Devendra Banhart: “Siempre vi esa agresividad para suprimir lo femenino en hombres y lo masculino en mujeres”
Tejano de nacimiento, Devendra Banhart pasó su infancia en Venezuela, el país de su madre, de ahí que su dominio de nuestro idioma sea más que fluido. La entrevista se desarrolla así, de manera natural, aunque él enseguida se disculpa: “Perdón si mi español está mal, es que no he hablado español por un ratito”. Ese tipo de expresiones, entre la delicadeza del hablar venezolano y el accidente gramatical, hacen que la conversación con Banhart suene por momentos a realismo mágico. Su exacerbada sensibilidad domina sus obras, y también el modo en que aborda las respuestas. Cuando se le pregunta si su intención era que Flying Wig (Mexican Summer, a la venta el 22 de septiembre), su nuevo disco, sonara sombrío, él contesta: “Creo que el tema de la búsqueda tiene mucho espacio aquí porque posee mucho potencial. Los seres humanos compartimos ese sentimiento específico de búsqueda de paz y amor, pero eso son cosas que vienen y van. En mi caso, cuando llegan sufro porque sé que terminarán yéndose. Y cuando ya no están, me duele. Es un baile. Esa búsqueda es un baile y me parece que ese es también el tema de mi disco”.
Banhart habla por videoconferencia desde su casa en California. Fue la ciudad en la que se estableció cuando su madre y él abandonaron Venezuela. Tenía 12 años y una de sus primeras amigas allí fue la escultora y performer Isabelle Albuquerque. El título de su undécimo álbum como solista ―peluca voladora― le debe su título. Albuquerque le regaló por su cumpleaños una peluca que se convirtió en talismán durante las sesiones de grabación, para luego pasar convertirse en motivo de inspiración cuando el artista la veía volar en sueños, encontrándose con otras pelucas y tupés de los alrededores. Albuquerque no es la única fuerza femenina presente en Flying Wig.
Cate Le Bon, una de las artistas más arrebatadoras que han surgido en la música alternativa de los últimos años, ha sido la encargada de producirlo. Artista extravagante y atípica, de origen galés, Le Bon cuenta con una interesante discografía que últimamente ha ido alternando con producciones para artistas como Wilco o John Grant. “Habíamos trabajado en el mismo estudio y solíamos hacernos visitas mientras grabábamos, pero esta es la primera vez que colaboramos. Inicialmente íbamos a firmar como productores los dos. Una vez entramos a trabajar, no pasaron ni cinco minutos y ya llamé a mi mánager para comunicarle que la productora sería únicamente Cate. Ella sabía muy bien lo que quería hacer, aportó energía y me dio mucha confianza porque iba a plasmar lo que había en mi cabeza. Yo solamente tenía que preocuparme por componer y escribir letras. Le di unas maquetas grabadas con guitarra y voz y ella supo ver hacia dónde debían ir. Es muy preciso, y a la vez muy raro, tener ese tipo de confianza con una persona”.
El artista actuará en España el 10 de noviembre en Madrid, el 11 en Valencia y el 12 en Barcelona. La melancolía es una constante en la obra musical de Banhart. La impregna desde que editó su primer disco en 2002 y se ha mantenido en ella a lo largo de estos años. Artista plástico que también cuenta con exposiciones y libros de arte en su haber, Banhart pasó inmediatamente a formar parte de los círculos modernos de la música alternativa americana de los 2000. Beck, Anohni y miembros de The Strokes han sido algunos de sus compañeros de aventuras creativas, una época en la que su presencia se convirtió en un elemento normalizador de las culturas latinas dentro de la música hecha en inglés. Su visión global de la música le llevó a integrar influencias del folclore venezolano y de la bossa en su obra. Y lo que inicialmente debió resultar una anécdota exótica para sus colegas, terminó por ser visto como una constante de enriquecimiento. Pionero en romper barreras culturales que en aquella época aún parecían irreductibles, colaboró con Marisa Monte y Gilberto Gil, ayudó a dar a conocer a Rodrigo Amarante y a Helado Negro, anticipando el crisol cultural hacia el cual avanza el pop norteamericano. Así y todo, Flying Wig quizá sea uno de los discos más anglosajones de su discografía. Más electrónico y menos orgánico que en otras ocasiones, el sonido del álbum recuerda a veces al Brian Eno de mediados de los 70. “Escucho a Eno desde los 15 años, Another Green World es uno de mis álbumes favoritos de siempre. Me encanta también el disco que acaba de sacar con Fred again..., y también me gusta mucho lo que hace su hermano Roger. Compararme con él es uno de los mejores cumplidos que se le pueden hacer a un músico. Pero la única responsable de que esa comparación sea posible es Cate. Fue ella la que aportó esa sensibilidad al disco. Ha desarrollado un lenguaje, una paleta de sonidos muy suya, compuesta por elementos muy diversos”.
Fue Cate Le Bon quien le disuadió para que apareciera en la portada del álbum. Es la primera vez que Banhart se anima a ello. En la fotografía aparece cubierto por algo que parece un vestido. Él aclara que es solamente un pedazo de tela. “Pero las canciones las registré con un vestido de Issey Miyake que Cate me regaló. Me quedaba fatal, pero lo llevé igualmente. Necesitaba algo que me diera confianza. Habíamos pasado por una pandemia, todas esas cosas terribles. En ese momento me sentía muy inseguro”. El modo en que maneja el equilibrio entre lo masculino y lo femenino es una de las características más sobresalientes del ente artístico llamado Devendra Banhart. Sostiene que la relación que mantiene con su lado femenino no tiene nada que ver con lo sexual, es algo plenamente espiritual. “Creo que todos los seres humanos debemos esforzarnos por buscar ese equilibrio entre lo masculino y lo femenino. Son dos energías inherentes a nosotros. Y eso posee un enorme potencial de riqueza”. Banhart suele referirse a sí mismo tanto en masculino como en femenino. Y cuenta que, tras el divorcio de sus padres, cuando se instaló con su madre en Venezuela, sobrelleva mejor las ausencias de ella poniéndose sus vestidos. “A los nueve años ya me ponía. Me los ponía y era como... ¡Guau! Esto cura. ¡Esto me gusta!”. En esa conexión encontró una vía para desarrollar su espiritualidad. “Es algo que me hace sentir conectado con la energía materna. Seguí haciéndolo cuando tuve que ir al instituto. Todos me querían pegar y se formaron verdaderos problemas. Desde pequeñita vi esa agresividad, un intento obsesivo, vivido casi como un éxtasis religioso, para suprimir lo femenino en los hombres y lo masculino en las mujeres. Eso me aterraba. Me daba miedo sentir ese miedo que provenía de la raíz de esa fijación. Sabía que era mierda”.
Cuenta que, tras el divorcio de sus padres, cuando se instaló con su madre en Venezuela, sobrelleva mejor las ausencias de ella poniéndose sus vestidos. 'A los nueve años ya me ponía. Me los ponía y era como... ¡Guau! Esto cura. ¡Esto me gusta!'
Una conversación con Devendra Banhart siempre discurrirá por los terrenos más insospechados. No hay que esperar respuestas convencionales ni historias manidas. Se emociona al hablar de amigos que ha perdido recientemente. Hal Wilner, Ryūichi Sakamoto, el comisario de arte Diego Cortez. “¿Conoces el trabajo de Diego? Quiero llorar. Estoy sudando, los pelos se me están levantando de la piel porque Diego estaría feliz de saber que se aprecia su trabajo. Fue la primera persona que le consiguió una exposición a Basquiat. A mí también me organizó mi primera muestra, acababa de llegar a Estados Unidos y me consiguió una exposición en Harlem. Cuando salía a almorzar con él por Nueva York era imposible caminar dos cuadras sin que le saludara algún artista. Patti Smith, Laurie Anderson... Todas las leyendas del arte salían a la calle cuando estabas con él”. Pura emoción. Devendra Banhart no sabe lo que son los filtros. Tampoco los necesita. Con la música le basta y le sobra.
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