Crónica

Bruce Springsteen pone Madrid a sus pies, entre la nostalgia y la épica de su leyenda

13 de junio de 2024 11:47 h

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Bruce Springsteen no batió el récord de concierto más largo en un gran estadio como en 2016 en el Bernabéu. Tampoco se le pedía. Durante tres horas casi exactas el norteamericano demostró que a sus 74 años sigue siendo la rockstar que era. Con la voz más rasgada y los saltos más controlados para evitar lesiones puso a unas 50.000 personas del Cívitas Metropolitano de Madrid a sus pies. Lo volverá hacer el 14 y 17 de junio y el 20 y el 22 en el Olímpic de Barcelona.

Si en los conciertos de Taylor Swift o de Duki en el Bernabéu había padres acompañando a sus hijos, en Bruce Springsteen había hijos acompañando a sus padres. Aida, Alicia, Teté, Ana y María, madres e hijas, venían todas juntas, para no perderse el espectáculo. Cuentan a este diario cómo ya fueron al concierto del año pasado en Barcelona y sentían cómo no se podían perder el de Madrid. Las leyendas del rock tienen ese punto de misticismo: aunque sus grandes canciones sean las de hace 40 años no les hace falta un gran marketing para seguir influenciando. El rock sigue vivo. Las leyendas dan sus últimos coletazos, pero sus conciertos siguen siendo como misas. El Boss es la voz de una generación mayor, pero aún viva. Los aledaños del estadio estaban repletos de todo tipo de personas. Hasta Iván Espinosa de los Monteros, exportavoz de Vox en el Congreso, se dejó ver por allí. Hay fenómenos que trascienden de ideologías y clases sociales. 

Antes del concierto había preocupación ante una posible cancelación. Bruce Springsteen venía de posponer varios de sus conciertos, entre ellos el de Milán en San Siro, por problemas vocales. ¿Podría cantar sus historias esta vez? Se ve que hacer deporte y llevar la vida sana que promulga le ha servido para recuperarse. Bajo una bandera de España y otra de Estados Unidos, cada uno de los músicos de la E Street Band, fueron saliendo para recibir un aplauso antes del concierto. Piano, violín, batería, guitarras bajo y varios instrumentos de viento y percusión serían quienes acompañarían su música toda la noche. A veces llegaron hasta los 18 músicos en el escenario. Incluso hubo algún detalle político: la guitarra de Steve Vand Zandt llevaba los colores de la bandera de Ucrania. “Buenas noches, Madrid. ¿Estáis preparados?”, dispuso Springsteen al estadio que parecía casi lleno, pero con algunos asientos vacíos en las gradas. 

Con su chaleco negro tejano, muñequeras y guitarra Fender empezó con Lonesome Day y la gente empezó a saltar. No hubo pogos en el concierto, pero sí saltos, gritos, bailes y hasta algún que otro lloro. El sonido fue de menos a más en el estadio. A Springsteen le hizo falta calentar la voz. Antes de No Surrender y Ghosts, hubo varios solos de guitarra con slide, algo que repetiría durante todo el concierto. Empezar con canciones tan clásicas le sirvió para ir afinando durante su show sin perder la energía que envuelven a los eventos tan grandes.

En Seeds y Darkness On The Edge Town, Springsteen se empezó a gustar más ante las cámaras de su concierto. Cerrando fuertemente los ojos y gesticulando mucho, acabó de enganchar al público hasta el final del concierto. Pero como estrella del rock, tiene ese punto de saber sorprender para que se hable de él al día siguiente. Tocó Frankie Fell In Love por primera vez con la E Street Band desde 2014. No llegó a interpretar su mítica y malinterpretada ―por patriótica, aunque en realidad esconde una crítica al país― canción Born In The USA; aunque sí el riff inicial en un momento. Tampoco le hizo falta.

Pese a su buena forma, los años pasan para todos y para Bruce Springsteen también. Cada vez que bajaba de la pista a saludar a su público, algo que repitió varias veces durante el concierto, lo hacía con dificultad, inclinando su cadera de lado a lado. Con su guitarra a la espalda y dejando al público cantar sus canciones, se dejó querer en el Cívitas. Y algo que chocaba frente a otro tipo de conciertos era la casi ausencia de teléfonos grabándolo. Había jóvenes subidos a los hombros de sus amigos, pero no lo inmortalizaban con su móvil. 

Era la duodécima vez que Springsteen tocaba en Madrid. La primera en ocho años. La canción The River, que emocionó a muchos, le viene al dedillo. En ella, habla de una pareja que va a un río, mantienen relaciones y la mujer se queda embarazada. Ambos tienen que empezar a trabajar para mantener al niño. Con los años vuelven a ese río, pero no es el mismo. Se cumple el mito de Heráclito: no te bañarás dos veces en el mismo río. Tampoco interpretarás dos veces el mismo concierto. 

Si un señor de 74 años multimillonario sigue haciendo conciertos es por su compromiso con la música. El Boss ya no se tira de rodillas a darle machetazos a su guitarra, pero apenas se da un respiro entre canción y canción y tampoco es que beba agua para aclarar la voz. 

“En los 60 me embarqué en una de las mejores aventuras de mi vida: empecé mi primera banda de rock & roll de verdad. Duramos tres años. Toda una vida para un adolescente: 1966, 1967 y 1968. Un momento increíble para ser joven y estar en una banda en Estados Unidos. Cincuenta años más tarde, me encontré de pie junto al lecho de muerte de George quien había batallado contra el cáncer de pulmón y le quedaban unos pocos días de vida. Me di cuenta de que su muerte me convertiría en el último chico de ese grupo que se juntaban por la tarde a tocar”, dijo en lo que se pareció una alusión a George Theiss, de The Castiles, con lo que tocó Springsteen. Ese fue el discurso que dio Bruce Springsteen antes de tocar en acústico Last Man Standing.  “La muerte proporciona una cierta claridad mental. El regalo duradero que nos hace es una visión ampliada de lo que podría ser la vida”, quiso dejar claro antes de comenzar en lo que sería uno de los momentos más impactantes y ovacionados del concierto. 

Un chaval que al principio pasaba de la política acabó escribiendo canciones para una generación. Cantos en contra de la guerra, de la rutina de la vida cotidiana o contra la crisis económica como hace en Wrecking Ball. Sus historias interpelan a un planeta entero y, si sigue llenando estadios ante las miradas más jóvenes, es porque sigue siendo así. 

Cada vez que el Boss pide a la gente “más ruido” o “más alto” en español, se cae el estadio. Tras Tenth Avenue Freeze-Out y Twist and Shout presentó a cada uno de sus músicos y pidió al público sus respectivas ovaciones. “¿Creo que es hora de ir a casa, no?”, preguntó al público. Aún no iba a ser así. Cogió un clavel del publico para cantar él solo I’ll See Yoy In My Dreams. “Te veré en mis sueños” canta varias veces en el estribillo. Por ahora aún le quedan varios conciertos a este storyteller, pero llegará en un día que habrá que soñarlos.