El arte tiene la hermosa capacidad de abarcarlo todo, de ensanchar, de atrapar, de acoger, de apabullar, de poseer, de estar. Habita cada rincón, corazón y auditorio, sala de cine y álbum de fotos. Siempre genera algo, siempre dice, suena y mueve. Su existencia es valiosa y el vínculo que genera con quienes lo reciben, contemplan y disfrutan siempre es diferente; pero también siempre es un regalo, que conservar, cuidar y compartir. Para Alejandra Fierro Eleta, el arte fue al mismo tiempo refugio, vía de escape y pasión desde muy pequeña.
Su necesidad de difundir las canciones que iba descubriendo encontraron su lugar en la radioafición, a partir de la que comenzó a mostrar los temas que le iban fascinando. Provenían de la música latina de la que beben sus raíces (su padre es venezolano, su madre panameña y su tío, Carlos Eleta, el autor del bolero La historia de un amor). Su predilección por estos sonidos la convirtieron en una de las grandes responsables de su entrada a España, gracias a su dedicada labor como coleccionista y en la radio. Pero para ello tuvo que inventarse una nueva identidad. Cuando le dijo a su progenitor que quería hacer una emisora de música latina, su respuesta fue: “No con mi nombre”, y así nació la radio Gladys Palmera, en 1999.
Desde entonces, Alejandra ha ido nutriendo su valioso archivo, que actualmente abarca en torno a 54.000 vinilos y 25.000 cedés que habitan la sede de su fundación, ubicada en San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Su casa, que poco a poco fue siendo poseída por la ingente cantidad del archivo sonoro, es un museo vivo en el que la música convive con numerosos carteles de películas, fotografías y hasta un vestido de Celia Cruz, que decora una de las escaleras del imponente caserón. Hasta la luz parece entrar diferente por sus ventanas.
No hay pared sin estanterías copadas por obras, mesas en las que no se estén clasificando las últimas adquisiciones o vitrinas sin objetos que van desde un traje de la bailarina y cantante Joséphine Baker a cajas de cerillas de los años treinta.
Hay cedés censurados, volúmenes que recogen desde poesía a discursos de Fidel Castro, y una inabarcable lista de figuras como Juan Andrés Milanés. Un artista cubano contemporáneo que ha grabado discos con testimonios de abusos sexuales y laboral sobre objetos que están relacionados con los casos, como una silla de oficina. La casa está absolutamente tomada y para aprovechar al máximo el espacio han hasta adaptado, para los cedés, armarios ideados para las farmacias, que en la casa en vez de medicamentos se usan para conservar melodías.
Interés del Ministerio de Cultura
Tommy Meini es el curador principal y responsable del fondo de la Colección Gladys Palmera, que además de ejercer de guía por este particular paraíso –Alejandra Fierro no pudo estar presente en la visita–, explica que ni venden ni quieren que el ingente archivo se subaste en el futuro. De ahí a que estén en conversaciones con la Smithsonian Institution de Estados Unidos y el Ministerio de Cultura de España. Ambas instituciones públicas quieren adquirirlo. “Alejandra quiere que sea una donación y preferimos que se quede aquí”, explica el responsable. “Una de las exigencias que tenemos es que la colección siga creciendo y viviendo. Que el proyecto Gladys Palmera no se muera y que todo esto no se quede en un sótano. Queremos que siga como aquí, en un sitio más céntrico, para que la gente pueda venir”, afirma.
Fuentes del Ministerio consultadas por este medio confirman el interés de la Administración liderada por Ernest Urtasun por el archivo, y también esperan cerrar la propuesta “pronto”, entre finales de 2024 y principios de 2025. Dentro de las negociaciones está decidir su posible ubicación. Una de las opciones que se están barajando es el traslado de la colección a uno de los edificios que forman el complejo de la antigua Farmacia Militar, situado en la calle Embajadores, que será reconvertido en la nueva sede del INAEM. “El proyecto con el Ministerio de Cultura es el ideal”, reconoce el curador. El intento de acuerdo coincide con el 25 aniversario de Gladys Palmera, que se celebró el pasado 11 de octubre en el Museo Reina Sofía, con una jornada de bailes y ritmos de influencias africanas como el danzón, el chachachá, el mambo, la rumba, la cumbia, la salsa y el ballenato.
La emisora debe seguir siendo una plataforma para el talento joven, el cual siguen potenciando también desde su canal de YouTube, que cuenta con más de 1.800 artistas que han grabado en sus instalaciones o en la radio desde que comenzó su andadura: “Alejandra apoya la música independiente. Una Shakira o Jennifer López ya tienen sus radios que las impulsan, ella siempre ha querido apoyar a artistas independientes. Fue pionera en no apoyar a las grandes discográficas. No se dejó dictar lo que tenía que hacer”.
Con quienes sí realizan concesiones son particulares que se han puesto en contacto con ellos por tener álbumes en las que participaron familiares. “Hay personas que nos han escrito, por ejemplo, porque su padre fue ingeniero de un disco en concreto y les gustaría tenerlo. Ahí sí hacemos el favor, se lo grabamos y se lo pasamos”, comenta sobre una situación que “pasa a menudo”. Lo que sí que llevan a cabo son intercambios con álbumes repetidos. Ocurrió con el actor Matt Dillion, que acudió a la Fundación en busca de fotografías para su documental El gran Fellove, y acabaron canjeando otras obras.
El catálogo de la colección puede consultarse públicamente, ya que tan pronto como se realizan adquisiciones, se incorporan a su base de datos, después de pasar por el espacio que denominan la 'cocina' de la Fundación. Una habitación ubicada en uno de los edificios que conforman el espacio. Allí colocan los vinilos en fundas de plástico sin ácidos y los fotografían para archivarlos.
Una de las labores que externalizan es el tratado de los carteles de películas, que indica que son las obras más complicadas de conseguir. Al ubicarse en los cines, no suelen existir muchas copias, y las que hay muchas veces tienen dobleces o están estropeadas por el material que se usó para pegarlas. Para restaurarlos, se pegan en telas neutras sin ácidos y se pintan las zonas dañadas. Un trabajo que el curador define como “muy delicado”.
En cuanto a su precio, los pósteres de largometrajes oscilan entre los 100 y los 300 euros, mientras que en el caso de los vinilos pueden valer entre 3.000 y 5.000 euros. “A veces la restauración cuesta más, pero también puede ocurrir que encuentres un disco por diez euros”, comparte sobre unos ejemplares que hallan en todo tipo de ubicaciones, sótanos insalubres inclusive. A la hora de clasificarlos, más allá de estar clasificados por orden alfabético de sus creadores, cuentan con su propia nomenclatura con pegatinas de distintos colores en función de si han aparecido en la radio, si están fotografiados y si los ha escuchado Alejandra, que deja constancia de sus selecciones en post-its que guardan junto a cada vinilo.
En los viajes que el curador lleva a cabo para adquirir nuevas piezas, recientemente a México y Panamá, no tiene un presupuesto cerrado: “Alejandra me da 100% confianza y me deja comprar todo lo que considere útil”. La última gran incorporación ha sido el archivo del diseñador Izzy Sanabria, que incluye fotografías, revistas, carteles y negativos. “Nos los dio sin filtro”, explica Tommy Meini, ya que entre estos encontraron hasta fotografías íntimas, que incluían instantáneas de su autor, desnudo.
La mujer en la música latina, a la Casa de América
El disco más antiguo de la Fundación data de 1829 y algunos de los más curiosos fueron diseñados para aprender a bailar ritmos latinos. Además del vinilo, contienen unas plantillas para señalar dónde deben colocarse los pies en el suelo, además de las instrucciones.
Otra de las estancias de la casa está copada por la exposición que albergará la Casa de América el año que viene, dedicada a la mujer latina dentro de la industria de la música. Hay fotografías, discos y objetos. El curador avanza que habrá un pasillo dedicado a un tema polémico: los discos machistas.
“En ellos se ve cómo se degradó a la mujer. Al ser consumidores masculinos los que sobre todo compraban los discos, se usó mucho su imagen”, describe señalando algunos ejemplares, con cuerpos femeninos sexualizados. Uno de los más llamativos es de Los Pacheco, que cuentan con una joven con una camisa abierta, y sobre sus pechos se lee: “Échamelo aquí” y “salsa y sabor”. Abarcan desde los años cincuenta a los ochenta. La exhibición mostrará también a las artistas de la nueva canción que lograron hacerse su propio hueco, como Mercedes Sosa.
Si en la actualidad hay artistas que critican que haya revistas o medios que retoquen sus cuerpos para adelgazarlos o quitar arrugas, en esta época ya se realizaban este tipo de prácticas, solo que pintando directamente sobre el negativo. Algo que se verá igualmente en la muestra en el centro cultural ubicado en Madrid el año que viene.
La actividad de la Fundación Gladys Palmera convive con otro proyecto que Alejandra puso en marcha en 2009, la Escuelita del ritmo, ubicada en Portobelo (Panamá). Un centro gratuito que usa la música como herramienta de transformación social, en la que también imparte informática e inglés, y cuenta con una zona comunitaria para que las familias puedan acudir a realizar actividades como bailar y ver películas.
En las paredes de la casa hay colgadas fotografías de la academia. Estas instantáneas forman parte del ecosistema del valioso caserón en el que la música se siente como un hogar sonoro, vivo, inmortal. Un tesoro de sonidos latinos que sigue creciendo, componiendo su propia historia y perpetuando bandas sonoras que harían falta más de cincuenta años para poder escuchar en tu totalidad.