“Sabina tenía un guitarrista con el que compuso casi todas sus canciones. Bueno, pues se pelearon y se han separado. He visto que él ha puesto un post en Instagram contando que se va a México, ahora que Sabina llega a Madrid”. Esto le decía un espectador a su acompañante minutos antes de la vuelta de Joaquín Sabina a Madrid. La ausencia de Pancho Varona, guitarrista de Sabina durante más de 40 años, despedido por el cantante hace unos meses sin mayor explicación, seguía planeando como un fantasma en el Wizink Center. Los fans de Sabina que hablaban de Varona parecían inquietos. Como si todo el que estuviera allí se jugara algo. Aquello parecía un inicio, pero hablaban de un final: el de los dos músicos. Hay adioses a los que se les puede cantar y hay inicios que pueden ser tremendamente previsibles.
Joaquín Sabina no se hizo esperar. El de Úbeda regresaba a los escenarios en Madrid en la primera de sus cuatro fechas en la capital de España. “Por fin, carajo”. En concreto, Sabina volvía al Wizink Center, el lugar en el que se cayó hace más de tres años y del que salió “con los dedos del Serrat entrelazados”, como reza en una de sus últimas canciones y que da nombre a la película de Fernando León de Aranoa: Sintiéndolo mucho. Con una pandemia de por medio y tras una lenta recuperación, Joaquín Sabina se alzó diciendo: “¡Pero hoy estoy aquí!”.
El inicio del concierto estuvo lleno de simbolismo. Prácticamente fue un homenaje a sí mismo y a los que le han acompañado en esta travesía en el desierto. Mencionó rápidamente a Leiva, con el que compuso Lo niego todo, otra canción que no tardó en sonar. Una primera parte que era casi una redención, una manera de decir que no se ha ido y una forma muy clara de señalar quiénes son los suyos. Y, por las ausencias, quiénes ya no forman parte de su banda y de su círculo más cercano. Daba la sensación de que no solo no iba a mencionar a Pancho Varona, sino que iba a nombrar a cualquiera menos a él. Desde su suegra (o exsuegra, como aclaró) fallecida recientemente hasta al músico Jorge Drexler, pasando por el recuerdo de su amigo Javier Krahe. Varona ha sido un músico muy ligado a la carrera de Sabina durante casi 40 años, desde su primera colaboración como arreglista en el disco Ruleta rusa (1984): tanto como guitarrista en los discos y directos, como arreglista, coautor de canciones emblemáticas como Pacto entre caballeros y habitual productor o coproductor desde El hombre de gris (1988) hasta Vinagre y rosas (2009).
Sabina utilizó la canción Llueve sobre mojado para presentar a su banda. Dijo que “no quería una banda de machirulos”. Que quería tener “alguna chica”, lo que no quedó muy claro es que su comentario no acabara siendo precisamente algo “machirulo”: “Me recomendaron a una chica”, en referencia a la cantante Mara Barros. Cuando terminó de presentar a toda la banda —de nuevo, ninguna referencia por pequeña que fuera a Varona— sonó el último acorde de la canción: “Este cuento se ha terminado”.
“Es agua... con lo que uno ha sido”, decía Sabina al acercarse un vaso en uno de los descansos. Acto seguido recordó a su amiga Chavela Vargas y cantó Por el boulevard de los sueños rotos, aunque parece que los tiempos en los que había “un tequila por cada duda” pasaron para Sabina. Esa fue la primera canción que la gente coreó de verdad en toda la noche, cuando había pasado ya casi la mitad del concierto, en un inicio de show que tuvo algo de calentamiento, en el que propuso temas más recientes. La redención era evidente y habló de romper el maleficio: “A estas alturas del concierto no me cambio por nadie”.
En ese descanso de dos canciones para el veterano cantante, Mara Barros interpretó Yo quiero ser una chica Almodóvar y Antonio García de Diego La canción más hermosa del mundo. Y volvió Sabina. Ahora sí, con ganas de pisar el acelerador. Y con más mensaje, presente en la canción Tan joven y tan viejo: “Nada de adiós, muchachos”. Se desperezaba el Wizink mientras Sabina seguía reivindicando su figura antes de la explosión final. El público, ahora sí, entregado, se puso en pie y entonó un “oé, oé, oé”, como el que celebra una resurrección a tiempo. Sabina contaba su música, también, a través de la poesía: “Esta es mi patria: alrededor, no hay nada”.
Comenzaron los grandes clásicos, las canciones que todo el mundo se sabía de memoria. En pie con 19 días y 500 noches. Dedicó Peces de ciudad a Ana Belén, que también interpreta esta letra, y a Víctor Manuel. Cantó aquello de “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. No sabemos si, en ese momento, miró o no al foso del escenario. Mara Barros cantó una copla y Sabina la enlazó con Y sin embargo, para recordar a todos los presentes la necesidad de llevar un hogar permanentemente a cuestas “porque una casa sin ti es una embajada”.
“Para esto es para lo que sirve un sombrero: para quitárselo delante de ustedes”. Sabina ya estaba eufórico, sin miedo, y el público lo notaba, cómplice de la celebración del desamor que supone entonar canciones como Princesa, Contigo, Noches de boda o Y nos dieron las diez. En esta última hay un verso en el que se canta: “Ojalá que volvamos a vernos”. En ese momento, un emocionado Joaquín Sabina, que no solo había pasado de puntillas por la polémica de Pancho Varona, que no se había caído a ningún foso, que se había lucido y renacido, dijo sinceramente: “Ojalá, ojalá”. Pero no las tiene todas consigo, porque cerró con Pastillas para no soñar, y se sinceró: “Si lo que quieres es vivir cien años... no vivas como vivo yo”.