, añade en la misma conversación: “Uso la mayúscula inicial según el tono que le quiero dar al tuit. Si es más 'tontaina', va todo en minúsculas”. La diversidad lingüística que se observa virtualmente sirve, según los profesionales de la lengua, para entender el lenguaje como un organismo vivo y en constante transformación.
En Los bloques naranjas (Caballo de Troya, 2023), un poemario en prosa sobre la amistad masculina, Luis Díaz escribe: “vuelvo a casa a mediodía cuatro chicos están sentados en un banco las cabezas pegadas como pájaros en un nido uno de ellos se tundra sobre las rodillas de otro este le toca la frente como si estuviera enfermo pienso en mis amigos busco un gesto similar [...]”. El nuevo registro gramatical de internet trasciende la barrera de las redes sociales para manifestarse también en formatos que antes fueron tradicionalmente formales; para conformarse, a fin de cuentas, como la lengua de hoy. La nueva lengua.
La forma estética es importante para lo que intento contar. No podía utilizar una narrativa tradicional
“Es algo que se vio mucho la década pasada con el movimiento de la Alt Lit y con autores como Tao Lin”, comenta Díaz en una videollamada con elDiario.es, refiriéndose al movimiento literario influenciado por la cultura de internet que se desarrolló con la presencia de las redes sociales. “Creo que tiene que ver con la propuesta de acabar con esa idea de la literatura que solo acoge un tipo de registro elevado” piensa el autor, que editó su libro con Sabina Urraca, la que también puso en marcha otras obras de diversidad lingüística como el Panza de burro de la canaria Andrea Abreu o el Leche condensada de Aida González Rossi.
“Pero en mi caso creo que la forma estética es importante para lo que intento contar”, continúa el escritor, “hablo de la incomunicación entre hombres, y precisamente la falta de signos de puntuación genera una sensación de agobio, de querer soltar algo de golpe que no he dicho antes. Estoy tratando de hablar de un conflicto no resuelto, así que no podía utilizar una estructura clásica, una narrativa tradicional”, reflexiona. “Intento trabajar una concepción del ritmo muy desarrollada, en la que el propio texto te lleve a ti sin necesidad de nada más allá de las palabras”.
Pero el motivo que explica este fenómeno, en realidad, no tiene nada de nuevo. Ernesto Castro, filósofo y profesor de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid, resalta en una entrevista con este periódico que el borrado de las mayúsculas y de los signos de puntuación proviene de la vanguardia, pero que tiene que ver con algo todavía mucho más antiguo. Haciendo un breve repaso de la historia de la oralidad y la escritura y mencionando el valioso El infinito en un junco de Irene Vallejo o los textos de Marshall McLuhan sobre la oralidad y la escritura a partir del desarrollo de la televisión y de los medios de comunicación modernos, Castro recuerda que durante siglos solo existieron las mayúsculas, no había separación entre palabras y era “la entonación y la cadencia rítmica del verso” lo que permitía diferenciar un sustantivo, un adjetivo o el verbo de su sujeto. Pero con la transformación de los alejandrinos “de una memoria oral a una literatura escrita”, sostiene Castro, comenzaron a introducirse elementos como espacios o signos de puntuación para generar una pausa “que hasta entonces, en la literatura oral, no se necesitaba”.
Internet y el regreso a la escritura oral
“Por la misma razón, lo que vemos ahora tiene que ver con el entrecruzamiento de la oralidad y la escritura en internet”, continúa el filósofo: “Lo que hay es un regreso, si se quiere, a esa oralidad arcaica donde el uso del ritmo y la importancia de la musicalidad hacen que los signos de puntuación sean prescindibles, porque hay una fluidez en el texto que va más allá de la comprensión de lo que se pone por escrito”. Sin embargo, el profesor de Estética destaca el debate actual “en torno a si el teléfono móvil propicia la oralidad”, piensa, “aunque sea a través de una escritura 'degenerada' o no normativa”.
Lo que tenemos son conversaciones escritas que son propias de la oralidad. Es una forma radicalmente nueva
La doctora en lingüística y especializada en el uso dialectal del lenguaje en las redes sociales, Carlota de Benito, asegura que sí. “Todo esto tiene que ver con el hecho de que en internet se da la posibilidad de escribir en un plano coloquial”, declara en una llamada con elDiario.es. Así se puede entender que un 'Holaaaaa' suene más simpático que un 'Hola'. “Digamos que, hasta antes de internet, la escritura casi siempre estaba restringida a planos muy formales. Ahora tenemos la inmediatez, y a eso se le suma lo frecuente que es que hablemos con la gente escribiendo: por WhatsApp, por redes, con nuestra familia, amigos… Eso hace que explotemos de forma lúdica los recursos de la escritura, que lo hagamos mucho más de lo que se hacía antes”, recalca la doctora. Si en un pasado reciente solo se hacía “en los poemas de vanguardia”, reconoce, ahora “lo hacemos cualquiera”: “Lo que tenemos son conversaciones escritas que son propias de la oralidad. Es una forma radicalmente nueva”, concluye.
Y todo va acompañado, según de De Benito, de un componente identitario generacional. “Hay un factor sociológico”, dice la lingüista de las redes sociales. “Por un lado, la disolución de jerarquías sociales lleva a una 'coloquilización' de la lengua porque las distancias entre hablantes se acortan, y por otro lado, la llegada de internet fomenta la lengua coloquial en muchos más contextos que antes”, razona. “Todo es una cadena”.
Recuerda Carlota que algo que se comenzó a estudiar desde el comienzo de los chats “fueron las transgresiones ortográficas”. Si bien nacieron con un objetivo práctico para agilizar la escritura o porque los SMS limitaban el número de caracteres, luego se rompieron esas restricciones y, sin embargo, muchas se mantienen intencionalmente a día de hoy. “Ocurre porque les atribuimos significados”, piensa la doctora, “y cuanto más los usamos, más fijados se quedan”. Son esos significados particulares los que hoy mueven la intención estética de las palabras. Y es justo entonces cuando, escribir en minúsculas, sin puntos y sin comas, se convierte en algo aparentemente más bonito.
Además, la lengua funciona también como un indicador del grupo social al que los individuos pertenecen. La también lingüista Ana Pano Alamán, que ha publicado libros como Dialogar en la Red. La lengua española en chats, email, foros y blogs (Peter Lang, 2008) o El español coloquial en las redes sociales (Arco Libros, 2013), apunta que en el sociolecto de un grupo social usuario de Twitter, WhatsApp y otras redes se crean maneras de escribir y de comunicarse muy específicas, que además van marcadas por una variable social que, según Pano Alamán, se da en todo hablante: la edad.
La identidad social de un individuo pasa a través de la forma en que se comunica con los demás
“En cada momento de nuestra vida adoptamos estrategias para comunicarnos”, narra la doctora en una llamada con este periódico, “y en la adolescencia se genera una tensión entre las dos formas típicas de hablar, la de la norma y la que tiene que ver con la identidad que uno se está creando. La identidad social de un individuo pasa a través de la forma en que se comunica con los demás”, termina diciendo. Esto explicaría, según las docentes, que los jóvenes sean los que inventan constantemente nuevas palabras, expresiones y estructuras gramaticales, y a esto se le suma internet como una resistente vía de expansión del lenguaje.
¿Un peligro para la lengua?
Ambas lingüistas reconocen que la posición de la Academia en este tema es de cierto modo imparcial, porque de lo que se ocupa es de la lengua culta. Sin embargo, en el mundo de la lingüística, sí existe desde los comienzos de internet la preocupación de cómo afectará el uso del lenguaje de internet en la ortografía y los conocimientos gramaticales en las edades tempranas. Ana Pano y Carlota de Benito son partidarias de entender la lengua más allá de lo que dicta la norma: “La lengua cambia y eso no lo podemos parar”, defiende Ana. “La cambiamos las personas”.
No son faltas de ortografía, los hablantes utilizan herramientas para generar un efecto comunicativo determinado
Por eso, más que suponer un riesgo para la lengua, las distintas alteraciones que se generan no son sino elementos nutritivos de la misma, siempre y cuando, detallan las lingüistas, los hablantes sean capaces de diferenciar el uso de cada registro. “El contexto comunicativo es lo que hace que como hablantes podamos seleccionar estrategias para ser más coloquiales o más formales”, aclara Pano Alamán. “No son faltas de ortografía —aunque vayan contra la norma establecida en español—; los hablantes utilizan herramientas para generar un efecto comunicativo determinado”. Y eso es lo verdaderamente interesante.
Luis Díaz, que viene, como muchísimos millenials, de una casa “donde no se ha leído”, añade que su lenguaje “es bastante consciente” y que se debe reconocer la cuestión de clase “a la hora de observar quién está escribiendo y por qué lo hace de esa manera”, piensa. “Es importante que los editores arriesguen y tengan ganas de proponer cosas nuevas” pronuncia el poeta, que prefiere entender la escritura “como un juego” y sentir que puede hacer “lo que quiera”. “No hay que tomarse en serio lo que uno escribe”, añade. “Cuando me sale el subrayado rojo en algunas palabras, me da igual. Cuando escribo, siento que tengo toda la libertad”.