Madrid, 18 sep (EFE).- Como una ráfaga de fuegos artificiales disparada contra la línea de flotación de las viejas estructuras heteronormativas de la música global, así ha aterrizado la nueva estrella Lil Nas X con “Montero”, un alegato LGTBIq que es además una enorme y orgullosa combinación de hip hop y pop.
Entre enfrentamientos con gigantes de la industria textil como Nike, partos simulados, escenas de sexo homosexual en sus videoclips (incluso con el demonio) o monopolizando alfombras rojas como la del MET con vestuarios que reivindican el género fluido, ninguno de los movimientos de este joven estadounidense ha pasado inadvertido en los últimos meses.
Con mimbres así (y un pasado premusical como “tuitero” de éxito que corrobora que sabe calentar los ánimos) no es de extrañar que el aparato mediático haya terminado volcándose con Montero Lamar Hill (Atlanta, 1999) de la misma forma que hicieron en su día con Lady Gaga o Lana del Rey.
Su debut discográfico era uno de los lanzamientos más esperados de la temporada prenavideña, pero faltaba comprobar si el resto de los cortes de su repertorio estaban a la altura de aquel “Old Town Road” con el que en 2019 irrumpió por la puerta de atrás.
El tema, en el que colaboraba Billy Ray Cyrus, le proporcionó dos premios Grammy y el número 1 más longevo hasta el momento en la historia de EE.UU. al superar a “Despacito” con 19 semanas en lo más alto. Además, le permitió internarse en dos ámbitos tradicionalmente conservadores (y a menudo homófobos) como el del “country” y el rap.
Muy poco después Lil Nas X hizo pública su condición como homosexual, primero de una manera sutil, mediante el símbolo del arcoíris e invitando a sus seguidores a escuchar el tema “C7osure (You Like)”, sobre la búsqueda de libertad, para irrumpir a continuación como un seísmo con sus videoclips y apariciones públicas.
Música y discurso social se han convertido en partes indiferenciables de su propuesta para sacudir los cimientos de una sociedad que, desde la premisa de lo “políticamente correcto”, creía ya superados todos los prejuicios contra los homosexuales. Nada más lejos de la realidad.
En “Montero” (Call Me By Your Name)“, reciente premio MTV al vídeo del año y arrebatador primer sencillo de este álbum publicado en marzo, Lil Nas X baila encuerado alrededor de una barra de ”pole dance“ mientras cae del cielo al infierno, donde seduce al mismísimo diablo. Algunos políticos conservadores vieron en ello una promoción del satanismo.
La polémica regresó cuando el pasado verano lanzó el videoclip de su siguiente sencillo, “Industry Baby”, producido por Kanye West, en el que ofrecía su versión personal y erótica de una prisión con uniformes rosas en la que baila desnudo (con los genitales pixelados) junto a varios hombres. Nada que no se hubiese visto ya en el ámbito del pop o del hip hop (pero rodeados de féminas) sin levantar tanto quebranto.
“Parece que sólo respetáis a los artistas gais cuando la parte gay está escondida. No os gusto porque abrazo mi sexualidad en lugar de esconderla para vuestra comodidad”, argumentaba en sus redes, recordando que muchos otros artistas homosexuales del pasado tuvieron que abrazar cánones heteronormativos durante sus carreras, pero que él no pensaba pasar por ese aro.
Desde esa premisa este viernes lanzaba una batería de canciones que hablan de huir, pero que solo corren hacia delante, como el sencillo “That's What I Want”, en el que vuelve a meter mano en un mundo conservador, el del fútbol americano, para protagonizar una historia de pasión y amor entre vestuarios y parajes que homenajean la película “Brokeback Mountain”.
Sobre la base del no menos célebre “Hey Ya!” del dúo Outkast, se trata de un corte divertido y desprejuiciado como el resto del disco a la hora de combinar géneros, lo que le ha permitido reclutar una nómina apabullante de aliados: Miley Cyrus (siguiendo los pasos de su progenitor unos años atrás), los raperos Megan Thee Stallion y Jack Harlow, la nueva promesa Doja Cat y la leyenda viva de Elton John.
Con 15 cortes que pasan como una exhalación, a destacar “Sun Goes Down” o “Tales of Dominica”, la gran mayoría de críticos han coincidido en que el tejido melódico y de arreglos del álbum es tan sólido que merece un notable y/o sobresaliente, incluso si no existiera ese discurso rupturista que en un tema de hip hop le permite proclamar a viva voz: “Soy maricón”.
Su capacidad para cantar tanto como para rapear le habilita asimismo para ampliar el rango estilístico al R&B, el soul e incluso a flirtear con el rock en temas como “Life After Salem”, uno de los más melancólicos del álbum, que los hay, sobre todo en la segunda parte, donde “Void” rememora la lucha contra su sexualidad y el rechazo parental y donde “Am I Dreaming?” ofrece un final nada concesivo al colorín.
Pese a todo, o precisamente por ello, se trata de un disco “terapéutico”, y así lo indicaba su propio autor: “He aprendido a dejar de intentar controlar la percepción de la gente sobre quién soy, qué puedo hacer y dónde estaré. Me he dado cuenta de que la única opinión sobre mí que realmente importa es la mía”.
Javier Herrero