En la actualidad, el público pop está más que acostumbrado a letras crípticas y oblicuas, surrealistas o nonsense, complejas y programáticas, políticas y metafóricas. Antes de Dylan, esto no estaba tan claro.
Cuando un adolescente escuchaba en 1966 los 11 minutos largos del Sad Eyed Lady Of The Lowlands (en Blonde on Blonde) y leía “Sad-eyed lady of the lowlands / Where the sad-eyed prophet says that no man comes / My warehouse eyes, my Arabian drums / Should I put them by your gate /Oh, sad-eyed lady, should I wait?”, podía intuir que era una canción de amor. Pero no era un amor tan directo, vital y de repente banal como gritar She Loves You, era preciso interpretarlo. Pero ¿cómo? Solo había algo muy claro: esto ya no era para niños sobreexcitados, sino para jóvenes destinados a crecer en un mundo donde incluso el amor se expresaría de otra forma.
Avanzados los setenta, Dylan ya era estilizado por muchos como un gran poeta. Pero no tanto por sus canciones que bueno, estaban ahí, sino porque habría demostrado su mayoría de edad literaria con Tarántula. Este libro de 1966 (pero publicado en 1971), que el mismo Dylan no había ideado como tal libro, sigue pareciendo básicamente una especie de escritura automática algo básica. Y que fue bastante masacrado en su momento, dicho sea de paso. Las canciones contaban pero en plan apoyo, eran género menor. Luego resultó que hasta el Chronicles Vol. 1 de 2004 no volvió a publicar nada que no fuera recopilar sus propias letras. Las repetidas llamadas al Nobel sonaban cada vez menos intensas.
Unión de la música y la poesía
Al final, se reconoce lo obvio: Dylan es sus canciones. Una de sus grandes aportaciones fue volver a unir la poesía exigente y la música. Como había sucedido con toda naturalidad a través del tiempo, desde Grecia a los Minnesänger y los juglares o a través de las culturas, prácticamente todas. Y es que lo que ha distinguido tradicionalmente la prosa de la poesía ha sido el ritmo. El ritmo desarrolla cadencias y las cadencias y situaciones se aprovechan y acentúan, bien mediante la dinámica de una coreografía teatral o con el apoyo de música. O ambas. Eso por no mencionar cómo unir una historia a una música, desde los bardos celtas hasta nuestros días, ha sido una estrategia mnemotécnica muy común para recordar historias/datos.
Esta unión, tampoco obligada, comenzó a resquebrajarse sobre todo en el Renacimiento y sufrió una quiebra profunda cuando G.E. Lessing escribió Laocoonte en 1766. En él y a grandes rasgos, proponía la pureza y separación de las Artes. Una visión muy ilustrada. Así nació la alta poesía sin música que conocemos, aunque muchos poetas de los dos últimos siglos fueran música escrita. Puede pensarse en Yeats, Nicolás Guillén o el innumerables veces musicado futurista catalán Salvat Pappaseit. Por mostrar tres botones.
Es decir, el Nobel de Dylan no lo es a un poeta sino a un trovador. Es cierto que Dylan se inspiró tanto en John Steinbeck como en Henry Miller o la generación Beat, además de clásicos coronados de laurel. Pero también de cantantes para el pueblo como Woody Guthrie o Robert Johnson. Y es la actitud de estos la que le condujo a un never-ending tour más que a estar apoltronado en el sillón de cualquier academia. Lo que hace este premio es devolver la poesía a donde solía. Aunque no haya sido esa la intención de Estocolmo.
Dentro de este marco literario, la obra de Dylan es increíblemente diversa. Himnos de protesta, crónicas de situación, canciones de amor y mucho desamor, confesiones religiosas, reflexiones íntimas... En Dylan hay de todo, desde lo más esotérico al más exotérico. El que cuenta en muy mal tono un amor despechado (Just like a woman) o el que hace una crónica cinematográfica brutal sobre un boxeador negro acusado de triple asesinato (Hurricane).
Dylan es en cierta forma la enciclopedia viviente de los tiempos que le ha tocado vivir. Unos tiempos que no se plasman en libros, sino en discos. Unos tiempos que ven la recreación permanente de una música evolucionando de forma orgánica junto a las letras. Hay Dylans airados, Dylans sentimentales, Dylans reflexivos, Dylans cronistas y todos ellos expresados en épocas y canciones. Que cambian aún más, hasta resultar difíciles de identificar, cuando se planta en el escenario ante su público.
Dylan ha sido escogido por la Academia y eso es bueno para la Academia. Al menos reconocen que la voz de una era igual no está entre sus paredes.