Con los Backstreet Boys 15 años después

Hace dos décadas los Backstreet Boys comenzaban a hacer estragos entre el público adolescente. Un furor que en España tuvo una especial repercusión: los cinco integrantes de la boy band tuvieron incluso que cancelar un concierto por riesgo de avalancha ante la ingente cantidad de fans que iban a asistir en la calle Preciados de Madrid. Con acampadas a las puertas, miles de jóvenes pudimos verles en directo unos meses después en abril de 1998.

Era el tiempo en que empezábamos a usar cremas anti-acné, sujetador y a interesarnos por el sexo. Algunas cosas han cambiado desde aquel concierto celebrado hace casi 16 años y su vuelta a España el pasado miércoles en Vistalegre, un pabellón repleto de ventieañeras que rozaban la treintena y algunos chicos de esa misma edad -que también cantaron todas sus canciones-.

¿Qué ha cambiado?

1. Ya no había madres acompañando a las fans, es más, algunas ya lo son. El público estaba repleto de grupos de amigas dispuestas a vivir su propio remember, aquel tiempo en el que comprar la SuperPop era un ritual quincenal y no había paredes suficientes para tanto poster.

2. Ellos también han crecido (y se nota). Sí, siguen moviéndose y algunas coreografías no han cambiado, pero ya no pasan todo el concierto entre baile y baile, necesitan sus descansos, que disimulan con vídeos nostálgicos y una parada para enseñarnos que durante estos años han aprendido a tocar instrumentos (sentados).

3. Ya no les mitificamos. Les queremos, les gritamos, pero ya no son los hombres perfectos con los que soñamos casarnos. Para qué engañarnos, sabemos que han engordado, que alguno ha pasado por una clínica de desintoxicación, y que probablemente el dinero esté detrás de su último regreso.

4. Ya no es necesario que guardemos los pósters de las revistas, porque quien más y quien menos grabó o hizo fotos de la histórica vuelta de los BSB con sus smartphones o tablets mientras se tomaba una cerveza o un cubata. Quién nos iba a decir hace quince años que íbamos a tener resaca después de un concierto de los Backstreet Boys.

5. La estrategia de marketing también ha cambiado -y parece que con éxito-. Nada de irse a casa a después del concierto: una fiesta en una discoteca del centro de Madrid a 80 euros por barba. Pero estábamos dispuestas a pagarlos, e incluso los 198 euros que costaban las entradas al concierto con presencia VIP y cocktails.

¿Qué sigue igual?

1. Se oyó el mismo grito de entusiamo cuando Kevin, Howie, Brian, A.J. y Nick salieron al escenario. También seguimos gritando cuando se agarran el paquete e intentando tocarles cuando se acercan.

2. No hace falta que acierten en las coreografías para ganarse a un público más que entregado: merecía la pena volver a ver el numerito de los sombreros y a escuchar los temas que bailábamos en el patio del colegio (en el instituto ya era demasiado). “The call”, “Don't want you back”, “We've got it going on”, “I want it that way” o “Everybody (Backstreet's back)” son algunos de los clásicos que sonaron durante dos horas en Madrid y que nos sigue encantando escuchar.

3. Nick arrasa: era el favorito entonces y lo sigue siendo ahora, aunque haya cogido unos kilos de más. Y Brian sigue siendo el payaso sobre el escenario, a pesar de que él diga que la diferencia respecto a 1998 es que se ha hecho un hombre serio.

4. En quince años nos ha dado tiempo a tener varias relaciones, cambiar nuestro concepto del amor y a aprender a detectar tópicos perjudiciales para nuestra salud. Pero no nos engañemos: al fin y al cabo vamos al concierto de cinco tíos cantándonos que nunca romperán nuestro corazón o que estarán dispuestos a seguirnos allá donde vayamos. Aunque sea mentira.

5. Nos siguen llamando niñatas, histéricas y lloronas. Al parecer, gritar cuando un equipo gana la Champions o cuando el árbitro no pita penalty es de lo más normal, pero rememorar tu adolescencia con tu grupo favorito de entonces es inmaduro.

Con la certeza de que no volverán de gira nos despedimos de aquellos chicos que llevábamos en nuestras carpetas con la ilusión postadolescente de haberles visto una última vez (y poder reírnos de ello).