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Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

Muere Marsé, el gran renovador de la novela desde la Barcelona de posguerra

Barcelona —

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Barcelona, 19 jul (EFE).- Pijoaparte, el pícaro charnego al que Juan Marsé dio vida en “Últimas tardes con Teresa”, y la Barcelona de posguerra que atraviesa toda su obra han quedado huérfanos con la muerte anoche a los 87 años del escritor barcelonés, miembro de la generación del 50 que huyó del realismo social y renovó la novela española.

Pocos autores se identifican tanto con una ciudad y con un período histórico, y Marsé describió como ninguno la Barcelona oscura y gris del franquismo, la de los barrios obreros, especialmente el Guinardó y el monte Carmelo, la de los vencidos en la Guerra Civil, pero también, como contrapunto, la de la burguesía acomodada a este período.

Como hiciera Gabriel García Márquez con Macondo, Onetti con Santa María o Juan Rulfo con Comala, Marsé moldeó en sus libros Barcelona a partir de su propia experiencia.

Su verdadero nombre era Juan Faneca, pero al morir su madre en el parto, lo adoptó una familia trabajadora y a ella debe el apellido que le convirtió en una figura clave de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX.

Fueron quince novelas, “Últimas tardes con Teresa”, “Si te dicen que caí”, “Un día volveré”, “El embrujo de Shanghai”, “Ronda del Guinardó”, “Rabos de lagartija”, “El amante bilingüe” y “Caligrafía de los sueños”, entre otras, en las que Marsé describió las cartillas de racionamiento, el estraperlo, los conciliábulos del franquismo, el poder de la Iglesia o el cine de barrio en sesión continua, refugio para esa generación en la que también crecieron Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Mendoza o Terenci Moix.

Marsé, al igual que otros autores como Mendoza, Vázquez Montalbán o Jaime Gil de Biedma, sufrió las contradicciones de una cultura catalana siempre temerosa de defender la literatura escrita desde Barcelona en castellano.

Era un escritor volcado en su oficio, “amante incondicional de la fabulación”, como señaló en su discurso al recoger el premio Cervantes; nunca se consideró un intelectual, sino un narrador, algo que recordó aquel 23 de abril de 2009, en el que no dejó de lado una de las características de su obra, la defensa de la pluralidad lingüística.

Por esa razón escribía en castellano. “Pienso que muchas cosas que se dicen o escriben, en el idioma que sea (...), deberían a menudo merecer más atención y consideración que la misma lengua en la que se expresan”; y con unas palabras impregnadas de verdad y de humor, Marsé aseguró que nunca vio “nada anormal” en ser “un catalán que escribe en lengua castellana”.

Cuando a los 13 años Juan Marsé dejó la escuela para entrar de aprendiz en un taller de joyería, en los plúmbeos años de la posguerra, aquel niño no podía siquiera imaginar que el destino le había elegido para ser un orfebre de la memoria, en especial de quienes fueron derrotados en la contienda española.

De formación autodidacta, sus orígenes obreros marcaron sus principios y su voluntad de dar voz a aquellos seres humildes, perseguidos, marginados o perdedores que poblaban la Barcelona menos glamurosa, y que contrapuso con los representantes y las costumbres de la sociedad burguesa.

Más que un novelista, Marsé siempre se consideró un narrador, alguien destinado a recuperar los recuerdos de la Barcelona de su infancia y de su juventud, en especial la de los habitantes del barrio obrero del Guinardó donde se crió.

Una constante de la obra de Marsé es su crítica a la burguesía catalana y el conflicto entre clases sociales, que impide a los personajes traspasar las fronteras, en la que no salen bien parados los jóvenes burgueses que buscan reafirmar su supuesto progresismo relacionándose con sus congéneres proletarios, patente en “Últimas tardes con Teresa”, con ese Pijoaparte trepa que aspira a ascender socialmente.

Pese a su timidez y a no ser muy hablador, cuando lo hacía no tenía pelos en la lengua y sonados fueron sus duros enfrentamientos y agrias polémicas con escritores como Francisco Umbral, Juan Goytisolo o Baltasar Porcel, así como su dimisión como jurado del Premio Planeta en 2005, tras denostar las novelas ganadora y finalista.

A pesar de ser un cinéfilo confeso, no se ahorró las críticas a las múltiples adaptaciones cinematográficas de sus novelas, con el cineasta Vicente Aranda como más reincidente -“La muchacha de las bragas de oro” (1980), “Si te dicen que caí” (1989), “El amante bilingüe” (1993) y “Canciones de amor en Lolita's Club” (2007)-.

“Son películas fallidas”, llegó a decir, “y lo son, no porque hayan adaptado mal el texto literario, sino porque son malas por sí mismas. Es decir, cuando una película que adapta una novela es buena, es buena por razones estrictamente cinematográficas y no literarias”.

Sus últimas obras publicadas fueron la novela breve “Noticias felices en aviones de papel” (2014), un homenaje a la memoria, y “Esa puta tan distinguida” (2016), un relato que podría ser visto como su ajuste de cuentas con el cine y que “seguramente” es su obra “más autobiográfica”, aseguró el autor en una entrevista con Efe.

Los lectores de Marsé aún podrán disfrutarlo con “Viaje al sur”, que Lumen publicará en septiembre próximo, un libro de viajes por Andalucía que escribió en 1962 y que no llegó nunca a ver la luz y que se creía perdido. Para más adelante quedará, según ha anunciado su editora, María Fasce, un último proyecto del escritor, una “especie de diario al que él se refería como 'notas para unas memorias que nunca escribiré'”.

El mundo de la cultura y de la política se ha hecho eco de la muerte de Marsé y de lo que significa su pérdida, y ha sido unánime el elogio a su retrato de la Barcelona de posguerra, y en general de la evolución de la sociedad española.

La capilla ardiente del escritor se abrirá mañana lunes en el tanatorio de Sancho de Ávila, donde tendrá lugar la ceremonia de despedida el martes 21.

Jose Oliva